Con la piedra en la mano
El ¨²ltimo escarnio es la persecuci¨®n de los escritores jubilados, que son tratados como delincuentes
El Viaje del Parnaso es una obra rara y tard¨ªa de Cervantes, un poema de varios miles de versos en tercetos encadenados que probablemente no tiene m¨¢s lectores que algunos especialistas. Los versos, como casi siempre en Cervantes, son de calidad muy desigual, aunque algunos de ellos resplandecen aisladamente. La abundancia de referencias mitol¨®gicas y de elogios m¨¢s bien formularios a docenas de poetas a los que ya no conoce nadie contribuyen a la aridez de la lectura. Pero el Viaje del Parnaso contiene, dispersa en su mon¨®tona extensi¨®n, algo muy parecido a una confesi¨®n ¨ªntima, desgarrada y amarga y tambi¨¦n traspasada de un fiero orgullo herido. Publicado en sus a?os finales, en su vejez de estrecheces sin gloria, el poema es una s¨¢tira en clave del mundo literario en aquel Madrid pobret¨®n donde un escritor depend¨ªa para su supervivencia del favor de alg¨²n noble desp¨®tico o ¡ªsi ten¨ªa suerte, como Lope de Vega¡ª de halagar con comedias atropelladas al p¨²blico bronco de los corrales de comedias.
La estrechez de las expectativas ven¨ªa agravada por la penuria general y por la sofocante ortodoxia del catolicismo, todo espesado por la obsesi¨®n de la limpieza de sangre, que subordinaba cualquier m¨¦rito a la demostraci¨®n de una genealog¨ªa no manchada por conexiones musulmanas o hebreas. A Cervantes el ¨¦xito ya internacional del primer Quijote le hab¨ªa deparado algunas satisfacciones, m¨¢s profundas quiz¨¢s de lo que ¨¦l mismo confesaba, pero muy poco beneficio econ¨®mico, y a¨²n menos prestigio literario: era una obra c¨®mica, tan nueva que no se la pod¨ªa asignar a ninguno de los g¨¦neros aceptados entonces, una parodia que desataba la risa pero no la admiraci¨®n, la clase de admiraci¨®n respetuosa a la que un escritor aspiraba, la que se consegu¨ªa sobre todo con un gran poema ¨¦pico o una narraci¨®n hist¨®rica de tema heroico o religioso y formato cl¨¢sico.
Bi¨®grafos recientes, como Jorge Garc¨ªa L¨®pez, advierten del peligro de atribuir a Cervantes una vida m¨¢s amarga de la que en realidad tuvo
Bi¨®grafos recientes, como Jorge Garc¨ªa L¨®pez, advierten del peligro de atribuir a Cervantes una vida m¨¢s amarga de la que en realidad tuvo, de glorificarlo con un fracaso que ser¨ªa la prueba rom¨¢ntica de una grandeza incomprendida en su tiempo. El Viaje del Parnaso, desde luego, no puede leerse como una abierta confesi¨®n, que adem¨¢s ser¨ªa un anacronismo. Pero entre sus miles de versos con frecuencia pedestres hay ocasiones en las que escuchamos de pronto una voz verdadera, que es la de un escritor que se ha hecho viejo sin lograr ni una parte del reconocimiento que sabe que merece, y al que su grandeza de esp¨ªritu no libra del resentimiento: ¡°Despechado, col¨¦rico, marchito¡±. En este Viaje que va adquiriendo una luz de mal sue?o, Cervantes se compara, con una mezcla de sentido de la justicia e inevi?table mezquindad, a otros escritores m¨¢s conocidos y mejor situados. Acepta la necesidad del disimulo y hasta del halago insincero. Vindica parcialmente, con algo de escepticismo, su propia obra po¨¦tica y se enorgullece todav¨ªa de los olvidados ¨¦xitos teatrales que tuvo en su juventud, antes de que el terremoto comercial de las comedias de Lope lo cambiara todo. ¡°Yo socarr¨®n, yo poet¨®n ya viejo¡±, dice, y nos lo imaginamos subiendo despacio las cuestas de tierra apisonada de Madrid, midiendo versos y atrevi¨¦ndose a declarar ¨¦l mismo el m¨¦rito que otros no celebran: ¡°Nunca me content¨¦ ni satisfice?/ de hip¨®critos melindres. Llanamente?/ quise alabanzas de lo que bien hice¡±.
