La ¨ªnsula imaginaria
Es muy probable que ¨Csin saberlo¡ªuna inmensa mayor¨ªa pronuncia la palabra Utop¨ªa no s¨®lo sin citarla como t¨ªtulo de un libro de Tom¨¢s Moro, sino incluso sin conocer el nombre del autor en ingl¨¦s
Gerardo Villadel¨¢ngel es un editor capaz de talar en un t¨¦mpano de amnesia para rescatar en un solo volumen todos los textos que publicaron sobre M¨¦xico en la prestigiosa y fundamental revista SUR. El libro ¨Cde por s¨ª inagotable¡ªcontiene las visiones de An¨¢huac y m¨¢s all¨¢ de plumas como las de Alfonso Reyes y Octavio Paz, Adolfo Bioy Casares y Julio Cort¨¢zar y muchos que son todos entrelazados en una fina edici¨®n que parece en s¨ª misma un ejemplar especial de la propia revista SUR y que merece mayor atenci¨®n y m¨¢s rese?as de las que ha suscitado hasta ahora desde su aparici¨®n hace un a?o.
Villadel¨¢ngel, ensayista y generador el ensayo en pr¨®jimos es el editor de la magnifica hasta ahora trilog¨ªa de El Libro Rojo, en coedici¨®n con Fondo de Cultura Econ¨®mica, donde se re¨²nen textos de escritores notables y obras de gran calidad pl¨¢stica para conformar la topograf¨ªa en sangre de M¨¦xico, los grandes cr¨ªmenes nacionales (pol¨ªticos o de gran resonancia social) que han marcado a esa tierra desde principios del siglo XX.
Ahora, una vez m¨¢s en coedici¨®n con Fondo de Cultura Econ¨®mica y con el CIDE, Villadel¨¢ngel ¨Cbajo su sello de La jaula abierta ediciones¡ªlanza la serie Top¨ªas, coordinada por ¨¦l y Roger Bartra cuyo primer t¨ªtulo de pr¨®xima aparici¨®n es una nueva edici¨®n de la Utop¨ªa de Tom¨¢s Moro con pr¨®logo de Roger Bartra y un ep¨ªlogo donde intento desfacer el entuerto que siempre plantea escribir sobre esa obra capital que hoy cumple 500 a?os de vida. Medio milenio de lecturas y constantes referencias para un libro que siempre, si no es que a diario, est¨¢ en boca de todos.
Es muy probable que ¨Csin saberlo¡ªuna inmensa mayor¨ªa pronuncia la palabra Utop¨ªa no s¨®lo sin citarla como t¨ªtulo de un libro de Tom¨¢s Moro, sino incluso sin conocer el nombre del autor en ingl¨¦s (Thomas More o M¨¢s, que suma y no resta) y el t¨ªtulo completo de la obra, en lat¨ªn: De ¨®ptimo Republicae Statu deque Nova Insula Utopia. Peor o mejor a¨²n, se dice Utop¨ªa o se transforma en adjetivo como calificativo para muchos sue?os cuya posibilidad depende m¨¢s del empe?o en su desarrollo que del incierto resultado que esperamos legarle a su futuro. Es decir, denostamos como ut¨®pico todo planteamiento o propuesta aun antes de su posible formulaci¨®n y, al hacerlo, hemos convertido a la palabra en un t¨¦rmino ya con cara de lugar com¨²n cuando, tengo para m¨ª, que esa ¨ªnsula imaginaria, ese lugar imposible no tiene en ninguno de los renglones de su constituci¨®n la negaci¨®n de su posibilidad. Que lo imposible no abate lo inveros¨ªmil lo sabe bien el espectador del incre¨ªble espect¨¢culo del mundo, el lector de la prosa que se adelanta a su tiempo y el enamorado que percibe n¨ªtidamente los suaves p¨¦talos de un beso con s¨®lo evocar la boca inalcanzable de su deseo.
Digo entonces que la Utop¨ªa de Sir Thomas More est¨¢ precisamente en la tinta con la que la escribi¨®, en los p¨¢rrafos como cartograf¨ªa donde narr¨® la orograf¨ªa verbal, la flora y fauna de un lenguaje que parec¨ªa dibujarse en el vac¨ªo. El lector se vuelve viajero de un lugar ¨Cas¨ª sea calificado etimol¨®gicamente como no-lugar¡ªpor el azar feliz de imaginarlo: todo lo que se come y bebe en letras destila sabores y valores cal¨®ricos impalpables, as¨ª sean desconocidos para la dieta normal del obeso o hambriento. Quien canta debidamente en verso las s¨ªlabas de una mariposa, logra sin recurrir a la imagen o al holograma, el sortilegio inexplicable de su vuelo. Ala invisible, chopo de agua, los versos m¨¢s tristes de esta noche, polvo enamorado.
