Como gust¨¦is
'La prohibici¨®n de amar', una 'rara avis' en la programaci¨®n de cualquier teatro de ¨®pera, constituye un privilegio que no deber¨ªa desaprovecharse
?Qu¨¦ tienen en com¨²n los trinos para tamboril, casta?uelas y tri¨¢ngulo que suenan como pistoletazo de salida de La prohibici¨®n de amar con el pausado e infinito despliegue de Mi bemol mayor con que se abre El oro del Rin, con el acorde inescrutable del segundo comp¨¢s de Trist¨¢n e Isolda o con el un¨ªsono inicial, sinuoso y ¡°muy expresivo¡±, del arranque de Parsifal? En apariencia, nada, y salvo que conoci¨¦ramos la primera ¨®pera citada, poco podr¨ªa hacernos sospechar que su autor¨ªa es tambi¨¦n de Richard Wagner, por m¨¢s que ¨¦l renegara de ella como de un torpe traspi¨¦ juvenil.
LA PROHIBICI?N DE AMAR
M¨²sica de Richard Wagner. Con Christopher Maltman, Manuela Uhl y Peter Lodahl, entre otros. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. Direcci¨®n musical: Ivor Bolton. Direcci¨®n esc¨¦nica: Kasper Holten. Teatro Real, hasta el 5 de marzo.
Sin embargo, poder ver y o¨ªr La prohibici¨®n de amar, una rara avis en la programaci¨®n de cualquier teatro de ¨®pera, constituye un privilegio que no deber¨ªa desaprovecharse, m¨¢s a¨²n cuando, como es el caso en el Teatro Real, la puesta en escena aprovecha la circunstancia para tender puentes con el genio posterior, aqu¨ª a¨²n en ciernes, muy permeable a todo tipo de influjos externos y que se sirvi¨® como b¨¢culo de la auctoritas que le prestaba una comedia de Shakespeare, Medida por medida, fuente de inspiraci¨®n del libreto. Mientras que Wagner recurri¨® al Bardo en su primera juventud, cuando a¨²n se hallaba buscando a tientas su camino, Verdi, su estricto coet¨¢neo, prefiri¨® hermanarse con ¨¦l al final de su vida, cuando ya estaba al cabo de la calle de todo, y con la sabidur¨ªa a?adida de haber recalado d¨¦cadas antes en Macbeth.
Shakespeare sit¨²a su acci¨®n en Viena, pero Wagner ¨Cque, recordemos, muri¨® en Venecia y se inspir¨® para el jard¨ªn m¨¢gico de Klingsor en el de la Villa Rufolo de Ravello, al sur de N¨¢poles¨C la reubica en Palermo, un gesto muy significativo y que se explota al m¨¢ximo en esta producci¨®n de Kasper Holten, que mete el dedo en la llaga de la antinomia norte-sur forzando los clich¨¦s con el desparpajo que permite hacerlo una comedia. Puritanismo versus desenfreno, ¨¦tica protestante versus fruici¨®n meridional, doblez versus franqueza son temas que asoman en esta falsamente inocente comedia sobre el amor (l¨¦ase sexo) y en la que Holten, a fin de disimular sus carencias, apuntala aquello que jam¨¢s falla en las 10 ¨®peras can¨®nicas del Wagner maduro: la dramaturgia.
Que esta apuesta c¨®mica iba en serio qued¨® claro desde el principio mismo con la excelent¨ªsima versi¨®n de la obertura, vertida como un ejercicio de empaque y ligereza a partes iguales. Hay luego mucho que concertar (reequilibrando voces e instrumentos), dirigir (proliferan las notas a raudales) y expurgar (podando todo lo innecesario y redundante sin que se noten las suturas) en una partitura que exhibe de forma flagrante sus flaquezas, pero Ivor Bolton hizo todo ello admirablemente, defendiendo la causa desde el foso con la misma vehemencia y entrega que Holten sobre el escenario. No lo acompa?aron en igual medida sus cantantes, cuyas mejores prestaciones fueron patrimonio de las voces graves: el disfuncional Friedrich de Christopher Maltman y el d¨²plice Brighella de Ante Jerkunica, tambi¨¦n excelente actor. Mar¨ªa Mir¨® y Manuela Uhl empezaron su d¨²o muy destempladas, pero la primera mejor¨® much¨ªsimo en su aria del segundo acto, mientras que la segunda ofreci¨® fogonazos demasiado aislados de gran cantante: si pensamos en sus visitas anteriores al Real, su voz parece ahora mucho m¨¢s castigada, quiz¨¢ por tantas inmersiones en el Wagner maduro. Y los dos tenores cumplieron con suficiencia, lo que no es poco, porque debe decirse en descargo de todos que el audaz e inexperto Wagner juvenil asigna a sus cantantes misiones imposibles. Luzio es, por ejemplo, una suerte de ¨¢gil tenor belcantista con frecuentes ¨ªnfulas wagnerianas: una entelequia.
Holten aprovecha el Carnaval final para hacer desfilar a no pocos h¨¦roes wagnerianos emblem¨¢ticos ¨CSiegfried, Lohengrin, Parsifal, Wotan, Br¨¹nnhilde¨C, reservando el golpe de gracia para la muy wagner¨®fila (y quiz¨¢ tambi¨¦n wagneriana) Angela Merkel. El director dan¨¦s alcanz¨® la fama internacional con el llamado Anillo de Copenhague, lo que a la postre lo conducir¨ªa a ocupar el m¨¢s alto puesto en la Royal Opera House de Londres, donde acaba de anunciar que se despedir¨¢ el a?o con Los maestros cantores. Est¨¢ claro que, desde su privilegiada atalaya danesa, Holten tiene muchas cosas que decir sobre Wagner y, a¨²n m¨¢s, sobre Alemania y los alemanes. Al final toma partido abiertamente, pero c¨®mo tomarse esta Prohibici¨®n de amar sigue quedando a gusto del espectador.
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