Al Foster, retrato de un artista en gira
EL PA?S acompa?a al veterano 'jazzista' en su atribulado periplo por Espa?a

Es un hecho: los m¨²sicos de jazz, y no s¨®lo los estadounidenses, aprovechan los meses de mayor actividad musical en Europa para hacer caja. ¡°Si no fuera por los bolos en Europa¡±, se?ala Aloysius Tyrone Foster, alias Al Foster (Richmond, Virginia, 1943), ¡°estar¨ªamos pidiendo por las calles¡±. El legendario baterista, antiguo hombre de confianza de Miles Davis, tiene cinco conciertos en cinco d¨ªas en suelo espa?ol; de Madrid a Barcelona pasando por Valencia, Bilbao y Ourense. Todos los desplazamientos, excepto el ¨²ltimo, por carretera. EL PA?S acompa?¨® al veterano jazzista en su atribulado periplo por tierras ib¨¦ricas: ¡°La diferencia es que con Miles viaj¨¢bamos en primera, bueno¡ ¨¦l viajaba en primera¡±.
Del aeropuerto a la prueba de sonido. No hay tiempo para deshacer las maletas: ¡°Pero ¨¦sta es mi vida, la que he elegido. No me puedo quejar¡±. Su existencia no ha sido un camino de rosas. Varias veces se ha asomado Al Foster al abismo y otras tantas ha sabido salir airoso del trance: ¡°Supongo que soy un superviviente, lo que s¨¦ es que he tenido mucha suerte en mi vida.¡±
Al Foster hace su aparici¨®n, no exactamente triunfal, por la puerta del madrile?o Caf¨¦ Berl¨ªn. Su aspecto es el de quien acaba de meterse en el cuerpo los 5.777 kil¨®metros que separan Nueva York de Madrid en clase turista: ¡°Hab¨ªa a?os que en cruzaba el charco 2 y 3 veces en un mes pero, t¨ªo, uno ya no es un ni?o¡±. A sus 72 a?os, el baterista ajusta personalmente cada pieza de su instrumento. Primera lecci¨®n: el m¨²sico de jazz se toma su trabajo muy en serio: ¡°El glamour se lo dejamos a los m¨²sicos de rock¡±, apunta. Hace cinco d¨ªas no sab¨ªa de la existencia de sus compa?eros de viaje, elegidos entre lo m¨¢s granado del jazz contempor¨¢neo. Finalmente, ni Godwin Louis (piano) ni David Bryant (vientos), sus juveniles compa?eros de tour, son lo que esperaba. Tendr¨¢ que ser el algo m¨¢s veterano contrabajista Doug Weiss quien se encargue de poner paz entre el l¨ªder y los reci¨¦n llegados: ¡°Es otra generaci¨®n, su conocimiento del jazz viene de los libros, pero el jazz no est¨¢ ah¨ª, sino aqu¨ª: en el coraz¨®n¡±. Medio siglo despu¨¦s de su debut como profesional, Foster sigue buscando una raz¨®n para aprender a leer una partitura: ¡°En aquel tiempo, el m¨²sico aprend¨ªa a tocar jazz tocando. Nadie te ayudaba y tampoco ten¨ªas la posibilidad de ir al conservatorio, salvo que tuvieras unos pap¨¢s ricos¡±.
La actual gira de Al Foster y su cuarteto de circunstancias pretende ser un homenaje a otro ilustre ¡°iletrado¡± de la historia del jazz, el tambi¨¦n bater¨ªa Art Blakey. Al menos, en teor¨ªa: ¡°Es muy dif¨ªcil inspirarse cuando est¨¢s tocando con unos tipos que s¨®lo interpretan clich¨¦ tras clich¨¦¡±. Demasiado tarde para echarse atr¨¢s: el esforzado baterista deber¨¢ apa?¨¢rselas con lo que tiene: ¡°Da igual si el p¨²blico no percibe la diferencia, han pagado y tienen derecho a un buen espect¨¢culo¡±.