Pero el episodio m¨¢s triste de todo el poema ¡ªtriste y humor¨ªstico, a la manera cervantina¡ª viene en el momento en el que la gran caterva de los poetas que han navegado hacia el Parnaso se sientan alrededor de Apolo. En el barullo cortesano por ocupar un asiento, solo Cervantes, por lentitud o falta de reflejos, se queda sin ¨¦l: ¡°Qued¨¦me en pie, pues no hay asiento bueno?/ si el favor no lo labra, o la riqueza¡±. El dios de la poes¨ªa y la m¨²sica le dice con magnanimidad que doble su capa y se siente sobre ella. Y entonces el poet¨®n viejo confiesa su indigencia: ¡°Bien parece se?or, que no se advierte?/ le respond¨ª, que yo no tengo capa¡±.
La primera edici¨®n cuidada del Quijote se public¨® en el siglo XVIII en Inglaterra, no en Espa?a: su primera biograf¨ªa se escribi¨® entonces, por encargo de un arist¨®crata ingl¨¦s. En Inglaterra la tumba de Cervantes estar¨ªa en el admirable Poets¡¯ Corner de la abad¨ªa de Westminster. En Francia estar¨ªa en el Pante¨®n, en la cercan¨ªa de gente tan libre y tan imaginativa como ¨¦l, Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Zola. Espa?a es un pa¨ªs ingrato para el saber de cualquier clase y para el ejercicio de las artes, que ha permitido desde hace siglos que la mayor parte de sus mejores inteligencias, las que no se malogran, acaben viviendo en el destierro y siendo sepultadas en fosas comunes o en cementerios extranjeros. El Poets¡¯ Corner espa?ol est¨¢ en el barranco de V¨ªznar. Hasta Alfonso XIII intrig¨® para que a P¨¦rez Gald¨®s no le dieran el Premio Nobel. Desde su exilio de M¨¦xico, Luis Cernuda se?al¨® amargamente el rechazo espa?ol hacia cualquier forma de m¨¦rito que no tenga que ver con el origen, el favor o la riqueza: ¡°¡?el espa?ol terrible?/ que acecha lo cimero?/ con su piedra en la mano¡±.
Espa?a tiene menos inspectores de Hacienda que la mayor parte de los pa¨ªses avanzados, y seg¨²n todos los indicios el fraude fiscal es escandaloso
Durante unos a?os de finales del siglo pasado, en los tiempos m¨¢s estimulantes de la democracia, pareci¨® que ese maleficio empezaba a corregirse: se ampliaba la educaci¨®n, se fundaban bibliotecas, escuelas de m¨²sica, orquestas, auditorios, se alentaba algo la investigaci¨®n cient¨ªfica. Ahora volvemos a toda velocidad a nuestro habitual oscurantismo. La demagogia pol¨ªtica se ceba con un escritor, un m¨²sico, un artista que vindique sus derechos leg¨ªtimos, casi siempre modestos, mucho m¨¢s agresivamente que con un futbolista multimillonario que comete un delito fiscal. La derecha mira con desprecio todo lo que no produzca un beneficio comercial inmediato. La izquierda desconf¨ªa del m¨¦rito como una prueba de elitismo, ignorando la tradici¨®n de esmero y excelencia en el trabajo que siempre form¨® parte de la cultura popular. Para unos y otros la cultura se confunde con la ostentaci¨®n o con el adoctrinamiento ideol¨®gico, casi siempre con una pulsi¨®n autoritaria debajo del igualitarismo. La libertad radical de conciencia, que es la base del pensamiento cr¨ªtico y de la creaci¨®n est¨¦tica, despierta siempre el recelo de los comisarios pol¨ªticos.
El ¨²ltimo escarnio es la persecuci¨®n gubernamental de los escritores jubilados que cobran una pensi¨®n y siguen obteniendo remuneraciones por su trabajo literario. Espa?a tiene menos inspectores de Hacienda que la mayor parte de los pa¨ªses avanzados, y seg¨²n todos los indicios el fraude fiscal es escandaloso, igual que los privilegios de las grandes fortunas sobre las rentas del trabajo. Pero una parte de los esfuerzos recaudatorios y punitivos del Gobierno est¨¢n dedicados a perseguir a escritores que casi siempre reciben pensiones escasas e ingresos inciertos por conferencias, recitales de poemas, colaboraciones, derechos de autor. Antonio Colinas es uno de los nombres mayores de nuestra literatura, pero ellos y muchos otros est¨¢n siendo tratados como delincuentes. Quiz¨¢s a lo que aspiran estos Gobiernos b¨¢rbaros que padecemos, y que llevan tantos a?os propagando la ignorancia y la hostilidad hacia el conocimiento, es a que los escritores vuelvan a quedarse de pie ante los que mandan como sirvientes obsequiosos, o a sentarse como indigentes en el suelo.
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