C¨®mo se debe celebrar a un cl¨¢sico
Los centenarios de Shakespeare y Cervantes en 2016 abren el debate sobre el papel que debe tener el poder pol¨ªtico en los homenajes.
Cervantes y Shakespeare se incorporaron al club de los elegidos con las mismas cualidades que los grandes de Grecia y Roma. La ¨²nica diferencia es que la inmortalidad de los modernos se mide por siglos, y la de los antiguos por milenios. Si en 2016 honraremos a los autores de Otelo y de El Quijote por su cuarto centenario, en 2017 recordaremos al poeta que escribi¨® el Arte de amar y las Metamorfosis, porque se cumple su bimilenario.
![Retrato de Cervantes realizado por Juan de J¨¢uregui.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/VWHH2XEPJUL5IFJ3WBEYAPS7QA.jpg?auth=69a33e1f8a2d7d780025b3366f2473502bfcd7f08052120f6e1e7e6c15aff86b&width=414)
Hace unos a?os, cuando acababa de explicar en la facultad que cl¨¢sico pod¨ªa entenderse como sagrado en un sentido cultural y laico, una alumna replic¨® que eso era una contradicci¨®n en los t¨¦rminos, porque desde una perspectiva laica no hab¨ªa nada sagrado. Intent¨¦ hacerle ver que la sacralidad cultural hace que, por ejemplo, nos horrorice la idea de ver que se quema un libro (no ya El Quijote, sino cualquier libro). Que esa sacralidad incluso puede ser contraria a la religiosa, porque las grandes religiones no han dudado en destruir a los cl¨¢sicos que las contrariaban. Por ¨²ltimo, procur¨¦ enfocarlo de otro modo: cl¨¢sico quiere decir sagrado porque se refiere a una obra atemporal. Con los cl¨¢sicos act¨²a la convenci¨®n (una hermosa ficci¨®n aceptada como realidad) de que pasan por el tiempo sin que el tiempo pase por ellos. Los cl¨¢sicos son lo m¨¢s parecido a la eternidad laica que tenemos los occidentales. Seamos creyentes, ateos o agn¨®sticos, podemos compartir ese tesoro, que parece intangible, pero es tan tangible como un libro o la pantalla de un lector electr¨®nico.
Los cl¨¢sicos son lo m¨¢s parecido a la eternidad laica que tenemos los occidentales
Como cualquier moneda que ha transitado los siglos, los cl¨¢sicos tienen anverso y reverso. En el anverso son reconocibles varios trazos preciosos: contribuyen a la memoria compartida de una sociedad, afinan la libertad singular de cada ser humano ¨²nico, y est¨¢n abiertos a una interpretaci¨®n nueva con cada lectura. Contribuyen al consenso social porque son de todos o m¨¢s exactamente est¨¢n ah¨ª para todos. No son de izquierdas ni de derechas, aunque lo fueran en su momento, ¡ªy muchos, adem¨¢s, no lo fueron¡ª. Se les puede aplicar la teor¨ªa de g¨¦nero como se les aplic¨® el estructuralismo o el marxismo m¨¢s duro. Tambi¨¦n se prestan a la m¨¢s espiritual de las lecturas. Razonemos una de sus maravillas: 1) Plotino dijo que el bien siempre est¨¢ disponible; 2) los cl¨¢sicos siempre lo est¨¢n; 3) ergo los cl¨¢sicos son un bien.
?Y el reverso? Su vinculaci¨®n con el poder. Desde el momento mismo en que se convierten en cl¨¢sicos, forman parte de lo instituido. Est¨¢n asociados a los padres, a los profesores, al orden del mundo anterior a nosotros. Por eso provocan rechazo y miedo. Umberto Eco dice que la gran literatura es autoritaria, y es que, siendo como es m¨¢s grande que nosotros, se nos impone ella sola, aunque nadie haga nada por imponerla. Como un avi¨®n que se sostuviera en el aire por el miedo sumado de los pasajeros, los cl¨¢sicos se sostienen en su altura por el miedo sumado de quienes no los han le¨ªdo.
Y aqu¨ª llega Don Quijote, que es distinto. Hace que todo lo que leemos en los libros pueda cambiar el mundo. Transforma los cl¨¢sicos que ¨¦l ley¨® en un sue?o. Convierte la instituci¨®n en aventura. En ese juego de niveles, la obra de Cervantes es el cl¨¢sico 2.0, como m¨ªnimo.
