Eduardo Sacheri: ¡°Empec¨¦ a escribir solo para sentirme mejor¡±
El argentino presenta 'La noche de la Usina', la novela con la que gan¨® el premio Alfaguara
Los fantasmas no dejan dormir. Atacan por la noche, justo cuando sus v¨ªctimas ya saborean el descanso. E infestan sus mentes de temores. Al argentino Eduardo Sacheri (Castelar, 1967) le castigaron durante semanas. Ten¨ªa 25 a?os y empezaba a hablar con su mujer de tener un hijo. ¡°Perd¨ª a mi padre cuando era peque?o, y todo esto me generaba mucha ansiedad. Me costaba enormemente dormir, as¨ª que empec¨¦ a escribir cuentos, con el ¨²nico objetivo de sentirme mejor¡±, relata. Desde la oscuridad de demasiadas veladas, emergi¨® todo un novelista, por mucho que ni ¨¦l se lo creyera: ¡°En Argentina, el t¨ªtulo universitario te define. Y me cost¨® a?os pensar que me iba a dedicar a algo que no hab¨ªa estudiado¡±.
Hoy, Sacheri tampoco ha dormido bien. Mientras rememora su pasado insomne, sus ojos entrecerrados dan fe de otra noche en blanco. ?l mismo lo confirma. Pero ya no lucha con los espectros. Su enemigo solo se llama jet lag. As¨ª como lejos quedan esos miedos de no tener madera de escritor. Ahora es el autor de La promesa de sus ojos, que Juan Jos¨¦ Campanella llev¨® al cine y al Oscar, y el ganador del premio Alfaguara por La noche de la Usina, sobre el corralito en Argentina.
Es tambi¨¦n un narrador con una receta propia tan sencilla como elaborada, que mezcla humor, protagonistas y detalles cotidianos y un toque de f¨²tbol. De hecho, charlar con ¨¦l de cierta manera es como leer sus libros. Lo primero que se percibe son la risa y la cercan¨ªa. Pero debajo se deslizan emociones y conceptos tan fuertes como profundos.
¡°Mi familia come de esto. Desde que me da sustento m¨¢s que las clases de Historia que imparto he sentido el viraje hacia ser escritor de verdad¡±, asevera Sacheri. De hecho, sus dos obras cumbres comparten otro paralelismo. ¡°Tras El secreto de sus ojos, me pude comprar casa. Con el Alfaguara [154.000 euros] he adquirido dos departamentos para mis hijos. Ya estoy¡±, sonr¨ªe.
Una tercera vivienda destaca en esta historia. ¡°Tengo un amigo al que su abuela le dec¨ªa que no se fiara de los banqueros. As¨ª que cada d¨ªa convert¨ªa un peso en d¨®lar y lo escond¨ªa. Tras el corralito se compr¨® una casa¡±, recuerda Sacheri. Porque este t¨ªo Gilito de Argentina fue de los pocos en salvarse. Cuando el 3 de diciembre de 2001 el presidente De la R¨²a decret¨® que nadie pod¨ªa sacar m¨¢s de 250 pesos al d¨ªa (hoy ser¨ªan 16 euros), el pa¨ªs entero se hundi¨®. Y, con ¨¦l, tanto Sacheri como los protagonistas de su novela.
El narrador experiment¨® una mezcla de desesperaci¨®n (sus hijos ten¨ªan entonces uno y cuatro a?os) y de reproche a s¨ª mismo: ¡°Me sent¨ª est¨²pido por no haber saltado antes. Con los precios estables y el peso sobrevaluado, muchos se convencieron de que ¨ªbamos camino del para¨ªso. Pero en 1996 empez¨® a ser evidente que corr¨ªamos a 200 kil¨®metros por hora hacia un precipicio¡±. Aunque, tal vez para exorcizar aquel drama, en La noche de la Usina ha contado tambi¨¦n la alegr¨ªa de una revancha contra el sistema.
En el pueblo ficticio de O¡¯Connor, que ya aparec¨ªa en su novela Ar¨¢oz y la verdad, varios vecinos proyectan una compra que cambie su vida. La v¨ªspera, ingresan el dinero en un banco. Sin embargo, entre el corralito y la magia negra de ciertos banqueros, su guita desaparece. Para recuperarla, solo les queda otro plan disparatado.
¡°Suelo moverme en lo peque?o, la vuelta de mi esquina, mi casa. Me gusta esa escala de gente, es la que me conmueve, de la que formo parte. No se me ocurren realidades extra?as, de aliens o esp¨ªas¡±, afirma Sacheri. En efecto, en La noche de la Usina, vuelve a pintar una galer¨ªa de humanos tan reales como familiares, con sus virtudes y sus contradicciones. Perdedores, los han definido. Pero ¨¦l matiza: ¡°No somos millonarios o playboys. Somos as¨ª. Quiz¨¢s en ese sentido seamos todos perdedores. Vivir es perder, en el fondo¡±.
En ese marco se entiende su pasi¨®n por el f¨²tbol y por retratarlo. Como Hornby, Galeano o Fontanarrosa, por el balompi¨¦ Sacheri ha hecho de todo: escrito relatos, llorado y hasta mentido a su hijo, para convencerle de que Independiente era ¡°el mejor equipo del mundo¡±. Y lo considera un terreno f¨¦rtil para la literatura: ¡°Es un juego y como tal nos desnuda. Muestra al hombre sin m¨¢scaras¡±.
Extremas son tambi¨¦n las emociones que despierta en Argentina la pol¨ªtica. ¡°Me interesa much¨ªsimo, pero me desanima el fanatismo cuasi religioso¡±. En su visi¨®n, el kirchnerismo repite sin parar que su Gobierno trajo una ¡°d¨¦cada ganada¡± y ataca al nuevo presidente, Mauricio Macri, ¡°como si llevara 10 a?os en el poder¡±. Al otro lado, el frente cr¨ªtico con la exmandataria Cristina Fern¨¢ndez defiende con id¨¦ntica virulencia justo lo contrario. La guerra se refuerza en las redes sociales, ya que ¡°la barricada del siglo XXI est¨¢ detr¨¢s del teclado del ordenador¡±. Y a?ade: ¡°Se dice que muchas veces los ciclos argentinos terminan en una gran crisis¡±. Seguro que en O'Connor, por si acaso, ya tienen un plan.
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