¡°En M¨¦xico, la gente canta¡±
A su paso por el pa¨ªs norteamericano, el m¨²sico y poeta espa?ol habla de sus fans ¡®dark¡¯, el surrealismo y el tiempo que ha pasado en el transporte p¨²blico de la capital mexicana
A finales de verano de 2001, Javier Corcobado vendi¨® su carro en A Coru?a y llam¨® por tel¨¦fono a su amigo Gordolobo en M¨¦xico. Le dijo, ¡®oye, que me voy para all¨¢¡¯. Alejandro Gordolobo Ruiz, promotor de conciertos en el DF, propietario de tiendas de discos, le dijo que cuando quisiera. As¨ª que Corcobado se hizo la maleta y cruz¨® el charco. Hac¨ªa ocho a?os que no pisaba M¨¦xico y ahora se mudaba de sopet¨®n, con una mano delante, otra detr¨¢s, y una legi¨®n de seguidores a la espera, cosa que ¨¦l a¨²n ignoraba.
La prensa local recuerda todav¨ªa la visita del m¨²sico, una estancia que durar¨ªa dos a?os y terminar¨ªa a la fuerza, obligada por la crisis de las casas discogr¨¢ficas en M¨¦xico. En la cr¨®nica sobre un concierto que ofreci¨® en la Ciudad de M¨¦xico en diciembre de 2001, el reportero contaba: ¡°Pocos minutos despu¨¦s, empez¨® afuera la revuelta. Vidrios rotos, mentadas de madre al por mayor a los de seguridad (quienes arrojaron a los revoltosos polvo qu¨ªmico de los extintores), y el inminente portazo (¡) Diez patrullas cerraron las calles de Coahuila y Jalapa. Unos lograron entrar a empujones y se disiparon entre la muchedumbre de adentro¡±.
Javier Corcobado r¨ªe al recordar aquello, desde la silla y la mesa blancas de la terraza de un hotel, a pocas cuadras del local donde se celebr¨® aquel concierto, en la colonia Roma. ¡°Hicimos dos en la sala La Victoria, con capacidad para 800 personas¡±, recuerda el compositor. ¡°Me sorprendi¨® c¨®mo hab¨ªa crecido el p¨²blico desde el 93 al 2001, se hab¨ªa quintuplicado. Menos mal que no hubo muertos, pero s¨ª hubo heridos. La gente quer¨ªa vernos y hubo quien entr¨® dando portazo. Portazo es que se juntaban 50, arrasaban con los de seguridad, entraban y ya no los pod¨ªan sacar. Aquel d¨ªa, los que ten¨ªan la entrada se encabronaron porque no pod¨ªan entrar y empezaron a lanzar piedras a la sala¡±.
El m¨²sico record¨® en aquel concierto sus discos con los Chatarreros de Sangre y Cielo, Arcoiris de L¨¢grimas, Tormenta de tormentos; aquella noche, narra La Jornada, riadas de gente ¡°darqueta¡±, algunos cargando a sus gatos, salieron satisfechos y tranquilos de la sala.
Son casi las dos de la tarde y las calles de La Roma ronronean una calma vacacional, de Semana Santa: sol y hojas verdes. Apenas hay carros en la avenida ?lvaro Obreg¨®n, calle principal de la colonia, mientras la primavera se despereza y el camarero ofrece algo fresquito de tomar. ?Whisky?, dice. Corcobado sonr¨ªe, contesta que no y pide agua sin hielo.
En Youtube, sus fans mexicanos han decorado los v¨ªdeos de algunas de sus canciones con dibujos tipo emo, dark, como Carta al Cielo o Dame un beso de cianuro, lo que redunda en simp¨¢ticas batallas de comentarios un par de scrolls hacia abajo. ¡°Me result¨® siempre muy divertido¡±, dice el cantautor. ¡°Al principio, en los noventa, el p¨²blico que ten¨ªamos aqu¨ª era mayoritariamente punk y dark. Luego ya se fue diversificando. Pero s¨ª, han interpretado mucho mis canciones como de ese rollo. Y no lo son. Claro, Joy Division me encantaba y aqu¨ª los aman. Y a The Cure. Sin embargo se dieron cuenta de que yo soy un crooner, de repente me pongo a hacer rancheras y boleros. Tengo muchas versiones de artistas mexicanos, Agust¨ªn Lara, Jos¨¦ Alfredo. Y sigo haciendo. Y cada vez que me late, como dicen aqu¨ª, canto una ranchera¡±.
En M¨¦xico, Corcobado ha llenado el teatro Metropolitan, un enorme y vetusto auditorio del centro, puerta al ambiente canalla del casco antiguo; ha grabado el que, dice, ha sido el mejor ¨¢lbum de su carrera, A Nadie, ha hecho amigos que ahora son familia, como el Gordolobo Ru¨ªz, le han atracado a mano armada y ha sufrido el tormento de millones de mexicanos que, cada d¨ªa, pasan horas y horas en el transporte p¨²blico.
¡°El surrealismo es M¨¦xico¡±, ensaya el poeta, ¡°mira c¨®mo vine yo aqu¨ª por primera vez. Era el a?o 92 y me llegan dos emisarios a Madrid. ¡®Venimos de parte de Alejandro Ruiz, que te quiere conocer y te invita a ti y a tu mujer a que veng¨¢is de vacaciones a M¨¦xico¡¯. Y dije, bueno, yo encantad¨ªsimo de la invitaci¨®n, pero me caso en abril. Entonces se quedaron y los invite a mi boda. Y bueno, ya pues mi ex mujer se qued¨® embarazada y yo pude venir en octubre, justo en el 500 aniversario del descubrimiento de Am¨¦rica¡±.
Al a?o siguiente volvi¨® a M¨¦xico y luego, en Espa?a, se mud¨® a Coru?a, dej¨® la m¨²sica, escribi¨® un libro y ya, en 2001, llamo al Gordolobo Ruiz. Cuando se mud¨® a M¨¦xico, el autor se instal¨® en un pueblo al sur de la ciudad, que es, para entendernos, casi casi como irse a Cuenca y decir que vives en Madrid ciudad. ¡°Fue la ¨¦poca en que grabamos Fotografiando al coraz¨®n, me hac¨ªa dos horas de ida y tres de vuelta o algo as¨ª, una locura, pero bueno, fue una grabaci¨®n agradable¡±.
Corcobado se marcha pero dice que en octubre vuelve a M¨¦xico. Esta vez ha estado tres semanas y ha ofrecido varios conciertos y sesiones de poes¨ªa y ruido con su novia, Aintzane Aranguena. ¡°Aqu¨ª la gente canta las canciones. En Europa estamos de vuelta de todo, el p¨²blico es m¨¢s anal¨ªtico, menos apasionado. A menos que vayan junto a miles de personas en un festival, en el que todos son una masa, que bota y bota y ya. Pero aqu¨ª te cantan las canciones y aqu¨ª de hecho me cuesta afinar durante las cuatro o cinco primeras porque el p¨²blico las canta m¨¢s alto que yo¡±.
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