Del apocalipsis de Muse al masaje de Disclosure
Contrastes acentuados en la tercera noche del FIB, la de mayor afluencia de los ¨²ltimos a?os
Para cualquier persona con cierto sentido del decoro y la contenci¨®n, exponerse durante casi dos horas al yugo sonoro de Muse debe de ser lo m¨¢s pr¨®ximo a experimentar un irrefrenable deseo de invadir Polonia. Aquello que Woody Allen confes¨® hace m¨¢s de veinte a?os. El mismo arrebato levantisco de someterse a una escucha compulsiva de la cabalgata de las valkirias, y acabar barruntando por qu¨¦ esquina del recinto van a aparecer los helic¨®pteros y el olor a napalm. Y ojo, que ni la referencia al apocalipsis ¡ªal de Coppola, pero valdr¨ªa cualquiera¡ª o a ning¨²n artilugio volador son gratuitas para un combo que hace bandera de las teor¨ªas de la conspiraci¨®n y el empleo de drones. Ocurre que la multitudinaria parroquia de los brit¨¢nicos, que casi reventaba las costuras del FIB anoche por primera vez en cinco a?os, bordea el ¨¦xtasis con tres tipos que quieren ser Queen, U2 y Led Zeppelin al mismo tiempo.
El empe?o se antojar¨ªa quijotesco para cualquier mortal, pero no para los reyes de la desmesura. Y aunque la colecci¨®n de injertos brinde la misma naturalidad que los andares de un gran monstruo de Frankenstein, es innegable que conecta con una clientela de intereses muy diversos, arremolinada ante un espect¨¢culo de rock pirot¨¦cnico para toda la familia. Ante tal derroche de p¨¢nico al vac¨ªo, el tierno recuerdo a aquel Plug In Baby que les catapult¨® al podio de aspirantes al trono dejado vacante por Radiohead (a finales de los noventa) resulta de una austeridad impropia, aunque su temprano recuerdo anoche vino muy bien para testar su estruendosa evoluci¨®n. Ser¨¢n excesivos, altisonantes, abigarrados, pero su ensalada de glam rock, progresivo, pespuntes electr¨®nicos y gui?os oper¨ªsticos es de una probad¨ªsima eficacia en las lides del rock de estadios, la liga en la que juegan.
Nadie factura m¨¢s tickets que ellos. Y se imponen por aplastamiento, ya sea con temas de Drones, su ¨²ltimo ¨¢lbum (Psycho, Mercy o The Handler), como con cl¨¢sicos de t¨ªtulo revelador (Supermassive Black Hole, Starlight o Uprising). Eso s¨ª, no se avistaron drones sobre el cielo de Benic¨¤ssim, y adem¨¢s dejaron el escenario ¡ª20 minutos antes de lo programado¡ª hecho un cisco de serpentinas de colores, entrelazadas sobre su entramado lum¨ªnico. Pero hab¨ªan cumplido ya con su parte del trato: el derroche sensorial (proyecciones epatantes, ca?ones de grafiti) que siempre acompa?a a su grandilocuente sonido. Son al¨¦rgicos a las medias tintas. Adhesi¨®n inquebrantable o aversi¨®n irresoluble, eso generan. No hace falta decir qu¨¦ opci¨®n prosper¨®.
Pasar de la terapia de choque de Muse al masaje bailable de sus paisanos Disclosure fue todo uno. Como teletransportarse de las gradas de Wembley a una discoteca de Ibiza. No hay nada disruptivo en la f¨®rmula de los hermanos Lawrence, chicos con aspecto de no haber roto un plato, cuya f¨®rmula juguetea con el house o el UK garage, apostando siempre por la l¨ªnea clara, con pulcra elegancia. Comenzaron haciendo gala de un directo m¨¢s org¨¢nico de los que sus discos podr¨ªan sugerir, y a mitad de su set (a medida que se retrotra¨ªan a Settle, m¨¢s jugoso que el posterior Caracal, todo hay que decirlo) pisaron el acelerador y convirtieron la explanada principal del FIB en una gran pista de baile con When A Fire Starts To Burn o Latch como principales resortes. No cuentan con voces que suplan a Sam Smith, Lorde o Gregory Porter, pero s¨ª con el imponente chorro de voz de Brendan Reilly, presente para acometer la melosa Moving Mountains.
La recuperaci¨®n de p¨²blico de Benic¨¤ssim fue a¨²n m¨¢s patente anoche. El festival ha conseguido que gran parte de su audiencia, tanto la brit¨¢nica como la espa?ola, se regerene, y ayer casi todas las actuaciones gozaron de buen calor ambiental. Los Echo & The Bunnymen de Ian McCulloch lo recabaron, con su colecci¨®n de incunables post punk (The Killing Moon, The Cutter, Lips Like Sugar) despachados con la suficiencia habitual, un poco con piloto autom¨¢tico pero siempre con clase. Bloc Party funcionaron a trompicones, porque Kele Okereke ha logrado que sean una banda muy distinta a la que fueron, y porque nada de lo que han hecho en la ¨²ltima d¨¦cada tiene la pegada de Positive Tension, Helicopter y dem¨¢s piezas de su debut.
Walking On Cars cubrieron la anodina cuota irlandesa de rigor, los londinenses Three Trapped Tigers expidieron un estimulante math rock en la onda de Battles; sus paisanos The Coral medraron sin sobresaltos ni alardes en el escenario grande y los galos La Femme sirvieron su synth pop nuevaolero con su desenvoltura habitual. En clave nacional, brill¨® el radiante crisol pop de los valencianos Ram¨ªrez Exposure, que tanto (y tan bien) remiten a la escuela indie brit¨¢nica de los ochenta, mientras que la jienense Zahara hizo gala del renovado vigor de su ¨²ltima etapa creativa, la que comienza con Santa (2015), su diverso tercer disco, que reclama consigna propia (sin sobados paralelismos) con una eficiente traducci¨®n al directo, movi¨¦ndose en esa fina l¨ªnea entre lo independiente (log¨ªsticamente) y lo mainstream (en sus hechuras sonoras). Si es que no son ya la misma cosa.
Incluso quienes se vieron perjudicados por su coincidencia horaria con Muse, como fue el caso de The Kills, cumplieron con creces. El d¨²o mixto brit¨¢nico-estadounidense no pierde qu¨ªmica, y sigue supurando rock and roll turbio e insano. Y con Alison Mosshart a¨²n erigi¨¦ndose como el mayor animal esc¨¦nico del fin de semana.
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