Por eso hay que hacer que los ni?os y los j¨®venes lean El Quijote. Igual que los llevamos a ver el Museo del Prado, no se les puede dejar solos en esa aventura, ni confiar en que lo leer¨¢n de adultos, apunt¨¢ndose al club de lectura de su biblioteca o de su grupo de Facebook. Es un juego dif¨ªcil, que conviene aprender gradualmente. La primera lectura de los cl¨¢sicos debe ser obligada. Podr¨ªa ser propuesta, sugerida u ofrecida, pero ser¨ªa mejor que fuera obligada, sin miedo. Hay que haber le¨ªdo El Quijote pronto, de joven, y si se puede, de ni?o, en alguna adaptaci¨®n, que puede ser resumen o fragmento. Hay que memorizar tempranamente alguno de sus pasajes inmortales: la larga y bella frase inaugural, el elogio de la libertad, el ¡°no hay p¨¢jaros hoga?o en los nidos de anta?o¡±, el ¡°fui loco y soy cuerdo¡±. Y todo eso hay que hacerlo en la ense?anza.
Como un avi¨®n que se sostuviera en el aire por el miedo sumado de los pasajeros, los cl¨¢sicos se sostienen en su altura por el miedo sumado de quienes no los han le¨ªdo
Los cl¨¢sicos tranquilizan, porque ofrecen estabilidad y serenidad al cuerpo social, y m¨¢s a¨²n al cuerpo mismo del lector. A la vez, los cl¨¢sicos irritan, porque desaf¨ªan con su autoridad las ideas preconcebidas de cada uno y los esquemas que cada ¨¦poca presenta como sagrados. Por ejemplo: pocas cosas m¨¢s relajantes ¡ªy m¨¢s irritantes¡ª que ver c¨®mo los cl¨¢sicos desaf¨ªan ahora la correcci¨®n pol¨ªtica.
En ese juego de dualidades, los antrop¨®logos detectan el calor y fr¨ªo en la cultura. A fuerza de ser institucionales, los cl¨¢sicos y sus celebraciones corren el riesgo de quedarse en la zona fr¨ªa, si no congelada. ?Qu¨¦ hay en la zona caliente? Los grandes acontecimientos deportivos, el viaje, el baile, la fiesta de la cultura de masas, pero tambi¨¦n lo que ahora se mira en la intimidad de las pantallas electr¨®nicas. Por ah¨ª parecen ir los fastos shakespearianos que ha preparado el Gobierno brit¨¢nico.
Toda conmemoraci¨®n, especialmente cuando est¨¢ promovida por el poder, debe participar de la paradoja bifronte de los cl¨¢sicos. El poder debe honrarlos sin servirse de ellos. En la ense?anza tienen que ser obligatorios, pero precisamente para fomentar el criterio propio y cumplir el lema latino: no estudiamos para la escuela, sino para la vida.
A fuerza de ser institucionales, los cl¨¢sicos y sus celebraciones corren el riesgo de quedarse en la zona fr¨ªa, si no congelada
Si manejamos la idea de un fuego sagrado, la fiesta p¨²blica del centenario debe parecerse a la llama ol¨ªmpica m¨¢s que a unos fuegos artificiales. La antorcha transmite y propaga, el fuego arde en un alto pebetero despu¨¦s de haber pasado de mano en mano muchas veces. La pirotecnia, en cambio, se queda en nada y arrastra al homenajeado hacia su abismo ef¨ªmero. Lo mismo que si se trata de una celebraci¨®n fr¨ªa. Todo eso quiz¨¢ sea peor que el olvido.
Nuestro homenaje a Cervantes debe ser tan relajante como desafiante. Debe lanzarlo hacia un futuro que ya no ser¨¢ nuestro, confiando en que los j¨®venes hagan una lectura distinta de la que hace la generaci¨®n que ahora tiene el poder.
A principios de los a?os 80 en un instituto p¨²blico de Salamanca, el Fray Luis de Le¨®n, mi profesora de literatura nos puso un examen con una ¨²nica pregunta: las mujeres en El Quijote. El asunto obligaba a haber le¨ªdo el libro, a tener capacidad de relaci¨®n, de empat¨ªa y de cr¨ªtica. Hoy es casi imposible que un profesor de instituto pueda plantear esa pregunta, entre otras cosas, porque no existe una asignatura de Literatura, materia que ha quedado subsumida en la de Lengua. Mi propuesta concreta para honrar a Cervantes en este 2016 es que quienes pacten el nuevo Gobierno, ¡ªquien sea con quien sea¡ª instauren en las ense?anzas b¨¢sica y media una asignatura de Literatura, aut¨®noma. Este homenaje costar¨ªa poco o nada y ser¨ªa una de las medidas-estrella del nuevo Gobierno. Esa Literatura podr¨ªa no llevar adjetivo. O incluso estar en plural, Literaturas. Podr¨ªa poner al alcance de todos la Literatura Universal (Shakespeare y Cervantes incluidos), que ahora se ofrece a muy pocos. Puestos a so?ar, so?emos que el curso que viene, en alg¨²n instituto, haya un grupo de adolescentes respondiendo con entusiasmo a la cuesti¨®n de las mujeres en El Quijote. En esto como en todo, so?ar es importante para que cambie lo concreto. Ya Borges vio que, con el paso de los siglos, no es Don Quijote un sue?o de Cervantes, sino Cervantes un sue?o de Don Quijote.
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