Verdugos y ahorcados
Atrapado por el cine (Escondidos en Brujas, Siete psic¨®patas y otra pel¨ªcula en marcha), Martin McDonagh no estrenaba en Londres desde hace m¨¢s de una d¨¦cada (The Pillowman, 2003). Su nueva obra, Hangmen, ha triunfado por partida doble: primero, en el Royal Court, el pasado septiembre, y desde hace dos semanas en su transfer al West End: se est¨¢n agotando las entradas del Wyndham¡¯s y la cr¨ªtica habla maravillas del texto, de los actores, encabezados por David Morrisey (el Gobernador de The Walking Dead), y de la el¨¦ctrica puesta en escena de Matthew Dunster.
La funci¨®n no lo ten¨ªa f¨¢cil, ni por la negritud de fondo, que retrata sin contemplaciones el anverso del swingin¡¯ London, ni por su reparto de doce int¨¦rpretes. Comedia negr¨ªsima y salvaje, cuyo t¨ªtulo alude por igual a verdugos y ahorcados, Hangmen pasa del humor al horror en un pisp¨¢s, siguiendo la pauta de sus salvajes melodramas irlandeses, como La reina de belleza de Leenane o El teniente de Inishaam (que el National Theater rechaz¨® por miedo a una bomba del IRA), con ecos que van desde Brendan Behan o el primer Pinter, hasta Jez Butterworth, unidos por la ferocidad de trazo y la constante sensaci¨®n de amenaza.
La historia arranca en 1963 con la trabajosa ejecuci¨®n de un condenado, Hennessy, que clama por su inocencia. Dos a?os m¨¢s tarde encontramos de nuevo al verdugo, el pomposo y torvo Harry Wade, regentando un pub en Oldham (Lancashire), justo cuando acaba de abolirse la pena capital. Todos esperan y temen su reacci¨®n ante la noticia: Alice, su esclavizada esposa; Clegg, el reportero local, y, desde luego, los clientes habituales, paletos y alcoholizados, que babean ante sus horribles y repetidas an¨¦cdotas. Ese mismo d¨ªa (y a la ma?ana siguiente) van a aparecer por all¨ª algunos visitantes inesperados con cuentas pendientes. Uno de ellos es su eterno rival, el hombre a quien Wade m¨¢s envidia: Albert Pierrepoint, ¡°el rey de los verdugos¡±. Otro es Syd, su antiguo ayudante, que le ayud¨® a liquidar a Hennesy. Y el tercero es Mooney, un joven londinense y melenudo que parece salido de una obra de Joe Orton (Entertaining Mr Sloane, por ejemplo) y va a enfrentarse a la m¨¢s profunda, correosa y brutal Inglaterra, encarnada en Wade, Syd y la caterva del pub.
Hangmen es un texto estupendo, pautado hasta la ultima coma, que alterna largos y magistrales mon¨®logos con di¨¢logos tronchantes que suenan (y duelen) como latigazos. Una atm¨®sfera tan asfixiante, tan en blanco y negro como la de las primeras pel¨ªculas del free cinema o las novelas de Alan Sillitoe. Una trama imprevisible, con m¨¢s recodos que un serpent¨ªn. Y un final tan desolador como su moraleja: verdugo una vez, verdugo siempre.
Babelia
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