El tiempo m¨¢s inh¨®spito
La exposici¨®n 'Campo cerrado', en el Reina Sof¨ªa, es un itinerario pavoroso por el t¨²nel del tiempo del pa¨ªs en tinieblas en el que la gente intentaba vivir
Hay una exposici¨®n que es un t¨²nel del tiempo en los corredores de repente y de nuevo penitenciarios del Museo Reina Sof¨ªa. Es el pasado opresivo como un t¨²nel entre 1939 y 1953: los a?os insolentes de la victoria franquista, los desfiles triunfales y las cacer¨ªas humanas por un pa¨ªs en ruinas. El itinerario tan bien calculado de la exposici¨®n puede parecerse tambi¨¦n a aquellos t¨²neles del miedo y tubos de la risa de las ferias antiguas; el miedo no a los banales esqueletos y a las brujas con escoba, sino a los pistoleros con correaje y pistola al cinto, a los prelados con sus caparazones de quelonios barrocos, a los funcionarios con halitosis y bigote fino, a los curas de sotana sobada con un brillo de ala de mosca; y la risa de los payasos y las calaveras pintadas en los telones de los circos; la de las m¨¢scaras de Carnaval en los cuadros de Guti¨¦rrez Solana.
En Madrid, durante los a?os de Franco, Santos Yubero toma algunas de las mejores fotograf¨ªas hechas nunca en Espa?a
Se sube por el ascensor transparente hasta la cuarta planta mirando el cielo matinal de Madrid y al llegar ya se entra sin aviso en el t¨²nel. En una pantalla, militares italianos con tocados de papagayos sobre los cascos de guerra desfilan delante de una tribuna y de un arco de triunfo de cart¨®n piedra en el que el general¨ªsimo Franco estira como puede su estatura insuficiente de duce. Justo enfrente, en otra pantalla, se suceden fotograf¨ªas de soldados republicanos vencidos marchando por las carreteras hacia Francia, de gente pobre que empuja carros cargados de colchones y cestos. Las im¨¢genes triunfales son de un noticiario italiano. Las fotos de los soldados y de los fugitivos son de Robert Capa. De un lado a otro de la pantalla, las im¨¢genes establecen un efecto de montaje. Hay una Espa?a que muere y una Espa?a que relincha. Antonio Machado muere de agotamiento y de vejez prematura en una pensi¨®n para veraneantes modestos en Colliure. En Madrid, su hermano Manuel saluda con un poema en d¨¦cimas atropelladas el triunfo de Franco. En las c¨¢rceles hay condenados a muerte que escriben poemas y nanas a sus hijos y artistas pl¨¢sticos que aprovechan cualquier trozo de papel para dibujar escenas de cautiverio en las que la mayor crueldad parece el hacinamiento y el hambre. Los bocetos de Jos¨¦ Robledano son retratos precisos a la manera de Ricardo Baroja; en los de Jos¨¦ Manaut Viglietti, las l¨ªneas son m¨¢s delgadas y los cuerpos sin rasgos se amontonan en el suelo de las celdas como las figuras de Henry Moore en sus dibujos del metro de Londres.
De Robledano y de Viglietti, lo m¨¢s probable es que uno no haya sabido nada hasta ahora: artistas menores dibujando sobre trozos de papel. Para conocer la atm¨®sfera verdadera de un tiempo no vale quedarse de nuevo en los grandes nombres evidentes, dejando un espacio vac¨ªo en torno a ellos para magnificarlos. En el t¨²nel del tiempo que ha organizado Mar¨ªa Dolores Jim¨¦nez-Blanco en el Reina Sof¨ªa est¨¢n Dal¨ª y Picasso y Zuloaga y el joven T¨¤pies y Mir¨®, pero tambi¨¦n muchos otros y otras menos conocidos y hasta olvidados que se encontraron del lado de los vencedores o de los vencidos, que se quedaron en Espa?a o que se marcharon, que permanecieron fieles a sus biograf¨ªas anteriores o presos de ellas para salir adelante o triunfar o tan solo para seguir vivos. La fatuidad de los carteles de propaganda con falangistas disfrazados de arc¨¢ngeles es tan desagradable como la palabrer¨ªa regimental de los nuevos d¨¦spotas oficiales o espont¨¢neos del arte. En 1940, Rafael S¨¢nchez Mazas arenga a los pintores: ¡°Os pido que pint¨¦is cara al nuevo sol, cara a la primavera y a la muerte, a la justicia, a la virtud, a la juventud, a la armon¨ªa, al orden exacto¡±. El energ¨²meno exvanguardista Gim¨¦nez Caballero es m¨¢s concreto en sus ordenanzas: ¡°A los rojos hay que vencerlos tambi¨¦n en el arte¡±; y adem¨¢s explica la reciedumbre testicular de los nuevos tiempos: ¡°Nuestra ¨¦poca espa?ola es hoy la de los hombres. Tiene acento viril. Tiene expresi¨®n de guerra. De macho. Todo lo feminoide ha pasado, con don Fernandito de los R¨ªos, con el Lyceum Club Femenino, con Aza?a y Cipri¡¡±.
