Un sill¨®n de verano (con bochornos)
El calor me hace a?orar aquel verano sin verano de 1816 en que fue concebido 'Frankenstein'
Verano. Y de qu¨¦ modo. El mercurio (suponiendo que, en el que ahora intento leer el calor, la plata l¨ªquida de los alquimistas no haya sido sustituida por alg¨²n fluido econ¨®mico de fabricaci¨®n china) se dispara abundante del bulbo que lo contiene y trepa por el capilar de cristal hasta cumbres cercanas a los 35 grados. Atm¨®sfera sofocante, ambiente pegajoso, la lengua tapizada de papel de lija; se hace dif¨ªcil respirar en esta noche que ha olvidado su funci¨®n refrescante: ¡°Crepita?/ sin quemarse?/ la noche?/ del verano¡±, dec¨ªa en una oda de 1954 el a¨²n joven Neruda, a¨²n m¨¢s acalorado, probablemente, por la reciente muerte de Stalin, de cuya naturaleza social-divina hab¨ªa escrito, a modo de invidente y servil obituario: ¡°Nacieron?/ de sus manos?/ cereales,?/ tractores,?/ ense?anzas,?/ caminos¡±. Lo sabemos, al menos desde (el tambi¨¦n ciego) Homero: nadie es perfecto, ni siquiera los grandes poetas que supieron cantar en tiempos dif¨ªciles. Me consuelo en esta noche mineral (con permiso de Francisco Solano), aut¨¦ntico castigo de un Dios irritado (como casi siempre) y que sabe que ya no queda ni un justo en la Sodoma de Rajoy (que la nostalgia no te haga mirar atr¨¢s, Yrit, le digo a la mujer de Lot); me consuelo, digo, homenajeando a Yves Bonnefoy, el ¨²ltimo gran poeta muerto y enterrado. Encuentro en su magn¨ªfico poemario D¨¦but et fin de la neige (1991; traducci¨®n espa?ola en Hiperi¨®n), cuyos versos refrescan y consuelan, su homenaje al (hoy) deseado meteoro: ¡°Nevar,?/ desembrollarse el cielo¡±. El bochorno me hace tambi¨¦n a?orar aquel est¨ªo sin can¨ªcula de 1816, el m¨¢s c¨¦lebre verano de toda la historia de la literatura, cuando las cenizas del volc¨¢n Tambora cubrieron los cielos de Europa filtrando la luz y trayendo el fr¨ªo y la tiniebla. Ignoro si la cosecha de 1816 fue buena para los vinos mediterr¨¢neos, pero s¨ª lo fue para aquellos salvajes civilizados (Byron, Claire Claremont, Mary Wollstonecraft Shelley, Percy Bysshe Shelley y el m¨¦dico John Polidori) a los que atra¨ªan, adem¨¢s de otras heterodoxias, el amor, el incesto y la pasi¨®n por transgredir, y que se complacieron durante tres d¨ªas cont¨¢ndose historias espeluznantes al calor de la chimenea de Villa Deodati, ante un lago Leman cuya superficie resplandec¨ªa oscura y espesa como lengua de alquitr¨¢n. De all¨ª surgi¨®, adem¨¢s de la hasta entonces m¨¢s completa representaci¨®n del vampiro (a cargo de Polidori), el personaje de Frankenstein, el nuevo Prometeo (Mary Shelley), aquel monstruo demasiado humano que fue engendrado con una chispa de electricidad y que iba a entrar por derecho propio en la iconograf¨ªa m¨¢s g¨®tica de la modernidad. Pero, ay, por m¨¢s que sea el lema de N¨®rdica, una de las editoriales que celebran su primera d¨¦cada de vida, por aqu¨ª ni la nieve llegar¨¢ pronto, ni se siente en el aire, ni hay m¨¢s criatura temible que quien yo me s¨¦ y puede seguir gobernando.
