El amor¨ªo telef¨®nico de Borges y otros secretos de la Biblioteca Nacional de Argentina
Restauradores, 'detectives' e inventores trabajan en la sombra para preservar el patrimonio bibliogr¨¢fico
Una bala perdida en una publicaci¨®n peri¨®dica, el amor¨ªo telef¨®nico que Jorge Luis Borges mantuvo durante m¨¢s de dos a?os con una mujer, mapas que borraron la presencia ind¨ªgena en el pa¨ªs y el fantasma de Evita Per¨®n son algunos de los secretos ocultos en la cara invisible de la Biblioteca Nacional de Argentina. Al cruzar sus puertas, se abre un universo de anaqueles, montacargas, escaleras, salas con temperatura y humedad controlada, talleres y m¨¢quinas, habitado por expertos apasionados que catalogan, restauran, ordenan, investigan, microfilman y digitalizan el patrimonio bibliogr¨¢fico nacional. Es tambi¨¦n un viaje en el tiempo, en el que es posible maravillarse frente a incunables del siglo XV, fotograf¨ªas del XIX y grabaciones audiovisuales de principios del XX.
La colecci¨®n de la biblioteca consta de unos 3 millones de piezas -entre libros, diarios, partituras, mapas, fotograf¨ªas, discos y otros-, pero crece de forma constante. Los reci¨¦n llegados son recibidos en la secci¨®n Adquisiciones, donde se los sella y se les pone una alarma. Luego pasan al Departamento de Procesos T¨¦cnicos para ser catalogados y ordenados por tama?o, antes de seguir rumbo al dep¨®sito general. All¨ª, distribuidos en tres s¨®tanos -que ocupan 19.000 metros cuadrados del edificio dise?ado por Clorindo Testa- las publicaciones posteriores a 1940 aguardan el llamado de alg¨²n lector para ser subidos en montacargas hasta las salas de lectura.
El itinerario habitual est¨¢ lleno de excepciones. Si el material llega en mal estado -o se descubre deteriorado en el dep¨®sito- va directo a la sala de primeros auxilios: Conservaci¨®n Preventiva. "Hay libros que vienen muy destruidos, muy manoseados, muy mal intervenidos y que el tiempo los ha golpeado bastante", describe Pablo Cortez, uno de los 36 integrantes del departamento. Han visto de todo: mapas doblados y agujereados, ejemplares sin lomos, con hojas sueltas que hay que armar como un puzzle, p¨¢ginas rotas y reparadas con cinta adhesiva e incluso un diario que lleg¨® con una bala dentro. Su misi¨®n es estabilizar el material y detener la degradaci¨®n.
En caso de necesitar m¨¢s cuidados, al paciente se lo interna en Preservaci¨®n y Restauraci¨®n. En ese taller, con paciencia infinita, manos expertas y detallistas reparan da?os pieza por pieza. Algunos de los libros que reciben se rompen con solo tocarlos, lo que obliga a extremar las precauciones y puede alargar el trabajo sobre un objeto semanas e incluso meses. Para la limpieza utilizan pinceletas de cerda suave y goma de borrar rallada; para remendar hojas rotas, papel Jap¨®n y un adhesivo natural formado con almid¨®n de trigo y agua. "Los criterios de conservaci¨®n son el respeto al original y la reversibilidad de todos los tratamientos. Por eso se usa este engrudo, porque con un poquito de humedad se puede sacar el papel Jap¨®n", explican los restauradores.
Negativos escondidos en un tren
El trabajo minucioso se repite en la fototeca y la mapoteca. El d¨ªa de la visita de EL PA?S, la conservadora fotogr¨¢fica Denise Labraga est¨¢ volcada con los negativos del diario Noticias, que funcion¨® entre 1973 y 1974, hasta ser cerrado por un decreto de Isabel Per¨®n. "El material se escondi¨® en un bolso en un tren que hac¨ªa el recorrido Buenos Aires - Tucum¨¢n. Estuvo un par de a?os haciendo ese viaje escondido", detalla Labraga. Despu¨¦s, permanecieron perdidos durante 30 a?os, hasta llegar a la biblioteca "en estado impecable".
Cerca de ella, el historiador fotogr¨¢fico Abel Alexander, descendiente de daguerrotipistas pioneros procedentes de Alemania, describe una de las joyas m¨¢s antiguas de la colecci¨®n: una fotograf¨ªa de Buenos Aires tomada por el italiano Benito Panunzi en 1867 o 1868. "Muestra una ciudad chata, no hab¨ªa ning¨²n edificio de m¨¢s de dos pisos, con calles empedradas y con transporte a tracci¨®n a sangre. Era una ciudad tranquila, casi colonial, pero ya se perfilaba como una gran capital de Am¨¦rica Latina".
