Mala fe
A la mente humana le cuesta menos rendirse al fanatismo que habituarse al ejercicio siempre dif¨ªcil y muchas veces inseguro y angustiado de la racionalidad
Nada como la persistencia del oscurantismo para mantener despierto y alerta el esp¨ªritu ilustrado. El mejor ant¨ªdoto contra la frivolidad posmoderna es el acoso continuo que sufren los mejores logros de la modernidad. Dicen que cuando le preguntaron a Gandhi qu¨¦ opinaba de la civilizaci¨®n occidental se qued¨® pensando y contest¨®: ¡°Que ser¨ªa una gran idea¡±. Lo que cre¨ªamos superado o resuelto est¨¢ o pendiente de un hilo o todav¨ªa por hacer. Un amigo al que sus viajes profesionales por el mundo le han dejado un archivo de toda clase de historias me cont¨® que hace unos a?os, en Arabia Saud¨ª, asisti¨® con horror a la lapidaci¨®n de una mujer acusada de adulterio. La hab¨ªan enterrado hasta la cintura, tap¨¢ndole tambi¨¦n las manos para que no pudiera cubrirse la cara. El organismo oficial correspondiente hab¨ªa suministrado la cantidad de piedras necesaria para la ejecuci¨®n. El derecho a lapidar a una mujer lo reserva la ley isl¨¢mica exclusivamente a las casadas. Los pensadores m¨¢s sofisticados certificaban con desd¨¦n el anacronismo de las antiguas causas progresistas ¡ªlos derechos civiles, la igualdad de las personas¡ª en nombre de las identidades colectivas, y desment¨ªan con los dogmas del relativismo cultural la universalidad de los valores ilustrados. M¨¢s sagrada que la soberan¨ªa personal ser¨ªa la pertenencia a una cultura originaria, aun en el caso en que ¨¦sta incluyera el sometimiento y hasta la mutilaci¨®n. En un acceso de fervor multicultural, el arzobispo de Canterbury sugiri¨® hace no muchos a?os la conveniencia de que a los musulmanes brit¨¢nicos se les permitiera regirse por la shar¨ªa. Lapidar a una mujer ad¨²ltera, cortarle una mano a un ladr¨®n, al fin y al cabo, son costumbres muy arraigadas, dotadas de ese prestigio de lo aut¨®ctono y lo milenario que tanto seduce a personas criadas y educadas con todas las comodidades de la vida moderna, con todas las ventajas de la sociedad abierta y de la tecnolog¨ªa.
En la vida moderna el prestigio de lo arcaico se mantiene m¨¢s firme que nunca. La sociedad abierta parece desatar en muchas personas una nostalgia virulenta por las seguridades del dogma religioso y las jerarqu¨ªas inflexibles. Del ejercicio de la racionalidad proceden los hallazgos cient¨ªficos y los avances de la tecnolog¨ªa, pero la racionalidad es m¨¢s vulnerable de lo que parece a las tentaciones del fanatismo y la sinraz¨®n, y el conocimiento cient¨ªfico se contamina con frecuencia de prejuicios ideol¨®gicos; en cuanto a la tecnolog¨ªa ¨²ltima, que tantos arrebatos sospechosamente religiosos despierta en personas propensas al papanatismo de lo nuevo, lo mismo sirve para provocar desastres que para remediarlos, para difundir el saber que la ignorancia, para alimentar el pluralismo que el integrismo. De las mismas imprentas que multiplicaban los libros de Erasmo y Montaigne en el siglo XVI sal¨ªan los manuales para cazar brujas y exorcizar demonios. Cuando Fritz Haber invent¨® a principios del siglo XX la posibilidad de sintetizar el amoniaco a partir del nitr¨®geno del aire, se desataron dos cadenas de consecuencias simult¨¢neas: una de ellas, el aumento de la productividad de la agricultura gracias a los fertilizantes artificiales; otra, la fabricaci¨®n de explosivos mucho m¨¢s poderosos que todos los que hab¨ªan existido hasta entonces.
El impulso integrista est¨¢ mucho m¨¢s enraizado en el hombre de lo que hab¨ªamos supuesto y la tecnolog¨ªa puede ser un acicate
El mismo descubrimiento favorece que haya mucha m¨¢s gente en el mundo y que viva mejor, y tambi¨¦n que sea mucho m¨¢s f¨¢cil masacrarla. En los a?os veinte la radio, el cine, la fotograf¨ªa, las nuevas t¨¦cnicas de impresi¨®n abrieron posibilidades creativas inusitadas, y las pusieron al alcance de m¨¢s gente que nunca: tambi¨¦n sirvieron para que la propaganda de los reg¨ªmenes totalitarios alcanzara toda su potencia abrumadora, su capacidad de colonizar las mentes y domar las voluntades, de cometer los cr¨ªmenes y de ocultarlos, de construir infiernos y presentarlos como para¨ªsos.
