Bruce Springsteen, ¨¦xito masivo y cacofon¨ªa
The Boss y su E Street Band se apuntan un triunfo cantado en el Bernab¨¦u pese a que el sonido fue el peor que se recuerda en el estadio
En los macroconciertos no computa tanto la finura como la emoci¨®n. Eso es cierto. Ante una pradera como el Santiago Bernab¨¦u y 56.000 almas cubriendo hasta el ¨²ltimo hueco del c¨¦sped y las gradas es imposible lograr una ac¨²stica minuciosa, precisa, detallista. Pero lo de este s¨¢bado en el esperad¨ªsimo ¨²ltimo concierto de The Boss por tierras ib¨¦ricas (despu¨¦s de Barcelona, San Sebasti¨¢n y Lisboa) borde¨® la frustraci¨®n desesperante. El coliseo blanco ser¨¢ id¨®neo para la gloria futbol¨ªstica, pero contraproducente de cara al fervor mel¨®mano. La implacable locomotora de la E Street Band cruz¨® la Castellana sin que fu¨¦ramos capaces de distinguir, durante 3 horas y 18 minutos (una marca discreta, en los par¨¢metros de la casa), poco m¨¢s que un prolongado murmullo de ecos infinitos.
Todo estaba preparado para reincidir en los d¨ªas de gloria, como dice el propio cl¨¢sico 'springsteeniano'. Pronosticar el triunfo de The Boss es tarea tan exenta de riesgos como marcar un 1 en la quiniela para el Real Madrid-Rayo Vallecano. Las casas de apuestas sucumbir¨ªan de aburrimiento y desaparecer¨ªan de la faz del planeta. El descalabro auditivo, en cambio, se convirti¨® en el invitado indeseable de la fiesta. Un borr¨®n inesperado e inmerecido para esta historia de amor (Bruce y Madrid, el foro y Springsteen) que renueva sus votos una d¨¦cada tras otra.
Desde las 21.12 exactas, cuando El Jefe emergi¨® entre bambalinas y comenz¨® a rugir, pu?o en alto ("?Hola, Madrid! ?Vamos!"), en el coraz¨®n del escenario, result¨® evidente que solo una lipotimia inoportuna o un s¨²bito corte de digesti¨®n privar¨ªan de la victoria arrolladora a nuestro h¨¦roe del chaleco gris y fular a juego. Nada m¨¢s lejos de nuestros deseos. Certifica el de Nueva Jersey una salud de hierro, carrera arriba y abajo, a sus ya nada exiguas 66 primaveras. Y necesitamos que los dioses del rocanrol nos lo preserven una buena temporada a la espera de un relevo generacional que no se acaba de vislumbrar por ning¨²n sitio.
Las estampas se repiten una vez m¨¢s, pero, por alg¨²n extra?o contubernio diab¨®lico, su valor ic¨®nico permanece inc¨®lume. Bruce comanda las operaciones y los ba?os de masas (el primero, a cuenta de 'Sherry darling', quinto t¨ªtulo de la velada; el siguiente, con 'Hungry heart', aprovechando el pasillo central de la pista); el bater¨ªa Max Weinberg ejerce de metr¨®nomo humano y paradigma de higiene postural, Nils Lofgren parte la pana con las guitarras sin p¨²as y Steve Van Zandt ejerce de amigote entra?able, una especie de bucanero 'drag' tan irrelevante con las seis cuerdas como necesario para la estabilidad emocional del l¨ªder. Todo acompa?a salvo el cielo, algo encapotado, y ese sonido sencillamente deplorable durante el primer tercio de la noche y rematadamente malo en su prolongaci¨®n. Peor que el peor radiocasete en el Seat 127 m¨¢s cochambroso de nuestros padres.
?A nadie parece importar demasiado el detalle, as¨ª que la atenci¨®n recae en las siempre excitantes alteraciones del repertorio. 'Cover me' (tercer t¨ªtulo de la velada) es la primera gran sorpresa, igual que 'Wrecking ball', 'My City of ruins' o 'Downbound train', que tampoco sonaron en el Camp Nou ni en Anoeta. Y en el centro del repertorio, el repaso cada vez m¨¢s t¨ªmido a ese 'The river' seminal que da nombre a la actual gira y que permanece, 36 a?os despu¨¦s, como una obra m¨¢s enciclop¨¦dica y fascinante que cualquier antolog¨ªa del artista. Bastar¨ªa recuperar (en mejores condiciones ac¨²sticas) ese 'Point blank', que ayer son¨® dramatizado, enf¨¢tico y libre de sus hechuras originales, para comprender por qu¨¦ The Boss sigue rubricando estos triunfos cantados.
Se acumulan las ausencias dolorosas, sin embargo, en ese progresivo desapego hacia el eje central de la gira. La m¨¢s sensible, esos nueve minutos prodigiosos de 'Drive all night', escatimados una vez m¨¢s a una audiencia madrile?a que, hasta donde nos alcanza la memoria, nunca los ha escuchado sobre las tablas. A cambio se multiplica el picoteo en un repertorio que a estas alturas, con 43 a?os de servicio en autov¨ªas, carreteras y caminos secundarios, es casi enciclop¨¦dico. 'Johnny 99' adquiere una dimensi¨®n enorme frente a la austera versi¨®n ac¨²stica original de 'Nebraska', aquel disco ¨¢spero que, all¨¢ por 1982, nadie pareci¨® encajar de buen grado. Y 'Spirit in the night' constituye una inopinada visita al esp¨ªritu original de 1973, el de aquel chaval que encarnaba una versi¨®n m¨¢s callejera y proletaria del mito 'dylanita'.
Ha asomado tantas veces Springsteen por estos andurriales ¨Cy que no desista- que nos conocemos ya sus modos y costumbres, los trucos y los ademanes, esos tics de h¨¦roe buenazo e incombustible que anhela expandir la sonrisa y la nobleza al resto de la humanidad. Sucede una vez m¨¢s cuando aprovecha 'Waiting on a sunny day' para achuchar a un chavalillo lindo y emocionado de las primeras filas. The Boss es un engatusador profesional, el jornalero con carisma que siempre sabe abrazar la causa justa y expandir la buena nueva para el hombre de la calle. As¨ª viene siendo desde donde somos capaces de recordar, pero anoche, tanto tiempo despu¨¦s de que nos supi¨¦ramos nacidos para correr, volvimos a dejar que Bruce nos envolviera en su sortilegio.
Esa voz corajuda que va encontrando nuevos recovecos y matices con los a?os, la vena inflamada en el cuello, los ojos que nos imploran y a ratos parecen empa?arse con la emoci¨®n, las autopistas de sudor que surcan la espalda con su trazado vertiginoso. Todo es lo mismo. Todo nos resulta familiar. Pero todo, muy probablemente, es verdadero. L¨¢stima que las cacofon¨ªas empa?en, emborronen y distorsionen un ¨¦xito tan clamoroso y masivo.
Hablamos de m¨²sica, m¨¢s all¨¢ de fen¨®menos sociol¨®gicos, hist¨®ricos o populares. No es un detalle menor. Tener dificultades para disfrutar del saxo de Jake Clemons, sobrino de Clarence, en la casi definitiva 'Tenth Avenue freeze-out' se aproxima bastante a la idea de pecado. Todo menos grandioso y estimulante que aquel 17 junio de 2012, salvo por el ep¨ªlogo de ese 'Thunder road' solo, y por fin inteligible, con su guitarra ac¨²stica y su arm¨®nica.
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