Los primeros mapas que pueden encontrarse aqu¨ª se remontan al siglo XVIII. Cart¨®grafos franceses, ingleses y espa?oles se acercaron al continente americano en distintas expediciones, relata Graciela Funes, responsable del departamento. Entre los mapas m¨¢s importantes de esa ¨¦poca est¨¢n los catastrales, que establec¨ªan d¨®nde viv¨ªa cada uno. "Ah¨ª se puede ver c¨®mo se adaptan a las circunstancias, a las guerras...", dice Funes y pone como ejemplo los cambios que se realizaron en 1880, por la campa?a oficial del Gobierno argentino para poblar territorios: "En los primeros mapas, donde hab¨ªa diaguitas pusieron indios diaguitas. En 1880, donde hab¨ªa diaguitas ponen arbolitos, porque sino la gente se asustaba".
Los restauradores de la biblioteca, orgullosos de su trabajo, defienden las virtudes del material sobre el que trabajan: "La era digital nos da acceso y rapidez a la informaci¨®n, pero el soporte que tiene m¨¢s durabilidad es el papel. Hoy hay libros del a?o 1.000 que est¨¢n en buen estado y un DVD no te dura 20 a?os". Los microfilms, que contienen copias del acervo bibliogr¨¢fico, se conservan 500 a?os en condiciones ¨®ptimas. La duraci¨®n del soporte digital, al que la instituci¨®n ha comenzado a volcar todo su cat¨¢logo, es a¨²n un misterio. Para facilitar esta tarea tit¨¢nica cuentan con un inventor, Rub¨¦n Barbei, exempleado de Cannon, que ahora est¨¢ en pleno proceso de fabricaci¨®n de la m¨¢quina digitalizadora Biblos II.
En la biblioteca no hay ning¨²n libro milenario, pero s¨ª 21 incunables del siglo XV, entre ellos una p¨¢gina de una Biblia impresa en 1454 y un ejemplar comentado de la Divina Comedia de Dante Alighieri de 1484. Se encuentran en el coraz¨®n de la instituci¨®n, la sala del Tesoro. "Est¨¢n en un dep¨®sito amurallado y con c¨¢maras de seguridad", explica Mar¨ªa Etchepareborda, responsable de este espacio. Tambi¨¦n se conservan ah¨ª algunos de los primeros libros impresos en Argentina, como un Vocabulario de la lengua guaran¨ª, de 1772, procedente de una misi¨®n jesu¨ªtica del norte del pa¨ªs. "Argentina no ten¨ªa autorizaci¨®n (de Espa?a) para hacer una imprenta y los jesuitas hicieron su propia imprenta de tipos m¨®viles", narra Etchepareborda. Manuscritos, libros raros y primeras ediciones se guardan tambi¨¦n en este dep¨®sito custodiado.
La historia de la Biblioteca Nacional ayuda a entender el amor por los libros que profesan a d¨ªa de hoy los argentinos y del que dan fe las innumerables librer¨ªas de su capital. Su antecesora directa, la biblioteca p¨²blica de Buenos Aires, fue creada por decreto por la Primera Junta en 1810, seis a?os antes de que el pa¨ªs declarase su independencia. Desde entonces, varios de sus directores han sido intelectuales de gran prestigio, en especial Paul Groussac (1885-1929) y su sucesor m¨¢s c¨¦lebre, Jorge Luis Borges (1955-1973).
"?l paseaba solo por la Biblioteca y casi nunca hablaba en castellano. Hablaba en ingl¨¦s o en franc¨¦s", recuerda H¨¦ctor Sigales, uno de los empleados m¨¢s antiguos, quien coincidi¨® con Borges en sus ¨²ltimos dos a?os como director, cuando la Biblioteca estaba emplazada a¨²n en su anterior sede, en el barrio de San Telmo. "A cada libro que le¨ªa le pon¨ªa una cr¨ªtica", agrega Sigales.
Esas anotaciones manuscritas son el objeto del deseo de los investigadores Laura Rosato y Germ¨¢n ?lvarez. Tras a?os de b¨²squeda dentro y fuera de la Biblioteca, cuentan con unos 800 libros con apuntes y subrayados de Borges, que han aportado pistas sobre los procesos de lectura y de escritura del genial cuentista. Pero en esa labor detectivesca a¨²n aparecen sorpresas, como las notas que hallaron en una traducci¨®n espa?ola de Los cuatro evangelios. "Pensamos que era un manuscrito, pero nos equivocamos. Registran su amor¨ªo telef¨®nico con, suponemos por la fecha, Estela Canto. Est¨¢ anotado, de una manera casi obsesiva, las veces que la llama d¨ªa por d¨ªa, durante 2 a?os y medio", cuenta ?lvarez. Si no hay imprevistos, el a?o que viene saldr¨¢n a la luz los detalles. Otras muchas historias, a¨²n in¨¦ditas, aguardan su turno.
Babelia
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