El esp¨ªritu de la Sicilia normanda
La isla alberg¨® durante un breve periodo un reino en el que se hablaba ¨¢rabe, griego y franc¨¦s normando
La historia de los normandos en Sicilia comienza con un encuentro fortuito. Un grupo de j¨®venes peregrinos normandos, que en 1015 regresaba de Tierra Santa, fue abordado en un santuario de Apulia por una figura extra?amente ataviada que se present¨® como un lombardo. Su pueblo, les explic¨®, hab¨ªa vivido durante 500 a?os en el sur de Italia, pero la mayor parte del territorio que anta?o les hab¨ªa pertenecido se encontraba actualmente bajo la ocupaci¨®n bizantina. Y, apunt¨® con ¨¦nfasis, no ten¨ªa por qu¨¦ ser as¨ª. Con la ayuda de unos cientos de j¨®venes y fornidos normandos como ellos, se pod¨ªa enviar a esos griegos de vuelta por donde hab¨ªan venido; y los lombardos no olvidar¨ªan a sus amigos.
Era precisamente la oportunidad que hab¨ªan estado esperando: una invitaci¨®n ¡ªcasi una s¨²plica¡ª a entrar en una tierra rica y f¨¦rtil que ofrec¨ªa infinitas posibilidades para hacer fortuna. Regresaron a Normand¨ªa y expandieron la noticia; y as¨ª dio comienzo la gran migraci¨®n hacia el sur de j¨®venes aventureros sin ataduras en busca de camorra. En cincuenta a?os se hicieron los amos de toda el territorio italiano al sur de Roma. El Papa Le¨®n IX, aterrorizado al ver a las puertas a esos j¨®venes conquistadores aparentemente invencibles, lider¨® un Ej¨¦rcito contra ellos pero sufri¨® una sonada derrota. Pocos a?os despu¨¦s, su l¨ªder, un tal Roberto Guiscardo ¡ªel m¨¢s sorprendente aventurero militar que hubo entre Julio C¨¦sar y Napole¨®n¡ª, recibi¨® una investidura por parte del Papa de Apulia, Calabria y Sicilia.
Por entonces Sicilia llevaba tiempo formando parte del mundo griego; pero hab¨ªa sido invadida por los ¨¢rabes del norte de ?frica en el siglo IX y estos constitu¨ªan ahora la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Los normandos invadieron la isla en 1061. Encontraron una fuerte resistencia, pero en 1072 entraron en Palermo y, antes de que acabara el siglo, eran los se?ores de toda la isla. Ahora, sin embargo, se enfrentaban a un problema. No eran lo bastante numerosos como para controlar a una poblaci¨®n hostil; su ¨²nica esperanza consist¨ªa en convencer a las comunidades griegas y ¨¢rabes para que cooperasen en la forja de una nueva naci¨®n. De forma casi incre¨ªble, lo consiguieron. Tras la conquista, Roberto Guiscardo retorn¨® al continente; fueron su hermano menor Roger, junto con el hijo de Roger (Roger II), los que realizaron el milagro ¡ªy en verdad fue un milagro¡ª de la Sicilia normanda. Comenzaron con buen pie: el griego, el ¨¢rabe y el franc¨¦s normando fueron todas declaradas lenguas oficiales. A los griegos, que eran los mejores marinos, se les concedi¨® el mando de la flota. Las finanzas se pusieron en manos de los ¨¢rabes, cuyas matem¨¢ticas no ten¨ªan par.
M¨¢s milagroso todav¨ªa fue que esos principios pol¨ªticos se reflejaron en el arte y en la arquitectura. Viajad hacia el este por la costa norte hacia Cefal¨´, a la exquisita catedral que Roger II construy¨® entre 1131 y 1148. All¨ª, en lo alto de la b¨®veda de horno del ¨¢bside oriental, hay un mosaico inmenso del Cristo Pantocr¨¢tor, Soberano de Todo; para muchos de nosotros, se trata de la m¨¢s sublime representaci¨®n del Redentor en todo el arte cristiano. El estilo es puramente bizantino: tan solo los mejores artesanos griegos pudieron crearlo, tra¨ªdos de Constantinopla por Roger.