La batalla entre el l¨ªder y sus j¨®venes ac¨®litos se desata sobre el mismo escenario del Caf¨¦ Berl¨ªn. Ser¨¢n dos horas y media de una m¨²sica intensa y fluctuante con el preceptivo descanso entremedias y la participaci¨®n fuera de programa del espectro de lo que un d¨ªa fue Jerry Gonz¨¢lez, trompeta y gabardina incluidas. Para los all¨ª presentes, y pese a los evidentes desajustes, el concierto del a?o, o poco menos: ¡°no hay muchas ocasiones de escuchar un jazz as¨ª¡±, comenta un entusiasmado Alberto tras retratarse junto al bater¨ªa tiernamente enlazados el uno al otro; ¡°jo, t¨ªo¡±, apunta Nacho, ¡°ves a un tipo como Al Foster y te das cuenta: esto es jazz y lo dem¨¢s, cuentos¡±. Con cada entrada, una botella de 1906, la marca de cerveza que patrocina la gira y el ciclo consiguiente del que se cumplen ocho ediciones. Se agradece que, por una vez, el patrocinio no quede en el anuncio luminoso.
Llegada la hora, los componentes del conjunto recogen sus efectos. Todos, menos el l¨ªder. Por d¨®nde, la estrella de la noche prolongar¨¢ su jornada hasta horas intempestivas; y es que no hay jet lag que valga cuando se est¨¢ entre amigos. Segunda lecci¨®n: sobre el escenario y fuera del mismo, Al Foster hace b¨¢sicamente lo que le da la gana, que es lo que han hecho los m¨²sicos de jazz desde el principio de los tiempos.
Los efectos de la queimada sobre los m¨²sicos de jazz
Valencia, segunda etapa de la gira. El cuarteto va a ofrecer su mejor cara ante el p¨²blico selecto de connaisseurs que abarrota el Jimmy Glass Jazz Bar: pretender acceder a la barra es una quimera. Un resucitado Al Foster empuja la m¨²sica por los caminos m¨¢s insospechados. Se dir¨ªa capaz de levantar a un muerto con cada uno de sus uppercuts.¡°A un muerto puede¡±, opina Julia, pianista de jazz en ciernes, ¡°pero no a David Bryant¡±. Hasta que llega United. Los int¨¦rpretes emergen como de un sue?o para dejarse envolver por la magia de la composici¨®n de Wayne Shorter: ¡°Hay un momento en que todo encaja y la m¨²sica fluye por s¨ª sola¡±, comenta jadeante el baterista al t¨¦rmino del recital. ¡°No hay nada mejor que eso¡ ni el mejor co?o¡±.
Esa noche, los insignes viajeros van a conocer la m¨¢s temible Arma de Destrucci¨®n Masiva. Alguien entre el p¨²blico ha cocinado una queimada en su honor¡ Mouchos, coruxas, sapos e bruxas; demos, trasnos e dia?os¡ David Bryant contempla al conjurante con expresi¨®n de perplejidad: ¡°Ver para creer¡±. Veinticuatro horas y 611,7 kil¨®metros m¨¢s tarde, agoniza en un rinc¨®n oscuro del hall del hotel de 3 estrellas mientras espera a ser conducido al Bilba¨ªna Jazz Club, tradicional basti¨®n del jazz en la capital vizca¨ªna. En ¨¦ste tiempo, confiesa, ha aprendido 2 cosas: que la pen¨ªnsula ib¨¦rica es m¨¢s grande de lo que aparece en los mapas; y que un ba?o en queimada a la 1 de la madrugada no es necesariamente la elecci¨®n m¨¢s aconsejable.
Entre retortijones y reproches, el cuarteto va a llegar a una soluci¨®n de compromiso: un solo pase m¨¢s breve y sin demasiadas pretensiones, y de vuelta al hotel; Moanin? permanece; Blues march se cae del repertorio. Si las circunstancias no acompa?an, siempre nos quedar¨¢ Al Foster. Cada una de sus intervenciones vale por todas las ideas de sus compa?eros de escenario juntas y puestas en fila: ¡°El jazz es verdad¡±, apunta el susodicho. ¡°No se puede mentir siendo m¨²sico de jazz¡±, a?ade.?