Amores
Leo en Darse, la estupenda recopilaci¨®n de escritos autobiogr¨¢ficos y ¡°testimonios¡± de Victoria Ocampo que ha publicado la Fundaci¨®n Banco de Santander (selecci¨®n y edici¨®n de Carlos Pardo), algunas reflexiones de la fascinante (y en cierto modo vamp¨ªrica, como tambi¨¦n lo fueron Alma Mahler o Ana?s Nin) socialite argentina acerca de Pierre Drieu la Rochelle, lo que me lleva a repasar la correspondencia entre ambos publicada en Lettres d¡¯un amour d¨¦funt (1929-1944), editada en franc¨¦s por Bartillat hace algunos a?os. De aquel extenso cruce de cartas sostenido mientras en Europa se preparaba y desencadenaba la cat¨¢strofe solo nos quedan 86 misivas de Drieu y 16 de Victoria (un incendio en un guardamuebles acab¨® con buena parte de los archivos de Drieu). Algunas se refieren a cuando la pasi¨®n (m¨¢s perentoria y obsesiva en ¨¦l) a¨²n ard¨ªa y otras son exponentes del di¨¢logo intelectual mantenido por ambos a distancia, incluidos sus diferentes puntos de vista sobre lecturas, el fascismo rampante y la guerra. Acerca de sus sentimientos es curioso comprobar ciertos celos del escritor franc¨¦s por las relaciones (s¨®lo plat¨®nicas) de Ocampo con los fil¨®sofos Keyserling y Ortega y Gasset (quien, por cierto, qued¨® obnubilado ante la belleza de la dama y, llevado por el despecho, se permiti¨® hablarle desde?osamente de su marido, Juli¨¢n Mart¨ªnez, calific¨¢ndolo de ¡°hombre vulgar¡±: y es que Ortega siempre tuvo algo de se?orito con mal perder). De su correspondencia m¨¢s mollar se ha perdido la carta en que Victoria expresaba su dolor por el derrumbe de Francia en junio de 1940, recibida por los filonazis argentinos (all¨ª abundaban) como el advenimiento de una nueva era. Pero podemos hacernos una idea de su contenido por los comentarios machistas de Drieu expresados en una nota de su Journal 1939-1945 (Gallimard, 1992): ¡°Recibida carta de V. Ocampo, proclamando su desesperaci¨®n franc¨®fila, su pavor ante la invasi¨®n nazi en Argentina. Dice que la juventud ha sido ganada por el prestigio de la gran aventura. M¨¢s hembraza (femelle) que nunca, toda gritos y pataleos, tierna y absurda¡±. Ya ven, para entonces al fascista Drieu se le hab¨ªa pasado la pasi¨®n.
Refresco
Nadie me invit¨® a la ¡°noche m¨¢s esperada¡±, aquella en la que ¡°se entra en un sue?o, se camina por la historia [sic] y los invitados se adentran en un universo paralelo en el que se detiene el tiempo¡±, y en el que ¡°nadie pod¨ªa imaginar una pareja m¨¢s extraordinaria: ella, un icono social (¡), la mujer que m¨¢s fascina en cada momento de su vida. El, un escritor de premio de relevancia mundial [sic, sic] y uno de los intelectuales m¨¢s importantes de nuestra ¨¦poca¡±. El lugar no es Villa Deodati, sino el castillo de Windsor; la ocasi¨®n, la fiesta de Porcelanosa; los invitados, todos los que deb¨ªan estar, incluido el eterno pr¨ªncipe Carlos (aka, ¡°orejas de soplillo¡±); la extensa cr¨®nica, de la que he seleccionado los entrecomillados, la proporcina?Hola!, a la que el noviazgo de la d¨¦cada ha conferido maneras de pat¨¦tica pero glamurosa revista literaria. Miren: yo, como casi todos ustedes, improbables lectores, estoy dispuesto a perdonar todas las bober¨ªas que se hacen en nombre del ciego y babeante amor. Pero, maestro, un poquito de contenci¨®n medi¨¢tica, al menos durante una temporada, suplico desde esta noche t¨®rrida de verano mientras se me cae de las manos (convertido en libro de arena) mi sobad¨ªsimo ejemplar de La casa verde.
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