En Palermo, es la Capilla Palatina la que se erige suprema. Aqu¨ª, de forma m¨¢s deslumbrante que en ninguna otra parte de Sicilia, vemos c¨®mo se da expresi¨®n visual al milagro pol¨ªtico normando-siciliano, una fusi¨®n aparentemente natural de lo m¨¢s brillante de las tradiciones latina, bizantina e isl¨¢mica en una ¨²nica y armoniosa obra maestra. Su planta es en esencia la de una bas¨ªlica, con una nave central y dos laterales. Pero si observamos los mosaicos que hacen refulgir de oro la capilla, volvemos a darnos de bruces con Bizancio. Estas respuestas casi alternadas entre lo latino y lo bizantino, encastradas en tan esplendoroso marco, habr¨ªan bastado por si solas para que la capilla se ganase un puesto especial entre la arquitectura religiosa del mundo; pero tambi¨¦n est¨¢ decorada por, literalmente, una coronaci¨®n gloriosa, sin duda la m¨¢s inesperada techumbre de cualquier iglesia cristiana sobre la Tierra: un techo de moc¨¢rabes de madera en el m¨¢s puro estilo isl¨¢mico, tan magn¨ªfico como cualquier cosa que podamos encontrar en El Cairo o en Damasco. Y todo esto, recordemos, data del siglo de las cruzadas; ¨²nicamente aqu¨ª, en esta isla en el centro del Mediterr¨¢neo, se reunieron sus tres grandes civilizaciones, como nunca hasta entonces y como nunca despu¨¦s, en armon¨ªa y concordia. La Sicilia normanda pervive como una lecci¨®n para todos.
Por desgracia, el Reino ¡ªse hab¨ªa convertido en un reino en 1130, tras un acuerdo entre Roger II y el Papa¡ª tuvo una vida tr¨¢gicamente breve. Roger muri¨® en 1154 para ser sucedido por su hijo Guillermo el Malo (que tampoco fue tan malo) y por el hijo de Guillermo, Guillermo el Bueno, el cual erigi¨® el ¨²ltimo y m¨¢s espectacular monumento de la Sicilia normanda, la catedral de Monreale, que adorn¨® con casi una hect¨¢rea de gloriosos mosaicos y a la que a?adi¨® el que probablemente sea el claustro m¨¢s encantador del mundo. Se cas¨® con Juana, hija del rey ingl¨¦s Enrique II, lo que explica la existencia, entre los mosaicos del ¨¢bside oriental, del primer retrato conocido de Santo Tom¨¢s de Canterbury, de cuyo asesinato su padre fue indirectamente responsable. Lamentablemente, Guillermo muri¨® en 1189 sin descendencia, dejando como leg¨ªtima heredera a su t¨ªa, Constanza, a quien inexplicablemente hab¨ªa permitido que se casara con Enrique, el hijo del emperador Federico Barbarroja. Fue as¨ª como Sicilia perdi¨® su independencia ¡ªque nunca habr¨ªa de recuperar¡ª y se convirti¨® en un mero ap¨¦ndice del imperio.
La historia tiene, sin embargo, un ep¨ªlogo interesante. Justo cuando Enrique preparaba el viaje para asistir a su coronaci¨®n en Palermo, Constanza ¡ªque ahora ten¨ªa cuarenta a?os y llevaba nueve casada¡ª se descubri¨® encinta de su primer hijo. No acompa?¨® a su marido, prefiriendo dirigirse a Sicilia a su ritmo; y cuando lleg¨® a la peque?a poblaci¨®n de Iesi, cerca de Ancona, sinti¨® las contracciones del parto. Fue all¨ª, en una tienda levantada en mitad de la plaza del mercado, donde dio a luz a un hijo, Federico, que habr¨ªa de convertirse en Federico II, el mayor de todos los emperadores occidentales, digno portador del t¨ªtulo Stupor Mundi, Maravilla del Mundo. Y que encarnar¨ªa, durante una generaci¨®n m¨¢s, el esp¨ªritu de la Sicilia normanda.
John Julius Norwich es historiador brit¨¢nico, autor entre otros libros de Los normandos en Sicilia (Almed Ediciones), Historia de Venecia y Sicily: An Island at the Crossroads of History
?Traducci¨®n de Germ¨¢n Ponte
Babelia
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