Cantar, contar, todo es empezar
Pat Metheny pase¨® sin rumbo por un repertorio convencional hecho a la medida de otros que no son ¨¦l

Randy Weston, en su autobiograf¨ªa, comienza diciendo: "No soy un m¨²sico, sino un contador de historias". Primera lecci¨®n: el m¨²sico de jazz no toca, habla. Algunos, por los codos. Los hay que hablan para s¨ª mismos, y quienes prefieren compartir sus sentimientos, la mayor¨ªa. Pero todos, sin excepci¨®n, casi, tienen una historia para contar. Si el m¨²sico del jazz toca sin contar, mal asunto.
Ocurri¨® el s¨¢bado, en Mendizorrotza. Dos que se suben al escenario, el uno mirando para Cuenca, y el otro para Cincinnati; el uno, que tiene una historia que contar, el otro, que no sabe por d¨®nde se anda. Ron Carter ¡ªcontrabajo¡ª y Pat Metheny ¡ªguitarras m¨²ltiples¡ª de pie, en medio del escenario. El primero es el que sabe; el segundo, no. El peli-estropajoso guitar hero pase¨® sin rumbo ¡ªdesarticulado, sin swing, sin vida, valga la redundancia¡ª por un repertorio convencional hecho a la medida de otros que no son ¨¦l. Mientras, su interlocutor le observaba con cara de aburrimiento. "?Qu¨¦ estoy haciendo aqu¨ª?", se deb¨ªa de preguntar. Eso hubi¨¦ramos querido saber todos.
Jornada, la de anoche, de reincidentes. Si me salen las cuentas, Pat Metheny ha tocado en Vitoria en nueve ocasiones (10, contando con la de ayer); C¨¦cile McLorin Salvant, pese a su exuberante juventud, en tres. En otros tiempos, los cr¨ªticos m¨¢s j¨®venes la tomamos con I?aki A?¨²a porque siempre tra¨ªa a los mismos, que entonces eran Oscar Peterson, Ella Fitzgerald y Dizzy Gillespie, y ¨¦l nos llamaba ignorantes, con raz¨®n. Ahora celebramos que C¨¦cile vuelva a Vitoria, y nosotros que la veamos.
El cabello rapado al cero; labios carmes¨ª, las consabidas gafas de pasta tirando a estridentes; vestido sin mangas muy veraniego en tonos claros, zapatos negros de media aguja¡ el atuendo en una diva es importante. Los m¨¢s viejos del lugar la comparan con Sarah Vaughan; palabras mayores.
C¨¦cile es, antes que nada, una voz milagrosa. Luego, su repertorio rarito, que ella encuentra por Internet. Composiciones amarilleadas por el tiempo, melod¨ªas que nadie ha escuchado en siglos, como Wild women don?t have the blues, que nos hablan de la condici¨®n femenina desde la perspectiva desvergonzada de las madres del blues. Temas dif¨ªciles ¡ªWives and lovers, de Bacharach¡ª, que si no lo son, ya se encarga ella de complicarlos (a veces, demasiado). La calvorota neodiva del jazz mastica cada palabra que sale de su boca. Es intensa hasta decir basta, y extraordinariamente generosa con sus m¨²sicos. No recuerdo si fue en What a little moonlight can do, que mand¨® parar para que su pianista, Aaron Diehl, recibiera la ovaci¨®n del respetable tras un solo que fue algo m¨¢s que un solo: un concierto en s¨ª mismo. ¡°Le hace eso alguno de sus m¨²sicos a una que yo me s¨¦¡±, comenta el aficionado con a?os de experiencia, ¡°y se encuentra con la carta de despido esper¨¢ndole en el camerino¡±.
Y lleg¨® Alfonsina y el mar, que C¨¦cile cant¨® en espa?ol, en el original. Fue empezar "por la blanda arena que lame el mar, su peque?a huella no vuelve m¨¢s¡", y el pabell¨®n todo quedar paralizado como por efecto de un rayo. Nadie yendo a buscar una cerveza al bar; nadie comentando la jugada con el/la compa?ero de butaca. Se dir¨ªa que todo Vitoria conten¨ªa el aliento. C¨¦cile, un hilo de voz de oro puro, col¨¢ndose por entre los recovecos del alma. Hay quien no pudo contener el lagrim¨®n¡ el Festival de Jazz de Vitoria, en su 40? edici¨®n, dijo adi¨®s.
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