Llanto p¨²rpura por el genio de Prince
La muerte a los 57 a?os del m¨²sico de Minneapolis causa una conmoci¨®n global
Permit¨¢nme usar las may¨²sculas: fue el Gran M¨²sico de su generaci¨®n. Da la casualidad que?Prince,? hallado muerto este jueves, compart¨ªa a?o de nacimiento (1958) con Michael Jackson y Madonna. Como ellos, su ambici¨®n parec¨ªa ilimitada pero, en el caso de Prince Rogers Nelson, estaba respaldada por una inmensa capacidad creativa: pod¨ªa grabar en solitario, tocando todos los instrumentos e incluso cambiando de voz. Era tan prol¨ªfico que acumul¨® centenares de temas en el archivo de Paisley Park, su Xanadu de Minneapolis.
Su paleta musical abarcaba desde el funk implacable al pop psicod¨¦lico, pasando por el rock duro; en disco, solo se le resisti¨® el rap. La exhibici¨®n de su talento resultaba tan apabullante que, en 1977, Warner le concedi¨® plena libertad para autoproducirse, algo impensable para un desconocido que todav¨ªa no hab¨ªa cumplido los 20 a?os. Tras cinco discos contundentes, ascendi¨® a artista global en 1984 con Purple rain, la banda sonora de una pel¨ªcula que mitificaba sus comienzos y la escena de Minneapolis. Le acompa?aba The Revolution, significativamente una banda mixta en sexo y raza: Prince ignoraba las reglas, incluyendo las ortogr¨¢ficas.
Resumiendo: los ochenta fueron suyos. Michael pudo vender m¨¢s discos y, sin duda, Madonna ocup¨® m¨¢s espacio medi¨¢tico pero, musicalmente hablando, nadie pod¨ªa compararse con Prince. Se reinventaba con lanzamientos como Around the world in a day (1985) o Sign o¡¯ the times (1987). Parec¨ªa multiplicarse, gracias a las canciones que interpretaban Sheena Easton, Sin¨¨ad O¡¯Connor o las Bangles; a trav¨¦s de su sello, Paisley Park Records, facturaba variaciones sobre sus hallazgos y hasta rescataba a predecesores tipo George Clinton o Mavis Staples. Brevemente, pareci¨® que el sonido del momento se cocinaba en Minneapolis, con sus discos y los que produc¨ªan antiguos compa?eros, como el t¨¢ndem Jimmy Jam-Terry Lewis.
Pero el imperio ten¨ªa pies de barro. Convertido en director de sus propias fantas¨ªas, firm¨® dos pel¨ªculas que resultaron caprichos autocomplacientes: Under the cherry moon (1986) y Graffiti Bridge (1990). Pincharon, al igual que muchos de los discos que sacaba en su sello. Warner Music cort¨® la financiaci¨®n y comenz¨® un enfrentamiento que dej¨® en mal lugar a ambas partes.
Esencialmente, Warner pretend¨ªa regular la incontinencia creativa de Prince, para someterla a planes de marketing: la compa?¨ªa hab¨ªa demostrado que pod¨ªan devolverle al n? 1 con la m¨²sica de Batman. Pero Prince se declar¨® en rebeld¨ªa: sac¨® discos de mala gana, cumpliendo su contrato con material de relleno. A la larga, esto deriv¨® en una desconfianza total hacia las grandes discogr¨¢ficas, actitud que ha contribuido a obscurecer su carrera durante los ¨²ltimos veinticinco a?os. El celo por defender su arte convirti¨® a Prince en un personaje dif¨ªcil de tratar, con una tendencia funesta a irritar a sus fieles m¨¢s activos. Daba bandazos y se explicaba mal. Apost¨® por Internet y luego reneg¨®: ¨²ltimamente, parec¨ªa haber desaparecido de YouTube o Spotify.
Sab¨ªamos poco sobre la persona que hab¨ªa detr¨¢s. Era reacio a las entrevistas, convertidas a veces en enigm¨¢ticas performances. El libertino de los primeros tiempos, que provoc¨® la movilizaci¨®n de la esposa de Al Gore y dem¨¢s damas bienpensantes de Washington, se reconvirti¨® en Testigo de Jehov¨¢, aunque lanzaba suficientes gui?os para sugerir que no obedec¨ªa rigurosamente las leyes de su religi¨®n. Hab¨ªa anunciado un libro autobiogr¨¢fico que uno imaginaba que ser¨ªa otra pirueta evasiva.
Lo que conviene saber es que, aunque de modo espasm¨®dico, continu¨® editando m¨²sica extraordinaria, no siempre promocionada adecuadamente ni disponible en todos los puntos de venta. Le salv¨®, claro, la potencia de sus directos, principal fuente de ingresos y territorio libre de limitaciones. All¨ª exhib¨ªa su poder¨ªo como guitarrista y su magnetismo como l¨ªder de banda. Se trataba de conciertos extensos e imprevisibles, que pod¨ªa prolongar con jam sessions en otro local.
En esas noches m¨¢gicas te olvidabas de todas sus incongruencias y decid¨ªas que s¨ª, que no hab¨ªa un artista comparable. Una salvaje mezcla de Jimi Hendrix y James Brown, un sintetizador de la mejor m¨²sica afroamericana de la segunda mitad del siglo XX que, y no deber¨ªamos sorprendernos, tambi¨¦n amaba a cantautoras eruditas como Joni Mitchell. Nos queda su misterio, el eco de sus prodigios, un hueco imposible de rellenar.
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