Desde luego habr¨¢ quien lea el p¨¢rrafo anterior con el argumento dizque inapelable de que todo ensue?o de la poes¨ªa no tiene nada que ver con un tratado de la ilusi¨®n. Quienes afirman que More ¨Ccontra su apellido¡ªrest¨® verosimilitud y realidad a su narraci¨®n de una rep¨²blica ideal al saberla inexistente pasa por alto que en el deseo de su redacci¨®n hab¨ªa una invisible arquitectura para volverla palpable¡ al menos en la lectura de sus p¨¢ginas. Es decir, leer o tan s¨®lo mentar Utop¨ªa es ya una forma de negarle su etimolog¨ªa: si el ni?o no duerme por so?ar dragones, ?hemos de maleducarlo con el placebo de que esos animales simplemente no existen? Si no existen, ?porqu¨¦ los sue?a el ni?o y todo caballero andante que ha de arriesgar incluso su vida para salvar a las doncellas amenazadas por las lenguas de su fuego?
Cada vez que se lea el instante en que Alonso Quijano o Quesada decide llamarse Don Quijote de la Mancha, salir por la madrugada de los Campos de Montiel y eternizarse como Caballero de la Triste Figura sobre un jamelgo fam¨¦lico que ¨¦l ha decidido transformar en Rocinante, se escribe en tinta con pluma de ganso reci¨¦n afilada lo que acabamos de leer. En el instante en que leemos, se sabe que en alg¨²n lugar de la mancha tipogr¨¢fica de cuyo nombre solemos olvidar hay un tal Miguel de Cervantes hilando en tinta esa historia que quiz¨¢ hab¨ªa so?ado en el silencio de una celda, prisionero tras las m¨¢s raras aventuras de su propia vida que parece de novela. Cada vez que se trastocan los calendarios para evocar el sufrimiento del hijo de un carpintero crucificado en Judea, consta la posibilidad de que a¨²n quedan por desenterrar los pergaminos envueltos en cer¨¢mica del desierto donde se verifica que ese mismo profeta de su inocencia hac¨ªa volar en su infancia a las palomas que formaba con barro y cada vez que desde el sat¨¦lite se observa la enrevesada geograf¨ªa de una tierra llamada M¨¦xico habr¨¢ quien recurra a la met¨¢fora de que parece un cuerno de inagotables abundancias, o bien, un inmenso div¨¢n gigante de psicoan¨¢lisis para desmadejar que ¨Ca pesar de siglos de corrupci¨®n, desahucios y desgracias¡ªhay al menos siete segundos que se suman en los pasados siglos en los que esa tierra incre¨ªble ha vivido en paz, orden y concierto.
De eso est¨¢ hecha la pulpa con la que Tom¨¢s Moro imagin¨® Utop¨ªa y redact¨® su fisonom¨ªa. Escribir sobre lo que muchos ciudadanos ¨Csi no es que todos los habitantes en sociedad¡ªdesean, incluso sabiendo la imposibilidad de que pocos ¨Csi no es que nadie¡ªrealmente lleguen a vivirlo. Se sabe que Moro ley¨® a Plat¨®n que a su vez puso en palabras lo que escuch¨® de S¨®crates y as¨ª como a nadie consta el lugar exacto de la metaf¨®rica caverna de la que hablaba el pensador a todos sus lectores consta la forma de las sombras que tatu¨® en paginas como pinturas rupestres, as¨ª como el amargo sabor de la cicuta con la que cumpli¨® su propia condena su maestro. La Rep¨²blica inventada por Plat¨®n y La Ciudad de Dios imaginada por Agust¨ªn de Hypona, los delirios socialistas de Robert Owen y Charles Fourier, la sociedad sin clases y los rieles de un tren que conducen c¨ªclicamente hacia la estaci¨®n de Finlandia est¨¢n hechos de ese material impalpable del que se forjan los sue?os: lo supo Shakespeare y tambi¨¦n el detective moderno que salv¨® en San Francisco el misterio de El halc¨®n Malt¨¦s. Lo sabe el hombre que al filo de la hoguera mantiene limpia su conciencia y el viejo que narraba de memoria la trama de una novela titulada Los tres mosqueteros (sabiendo que en realidad es la historia del cuarto que no se mienta en el t¨ªtulo) sin importarle que tarde o temprano habr¨ªan de encaminarlo al horno n¨²mero tres de un infierno llamado Auschwitz los grises demonios que quemaban libros, todos los libros que atentaban contra su imposible Reich milenario en plazas p¨²blicas, sin saber que hay ¨ªnsulas imaginarias cuyo s¨®lo deseo permiti¨® librar a un solo hombre, que es todos los hombres, de sus llamas.