Se sube por el ascensor transparente hasta la cuarta planta mirando el cielo matinal de Madrid y al llegar ya se entra sin aviso en el t¨²nel
Pero hay fulgores inesperados en este panorama de negrura, continuidades, supervivencias, regresos. Jim¨¦nez-Blanco me se?ala un cuadro espectacular del viejo Zuloaga, su Retrato de familia, en el que juega con sabidur¨ªa de gran pintor y cierta petulancia al paralelismo con Vel¨¢zquez. Un poco m¨¢s all¨¢ hay un autorretrato de Solana, casi tan sobrio en la vejez como un realista alem¨¢n de los a?os veinte, con una expresi¨®n de pesadumbre ensimismada y p¨®stuma. En Mosc¨², en 1945, Alberto S¨¢nchez dibuja una escena rural de Toledo, y la solidez de las figuras y los amarillos y los azules del paisaje a lo que se parecen es a los colores que estaba usando al mismo tiempo, en Espa?a, Benjam¨ªn Palencia. Mir¨® vuelve pronto y en torno a ¨¦l va brotando cautelosamente una escuela de nuevos pintores catalanes que recrean en medio de la dictadura y el aislamiento las libertades crom¨¢ticas de Paul Klee y Kandinsky. Jos¨¦ Caballero dise?a decorados de teatro que se parecen a los que hac¨ªa a?os atr¨¢s, en el otro mundo abolido, para las funciones de La Barraca. En 1949, el formidable pianista stride Willie The Lion Smith, una reliquia del Harlem de los a?os veinte, da un concierto en Barcelona, y el cartel entre figurativo y abstracto lo dise?a Modest Cuixart. El figurinista Vit¨ªn Cortezo inventa floridos vestuarios como de drag queens para los autos sacramentales que dirige con gran audacia esc¨¦nica Luis Escobar. Las portadas sat¨ªricas de La Codorniz cultivan un estilo gr¨¢fico aprendido del dada¨ªsmo y de los fotomontajes alemanes de los a?os veinte. A trav¨¦s de la admiraci¨®n por las pinturas de Altamira, artistas de talento como Mathias Goeritz conciben una est¨¦tica radicalmente moderna, que ya anuncia la influencia inminente del expresionismo abstracto americano. Gonz¨¢lez-Ruano, con su conocida gallard¨ªa, excomulga a Picasso en Arriba en 1948: ¡°Picasso ha hecho el juego a una pintura sin patria, a una pintura de enga?os, a una pintura jud¨ªa¡±. La polic¨ªa espa?ola mantiene una ficha abierta sobre el pintor. Ver de cerca ese papel amarillento y esa mecanograf¨ªa desle¨ªda da la impresi¨®n de estar viendo la cara del funcionario que redacta el informe: ¡°Se ha tenido conocimiento de que el rese?ado, en uni¨®n de otros elementos rojos, ha escrito una carta al general De Gaulle¡¡±. En Espa?a, Carmen Laforet publica Nada en 1945, y en el exilio americano, Maruja Mallo pinta la que sin duda es su obra maestra, la imponente Cabeza de mujer negra.
Pero la gran lecci¨®n es sin duda la de los nombres menos evidentes. En Madrid, durante los a?os de Franco igual que en los de la Rep¨²blica y en los de la guerra, Santos Yubero toma una tras otra, sin darse mucha importancia, algunas de las mejores fotograf¨ªas hechas nunca en Espa?a. Santos Yubero es nuestro Weegee ignorado, nuestro Walker Evans de las fotos de pobres y telones pintados en barracas de feria. Su presencia es uno de los hilos que nos gu¨ªan en este itinerario aleccionador y pavoroso por el t¨²nel del tiempo de aquel pa¨ªs en tinieblas en el que la gente segu¨ªa intentando vivir.
Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra espa?ola. 1939-1953. Museo Reina Sof¨ªa. Madrid. Hasta el 26 de septiembre.
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