Por tierras gallegas
Demasiados kil¨®metros, demasiadas noches en vela y una dieta alimenticia a base de pizza y whisky on the rocks que cualquiera calificar¨ªa como poco equilibrada; el ¡°blues del autob¨²s¡± es una realidad ausente de toda grandeza cuando se llevan demasiados a?os en el oficio. Cada cual distrae el tedio como mejor puede. ¡°Ourense es Espa?a, ?no?¡±. Al Foster rumia: ¡°Pues no lo parece¡±. Los conciertos de la gira se cuentan por llenos. ?Qui¨¦n dijo que el jazz est¨¢ en crisis?
Una breve siesta y de vuelta sobre un escenario: el del Caf¨¦ Latino, 25 a?os de historia del jazz en Galicia. Xurxo ha viajado desde Ferrol para conseguir la firma del bater¨ªa sobre un gastado ejemplar de Big Fun, uno de los pocos discos de Miles Davis con grabaciones de los a?os setenta en que no toca Al Foster: ¡°Ya ve, la sombra de Miles me persigue incluso donde no estoy¡±. A los 24 a?os de su fallecimiento, Miles Davis sigue siendo el tema de conversaci¨®n favorito de Al Foster: ¡°Con 16 a?os ya era mi ¨ªdolo, hasta que un d¨ªa fui al Birdland con un ejemplar de Milestones para que me lo dedicara.
El tipo estaba hablando con alguien; me mir¨® con esa mirada que ten¨ªa de ¡°no me toques los c¡¡± y me mand¨® a la mierda. Estuve una semana llorando¡±. Iron¨ªas del destino, Foster terminar¨ªa convirti¨¦ndose en el bater¨ªa favorito del trompetista, y su confidente: ¡°?l segu¨ªa con esa maldita costumbre de soltarle un bufido al que ven¨ªa con un disco suyo, s¨®lo que entonces estaba yo a su lado y le daba una patadita por lo bajo: ¡°Ni se te ocurra, Miles¡±. No hac¨ªa falta m¨¢s. ?l hac¨ªa su garabato a rega?adientes y me contestaba: ¡°Que te jodan, Al¡¡±
Barcelona, punto y final
Al Foster ocupa la plaza 31 C del Boeing 737-800 que nos conduce desde A Coru?a a Barcelona. Un viajero cree reconocerle: no, no es Bill Cosby. En Barcelona nos espera Peter, nuestro conductor de 77 a?os para el que no existen las distancias. El baterista cuenta con amigos en la ciudad. Algunos de ellos se subir¨¢n al escenario del Jamboree Jazz & Dance Club para compartir unos compases con la banda. Y los que no se atreven a subirse y le piden consejo profesional. Foster atiende a unos y otros con la mejor de sus sonrisas: ¡°Pero qu¨¦ voy a ense?ar yo si no s¨¦ una mierda¡±. Dos sets y un mismo mensaje: esto es el jazz, lo tomas o lo dejas. ¡°Puede que no sea el mejor bater¨ªa del mundo¡±, opina Marc Miralta, de profesi¨®n sus baquetas, ¡°pero una cosa es segura: no hay otro como ¨¦l¡±.
Love, peace & jazz para todos. Aloyssius Tyrone Foster se despide de la audiencia barcelonesa con Peace, el cl¨¢sico de Horace Silver. Por una vez, el l¨ªder incombustible va a emprender el camino de vuelta al hotel antes de que lo hagan los otros miembros del cuarteto. Est¨¢ cansado, y lo que le espera: Marsella, Mil¨¢n, otra gira, otra banda¡¡°Este ritmo es un poco demasiado, incluso para m¨ª¡±. Su mirada de un azul desconcertante est¨¢ ba?ada en un halo de nostalgia: ¡°Tengo que acordarme de dejarle una nota a Sonny (Rollins) debajo de la puerta de su casa. Hace mucho que no s¨¦ de ¨¦l¡¡±
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