Thomas More naci¨® en la calle de la Leche en Londres y de ni?o fue paje del arzobispo de Canterbury. A los catorce o quince a?os ingres¨® a la Universidad de Cambridge habiendo mamado un nutritivo caudal de eso que llaman humanismo renacentista. Tentado por la poes¨ªa, tradujo a San Agust¨ªn y Giovanni Pico della Mirandola, al ingresar en la Tercera Orden Franciscana en 1504. M¨¢s o menos un siglo despu¨¦s, Miguel de Cervantes Saavedra pedir¨ªa ser enterrado con el mismo h¨¢bito y as¨ª como Moro nunca dej¨® de llevar cilicios de castigo en los muslos, es de suponerse ¨Csin verificaci¨®n a¨²n¡ªque el Papa Francisco eligi¨® su nombre como vicario en abono a esa penitencia misteriosa con la que se abona en la pobreza la riqueza del esp¨ªritu. Eso es: la savia de toda utop¨ªa se cifra en los deseos de lo imposible que no por ello resultan improbables, en el callado atrevimiento de la ilusi¨®n y Thomas More no s¨®lo llevaba en la saliva el antojo de escribirlo, sino llev¨® a la pr¨¢ctica el empe?o por realizarlo: siendo ya juez, Moro form¨® parte del primer parlamento convocado por el rey Enrique VIII, que lleg¨® al trono de Inglaterra como ¡°protector del humanismo y todas las ciencias¡±. Moro lo saluda desde alg¨²n lugar de Europa con un poema laudatario y se finca entre ellos un lazo de amistad que se volvi¨® embajada.
Moro se convirti¨® entonces en el autor de cabecera del rey. Escribi¨® por su encargo la biograf¨ªa de Ricardo III (obsesi¨®n que tambi¨¦n ilusion¨® a Shakespeare) y obtuvo el cargo de Maestro de Peticiones ante la Corona. Al ser nombrado embajador en Flandes y empaparse de enredos comerciales o enredaderas financieras, logr¨® su nombramiento como Canciller.
Pero el cl¨¦rigo pensante cuyos hombros ya hab¨ªan sido armados de caballero andante tuvo a bien reprobar la descabellada soberbia de su propio rey. En 1532 se neg¨® a firmar el acta con la que Enrique VIII repudiaba a la Iglesia de Roma. Enjaulado en la Torre de Londres, Thomas More fue decapitado un 6 de julio del a?o 1535¡ pero declarando a voz en cuello que mor¨ªa sabi¨¦ndose siervo de su rey, pero m¨¢s siervo de su Dios y esa idea de Dios quedaba cifraba en todo lo mucho que ley¨® y tradujo, en el Elogio de la Estulticia de Erasmo como ant¨ªdoto a quienes creen siempre llevar la raz¨®n en todo y en las respuestas a Lutero como advertencia de herej¨ªas impostadas u otras rebeliones caprichosas como las que fundamentaba el propio rey Enrique VIII ante Roma no por razones teol¨®gicas o administrativas, sino por la caprichosa circunstancia de anular o justificar sus muchos matrimonios, sus excesos de real personalidad. Es decir, More muere m¨¢s como cr¨ªtico de lo posible que como ap¨®stol de lo imposible en un escenario donde la raz¨®n de la sinraz¨®n que campea entre los caballeros andantes de la raz¨®n bien puede parecer no m¨¢s que el discurso de un no-m¨¦todo de la m¨¢s pura sinraz¨®n.
Beatificado en el siglo XIX y Santificado en el XX por ser m¨¢rtir de la fe reconocida por Roma, Thomas More fue proclamado al filo del siglo XXI como santo patrono de los pol¨ªticos y gobernantes por Juan Pablo II. Moro elevado a los altares por un papa polaco y pol¨ªglota, cuya biograf¨ªa queda pautada en la enrevesada sinfon¨ªa del siglo XX, la centuria de las guerras mundiales inimaginables, la tierra marcada por una cortina de hierro m¨¢s pesada y extendida que el mont¨®n de piedras que forman la Muralla de China, el planeta amenazado por el abuso de sus propios recursos, el enfriamiento y deshielo que parec¨ªan imposibles, la irrealidad e inmediatez de los avances tecnol¨®gicos en la punta de la yema de los dedos, lo mismo para congelar alguna sonrisa en una fotograf¨ªa fidedigna que para aniquilar a miles de habitantes de una poblaci¨®n a una distancia incre¨ªble¡ Bien visto, la vida y obra de un pensador intemporal se escribe cada vez que en el mundo haya lector que conjugue el sue?o de una perfecci¨®n anhelada, incluso sabiendo que la ignota navegaci¨®n a su puerto es no m¨¢s que el deseo de una ¨ªnsula que s¨®lo existe en la imaginaci¨®n que compartimos al deletrearla.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.