De Alaska al tesoro de los Quimbayas
El ¨²nico museo del mundo dedicado a la historia de Am¨¦rica cumple 75 a?os en el centro de Madrid
El silencio del ¨²nico d¨ªa de descanso del museo impera entre vasijas mayas, m¨¢scaras de los tinglit (tribus del noroeste de EE?UU), cuadros de castas y tesoros precolombinos. En algunas salas la oscuridad da un respiro a las milenarias piezas. En otras, son las propias antig¨¹edades las que hacen brotar la luz de su oro, tan codiciado en otro tiempo. En un rinc¨®n de Madrid, alejado de la ruta tur¨ªstica de los museos, el edificio que alberga el Museo de Am¨¦rica se levanta a la sombra del Faro de Moncloa (110 metros de altura). Despu¨¦s de 75 a?os, sigue siendo el ¨²nico en su especie.
La visi¨®n colonialista de una Espa?a bajo la sombra del franquismo desapareci¨® del edificio en 1994. Trece a?os de olvido se necesitaron para reacondicionar una estructura ideada para albergar el museo en 1943 pero que fue compartida hasta 1981 con otras instituciones. Con la reapertura, todo cambi¨®. El discurso de la colecci¨®n que se estableci¨® entonces y que dura hasta hoy se basa en una visi¨®n antropol¨®gica ¡°que evita valoraciones y se centra en la importancia de todas las culturas desde una perspectiva de igualdad y eso subyace en todo el montaje y las actividades que hace el museo¡±, en palabras de Concepci¨®n Garc¨ªa, directora del centro.
El silencio se rompe con el ruido de una taladradora. Las salas necesitan de mantenimiento y la ausencia de visitantes lo permite. Una puerta maciza se entreabre y en mitad de la oscuridad de una peque?a sala, el oro mezclado con cobre del colombiano tesoro de los Quimbayas (V-VI d. C.) brilla al fondo, obligando al visitante a acercarse y contemplar la finura de la elaboraci¨®n de las figuras. Los objetos est¨¢n relacionados con el consumo de alucin¨®genos y el adorno del cuerpo de los caciques del per¨ªodo Quimbaya Cl¨¢sico. ¡°Si Indiana Jones hubiera visto el museo, no se hubiera ido a la selva a buscar tesoros¡±, bromea Andr¨¦s Guti¨¦rrez, jefe del departamento de Am¨¦rica Precolombina.
En la misma sala, la vista se desliza del oro colombiano hacia abajo y llega a una gran vitrina donde reposa un manto funerario (400 a. C.-100 d. C.) de la cultura paracas, que se desarroll¨® en la actual provincia peruana de Pisco. La complejidad de sus bordados es pr¨¢cticamente imposible de apreciar a simple vista. ¡°Serv¨ªa para cubrir a las momias y fue hecho por manos expertas para la ¨¦lite social¡±, cuenta Beatriz Robledo, responsable de Etnolog¨ªa. ¡°Representan en la tela a esp¨ªritus protectores con un proceso sofisticad¨ªsimo de elaboraci¨®n. Para ellos era llevarse consigo una parte que demostraba su importancia en la sociedad en la que hab¨ªan vivido¡±, apunta Robledo.
Prefieren no etiquetar ¡°piezas faro¡± a las que el p¨²blico acuda fuera de un contexto y una explicaci¨®n. ¡°No se ha querido primar la belleza de determinadas piezas por encima del resto¡±, se?ala Robledo. No obstante, algunas como el c¨®dice Tro-Cortesiano brillan sin necesidad de se?alarlas. Guti¨¦rrez considera, en cambio, que deber¨ªan de resaltarse los tesoros m¨¢s importantes que alberga la instalaci¨®n madrile?a. Estos puntos de vista encontrados son parte del proceso de evoluci¨®n que d¨ªa a d¨ªa mantiene el museo.
El centro est¨¢ organizado en tres grandes ¨¢reas ¡ªsociedad, religi¨®n y comunicaci¨®n¡ª en un intento de contextualizar las diferentes civilizaciones del continente americano. Alej¨¢ndose de lo habitual, se pueden encontrar en una misma vitrina una virgen cristiana y diferentes representaciones de la Madre Tierra de culturas precolombinas. ¡°Este planteamiento fue algo que impact¨® mucho en la reapertura del 94¡±, explica Robledo. ¡°Pero es que esa era precisamente la idea: que las costumbres y realidades de cada sociedad son igualmente aptas¡±.