Como la pobreza y la ignorancia nos parec¨ªan un caldo de cultivo para las supersticiones religiosas, imagin¨¢bamos que el bienestar y el acceso al conocimiento las disipar¨ªan sin drama, igual que la buena alimentaci¨®n y la higiene bastan para eliminar enfermedades end¨¦micas. Pero el impulso integrista, religioso o no, est¨¢ mucho m¨¢s enraizado en el cerebro humano de lo que hab¨ªamos supuesto, y la tecnolog¨ªa, en vez de un ant¨ªdoto, puede ser un acicate, y una herramienta de una eficacia mucho m¨¢s persuasiva que las antiguas amenazas de las hogueras o las curaciones milagrosas de los santos.
Los utopistas del siglo XIX cre¨ªan que el tel¨¦grafo, la navegaci¨®n a vapor, el ferrocarril, el esperanto iban a favorecer el advenimiento de la fraternidad universal. Los anuncios de autom¨®viles todav¨ªa repiten la leyenda de que el coche privado hace posible la libertad individual. Promesas no muy distintas nos siguen haciendo cada d¨ªa los ap¨®stoles de la nueva era de Internet y las comunicaciones instant¨¢neas, el para¨ªso incondicional de las amistades de Facebook, las risue?as vidas inventadas y compartidas en la distancia. Tambi¨¦n eso forma parte de la pulsi¨®n religiosa, igual, por cierto, que la adoraci¨®n por Steve Jobs, el luto que se difundi¨® tras su muerte, las noches en vela de los fieles ante las tiendas de Apple.
Un port¨¢til con una conexi¨®n wifi me permite escribir esta cr¨®nica y averiguar o comprobar los datos que me hacen falta sin moverme de mi cuarto, y me permitir¨¢ mandarla al peri¨®dico en unos segundos. Exactamente la misma tecnolog¨ªa le sirvi¨® a esa chica de Almonte, Mar¨ªa ?ngeles, para convertirse al islam sin salir de su habitaci¨®n y para entrar en contacto con el Estado Isl¨¢mico, buscar una ruta de huida hacia Siria, comprar billetes, hallar direcciones y tel¨¦fonos de c¨®mplices futuros.
Nada como la persistencia del oscurantismo para mantener despierto y alerta el esp¨ªritu ilustrado
Montaigne y Cervantes intuyeron que el gran don de la abundancia de los libros que hab¨ªa tra¨ªdo la imprenta llevaba aparejado el peligro de un ensimismamiento excesivo en las palabras escritas, que cobraban, por el solo hecho de estar impresas, la sugesti¨®n inapelable de la verdad. Encerrada en una habitaci¨®n, hipnotizada por una pantalla, seducida por presencias y voces que le parec¨ªan m¨¢s prometedoras porque carec¨ªan de cualquier relaci¨®n con lo mediocre y lo fatigoso de la vida real, Mar¨ªa ?ngeles, con apenas 22 a?os, sin que nadie a su alrededor llegara a advertirlo, se convirti¨® en Maryam Al-Andalusiya. No le cost¨® ning¨²n esfuerzo encontrar las escrituras de su nueva fe. No tuvo que salir de su casa para asistir a reuniones secretas. Una mujer joven, educada en una sociedad laica, acostumbrada desde ni?a al trato igualitario entre las mujeres y los hombres, disfrutando desde los 18 a?os de plena soberan¨ªa civil, elige una forma extrema de ortodoxia religiosa que empieza por negarle su albedr¨ªo como mujer y la convierte en c¨®mplice segura de derramamientos de sangre, en concubina de verdugos, en motivo de dolor irreparable y verg¨¹enza para su familia.
A la mente humana le cuesta menos rendirse al fanatismo que habituarse al ejercicio siempre dif¨ªcil y muchas veces inseguro y angustiado de la racionalidad. El fanatismo ofrece un cat¨¢logo de certeza y el abrigo de la comunidad de los fieles, la divisoria clara que los separa de los imp¨ªos. La voz del predicador iluminado suena en un desierto, o a trav¨¦s de una emisora de radio, o en una p¨¢gina web. El instrumento ser¨ªa lo de menos, si la tecnolog¨ªa no multiplicara exponencialmente la capacidad de destrucci¨®n. El esp¨ªritu ilustrado es m¨¢s imprescindible que nunca.
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