Un ¡®mzungu¡¯ en jaque continuo
Una partida en un barco azotado por una tormenta en el ?frica negra
En un viaje que muestra las grandezas y miserias del ?frica negra, un atardecer maravilloso en el enorme lago Malaui da paso a una tormenta brutal que interrumpe una partida de ajedrez del autor. Luego observar¨¢ dramas y para¨ªsos habitados por pobres de solemnidad que parecen felices.
Atravesar el lago Malaui a bordo del m¨ªtico Ilala hasta el norte de Mozambique fue una lecci¨®n de vida en julio de 2005. Tras una paz suprema, lleg¨® el p¨¢nico bajo una tempestad cuyas consecuencias observ¨¦ desde la cubierta m¨¢s cara, junto al capit¨¢n, mientras sus explotados marineros se jugaban la vida para ayudar a subir a los viajeros de segunda y tercera por escaleras de cuerda. Y as¨ª llegu¨¦ al para¨ªso de Mbeca, donde vi los diferentes tipos de felicidad de blancos y negros.
¡°T¨² eres mzungu [piel blanca en bant¨²] y por lo tanto jugar¨¢s con blancas¡±, me orden¨® el marinero Tamika, tras invitarme a una partida de ajedrez. Antes, desde que zarpamos en Monkey Bay (Malaui), hab¨ªamos disfrutado de un momento maravilloso: el insuperable sol africano, vestido de naranja, rojo y morado, se hab¨ªa acostado sobre uno de los mayores lagos del mundo, en una quietud de nirvana.
La frase de Tamika sintetiza la historia del sur de ?frica desde el siglo XIX: los negros siempre jugaron con negras, sometidos al imperio comercial de los blancos y su abusiva explotaci¨®n de recursos naturales. Los colonizadores dejaron h¨¢bitos malignos, como una desigualdad brutal entre los de arriba y los de abajo, que se reflejaba en el Ilala, un medio de transporte vital desde 1951 hasta 2013 para quienes viven alrededor de los 29.600 kil¨®metros cuadrados de agua (580 de largo por 75 de ancho): camarotes muy c¨®modos en la cubierta superior; hacinamiento de personas, peque?os animales, verduras, frutas y paquetes de toda ¨ªndole en la inferior. Nuestra partida se interrumpi¨® cuando el barco empez¨® a moverse como un cascar¨®n. Tamika y sus compa?eros se pusieron en zafarrancho de combate contra los elementos. Me agarr¨¦ con fuerza a la barandilla junto al capit¨¢n, William Nyasulu, mientras ¨¦l ordenaba lanzar al agua los botes que transportaban a unos pasajeros y recog¨ªan a otros de la playa de Nkhotakota (Malaui), a 200 metros, sin embarcadero.
En esa parada y las siguientes vi escenas terror¨ªficas. Cada pasajero que se ergu¨ªa en los botes era sujetado con fuerza por los marineros hasta que se aferraba a las escaleras de cuerda. Pero entonces ven¨ªa lo peor: recuerdo a una mujer embarazada y con otro ni?o a la espalda, sacudida por el viento a diestro y siniestro, golpe¨¢ndose contra el casco hasta que una mano providencial la agarr¨® desde la cubierta de tercera clase antes de izar sus pollos y verduras. Los marineros se jugaban sus cabezas y extremidades a la ruleta rusa en cada bandazo. El capit¨¢n Nyasulu lo confirm¨®: ¡°En las traves¨ªas con temporal es raro que no tengamos alg¨²n brazo o pierna rotos. Y mis marineros cobran una miseria. He protestado a los armadores varias veces, pero no me hacen caso. Es terrible¡±.
Caminata por la selva
El lago estaba en calma cuando desembarcamos en la paradisiaca playa de Mbeca (Mozambique) para alojarnos en el Nkwichi Lodge, donde escasos turistas conviven con cooperantes internacionales, a 3.500 kil¨®metros de la capital, Maputo. Desde all¨ª, tras una hora de caminata por la selva y dos riachuelos donde el agua me llegaba al pecho, visit¨¦ el poblado donde viv¨ªan los nativos. Entonces surgi¨® la pregunta: ?Son felices estas gentes? Lo parec¨ªan, porque dispon¨ªan del elemento m¨¢s importante en ?frica: agua cercana y durante todo el a?o, lo que garantiza verduras y frutas, y mujeres dedicadas a su familia, sin invertir medio d¨ªa en acarrear bidones. Pero el hospital era horrible para unos ojos europeos, y la escuela consist¨ªa en un encerado desconchado en un recinto sin ventanas, suelo de tierra, sin mesas ni sillas ni luz. De vuelta en el Ilala, Tamika me recibi¨® con el tablero dispuesto para m¨¢s partidas: ¡°Ahora que somos amigos y que ya has visto c¨®mo vivimos los negros, perm¨ªteme el lujo de jugar con blancas, como si fuera un mzungu¡±. Su risa socarrona aument¨® mis dudas sobre qu¨¦ significa ser feliz.
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