25.000 piezas que rotan
Las m¨¢s de 25.000 piezas que forman la colecci¨®n del museo han sido adquiridas por diversos caminos. A la herencia de los dep¨®sitos reales tras la llegada de los espa?oles a Am¨¦rica, se le unen los objetos que las expediciones cient¨ªficas del siglo XVIII tra¨ªan consigo y las compras a particulares o en subastas de arte internacionales que en los ¨²ltimos tiempos ha realizado el Ministerio de Cultura. Precisamente, la semana pasada en el escritorio de la directora del museo figuraba una orden ministerial para la compra de una obra del siglo XVIII que a¨²n no ha llegado al almac¨¦n del centro. Se trata de un retrato mexicano de una mujer desconocida de clase alta, por sus vestiduras y su reloj. El traje parece estar hecho de seda de China con encajes. Su precio ha sido de 15.000 euros (casi 17.000 d¨®lares).
El museo expone el 10% de su colecci¨®n de manera rotatoria. No obstante, las piezas sin componentes org¨¢nicos permanecen durante m¨¢s tiempo expuestas. Guti¨¦rrez y Robledo explican que en cada vitrina hay sensores de humedad y temperatura para evitar el desgaste excesivo. Los m¨¢s delicados son aquellos con componentes org¨¢nicos como las plumas, el papel o los tejidos. Los cuadros enconchados de Juan y Miguel Gonz¨¢lez (S.XVII) que narran la conquista de M¨¦xico seg¨²n los cronistas espa?oles, son otras de las joyas delicadas de la corona. Una camisa inca del Per¨² colonial ser¨¢ la pr¨®xima en volver a la oscuridad controlada del almac¨¦n.
En un rinc¨®n, entre vasijas y cuadros, sin destacar ante lo que le rodea, descansa la Estela de Madrid (650 d. C.). Es el soporte derecho de un trono que el gobernante maya Pakal mand¨® construir y que fue descubierto en Palenque (Chiapas, M¨¦xico) en el XVIII. En ¨¦l aparece representado el propio Pakal como un Bacab ¡ªuno de los cuatro dioses que, seg¨²n los mayas, sujetaba la b¨®veda celeste¡ª sobre la Madre Tierra, con forma de caim¨¢n, y sosteniendo con una mano el trono. La pieza forma parte de un programa iconogr¨¢fico que el gobernante maya orden¨® construir para legitimarse en el poder.
El recuerdo y el conocimiento de aquellas sociedades precolombinas tienen en el Museo de Am¨¦rica un templo del siglo XXI. En la estructura de monasterio con la que se dise?¨® el edificio, los mayas, aztecas, tinglit y paracas cuentan su historia desde el pasado. Y en una esquina de su segunda planta, Pakal sigue vivo en la piedra mexicana.
Un regalo de oro
El llamado tesoro de los Quimbayas guarda diferentes historias bajo su aleaci¨®n de oro y cobre (llamada tumbaga). Desenterrado en 1890 en Soledad (Quind¨ªo, Colombia) por un grupo de huaqueros (expoliadores de tumbas), 122 piezas fueron compradas en agosto de 1891 por el Gobierno colombiano por una suma de 70.000 pesos. Un a?o m¨¢s tarde, el presidente Carlos Holgu¨ªn decide donar el tesoro a la reina Mar¨ªa Cristina de Espa?a tras interceder esta en un conflicto territorial entre Colombia y Venezuela que se sald¨® en beneficio de los primeros. En enero de este a?o, la Corte Constitucional de Colombia recuper¨® el caso y estudia si el Gobierno de Juan Manuel Santos tendr¨¢ que reclamarlo a Espa?a.
El conjunto fue uno de los principales centros de atenci¨®n en la celebraci¨®n del cuarto centenario de la llegada de los espa?oles a Am¨¦rica. Las piezas fueron cedidas por la reina al Museo Arqueol¨®gico de Espa?a y llegaron a viajar a Suiza durante la Guerra Civil (1936-1939) para su protecci¨®n. En Espa?a solo se conserva una quinta parte del tesoro desenterrado en 1890. En el Field Museum de Chicago se exponen algunas de las 474 piezas que compon¨ªan el conjunto, pero el resto se encuentran en paradero desconocido.
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