Vaffanculo, Berlusconi
Umberto Eco localiz¨® en el Cavaliere el embri¨®n de la democracia populista creada en la televisi¨®n
Desconfiaba Umberto Eco del ¡°intelectual comprometido¡±, no tanto en sentido conceptual como en su degeneraci¨®n caricaturesca, pero estas precauciones no le impidieron significarse como una contrafigura absoluta de Silvio Berlusconi, ni pedir su dimisi¨®n en una de las poqu¨ªsimas manifestaciones en las que pudo reconocerse el sombrero alado del intelectual italiano. Sucedi¨® en Mil¨¢n, en 2011. Reaccionaba Eco como un ¡°intelectual comprometido¡± a la degradaci¨®n del bunga-bunga, sobre todo porque el Cavaliere representaba la corrupci¨®n de la ¨¦tica desde la corrupci¨®n de la est¨¦tica. Y tambi¨¦n el rev¨¦s, aun consciente como era Eco de predicar en Sodoma y Gomorra sin otra tarima que sus propios libros.
Puede que Berlusconi haya sido la gran frustraci¨®n de Umberto Eco. No ya por haber controlado la opini¨®n p¨²blica sino por haberla creado, arraigando entre sus compatriotas desde la telecracia la identificaci¨®n hacia un condotiero que prostituy¨® el templo democr¨¢tico. Eco representaba c¨®mo deb¨ªa ser un buen italiano. Berlusconi representaba como quer¨ªa ser un buen italiano, plante¨¢ndose una tensi¨®n dial¨¦ctica asim¨¦trica, toda vez que el berlusconismo fertiliz¨® en las v¨ªsceras y en la inmoralidad.
Me lo dijo una de las ocasiones en que tuve ocasi¨®n de entrevistarlo: ¡°He nacido bajo el fascismo y no quiero morir bajo el yugo de Berlusconi¡±. Lo ha conseguido a medias. Porque el Cavaliere le ha sobrevivido, pero lo ha hecho embalsamado, humillado en tareas sociales con los ancianos, condenado por los pecados cometidos con la bragueta. Y degradado a una figura de cera que inocul¨® en Europa el veneno de la demagogia providencial, manejando con audacia la propaganda y el cinismo.
Se explicaba as¨ª la incredulidad de Eco, la obstinaci¨®n del ejercicio de memoria con que insisti¨® en ahuyentar el mesianismo, el antisemitismo, la xenofobia. De otro modo, consideraba veros¨ªmil que se impusieran en Europa las democracias-populistas a costa del proyecto comunitario, incit¨¢ndose incluso una regresi¨®n a la caverna identitaria.
Ten¨ªa raz¨®n. Se la dan las autocracias h¨²ngara y polaca en la propias fronteras de la UE, se la concede el lepenismo en Francia, como se la otorgan tambi¨¦n los populismos de izquierdas, entre ellos, la pujanza de Corbyn en Reino Unido o la de Pablo Iglesias en Espa?a.
No se puede explicar mejor: ¡°Apelar al pueblo significa construir un fingimiento, una ficci¨®n: puesto que el pueblo como tal no existe, el populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular¡±. Se trata de apropiarse de una abstracci¨®n. Y de desarrollarla en los grandes medios, ¡°sustituyendo el parlamento por la televisi¨®n¡±, escribe Eco en uno de sus ensayos (¡°A passo di gambero¡±, 2006). Estremece leerlo. Y no s¨®lo, claro, por la dictadura cat¨®dica de Berlusconi.
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