Cuando los dioses te quieren
A los 17 a?os dej¨® en Granada a la familia y amigos y con m¨¢s miedo que ira lleg¨® a Madrid
Al principio, cuando el muchacho a¨²n estaba crudo, se hac¨ªa llamar Mike R¨ªos, pero en mitad de su carrera el ¨¦xito le ahorr¨® la necesidad de enmascararse de anglosaj¨®n y comenz¨® a ser aclamado por su nombre de pila. La conversi¨®n de Mike en Miguel debe entenderse como una conquista del amor que le tiene su p¨²blico. En realidad, ser tan admirado como querido es el hecho que define a este artista. Luego los calambres de su guitarra el¨¦ctrica le crearon ¨¢ngulos duros en el rostro y acabaron de fre¨ªrlo.
A los 17 a?os dej¨® en Granada a la familia, amigos y la pasi¨®n adolescente por una joven casada que lo inici¨® en el sexo de pie en el cuarto de la plancha a la hora del Angelus, y sin volver el rostro, con m¨¢s miedo que ira, lleg¨® a Madrid. Todo sue?o es siempre una huida. Se supone que Mike R¨ªos so?aba con ser una estrella del rock y cumplir la primera de sus reglas, vivir r¨¢pido y morir joven para dejar un bonito cad¨¢ver. Con una maleta de cart¨®n con remaches en un vag¨®n de tercera cruz¨® el solar patrio, que a¨²n estaba plagado de pollinos; en la capital de Espa?a le esperaban el olor a gallinejas en las tascas, los pollos al ast dando vueltas ante el hambre de los carpantas y los se?oritos de franela con una mano en el fino La Ina y con la otra en el bolsillo rasc¨¢ndose los genitales de los bares de Serrano. Ten¨ªa una guitarra y puede que se comprara un cintur¨®n con una hebilla dorada en forma de ¨¢guila y se la instalara en el bajo vientre para agarrarse a ella en los momentos de duda o desfallecimiento.
Un buen aspirante a rockero tiene la obligaci¨®n de parecer estar pasado de todo aunque tenga 20 a?os y debe oler a choto sudado, solo as¨ª llegar¨¢s a creer que el grito de su garganta no procede de los bafles sino de los compa?ones protegidos con un guante de boxeo en la entrepierna, y mientras camina con golpes duros de sus botas tiene que decirle a la tierra que pisa, ¡°no tiembles tierra, que no te voy a hacer nada¡±. En el rock nadie ser¨¢ nadie si no sue?a que un d¨ªa te va a besar la hebilla del cintur¨®n una joven princesa de rodillas. Si despu¨¦s de una actuaci¨®n estelar esa princesa no llega, el h¨¦roe libera del cuerpo la electricidad est¨¢tica, empapa de sudor varias toallas y piensa: ser¨¢ en el pr¨®ximo concierto. Princesas golfas o chicas plebeyas de oro a Miguel nunca le han faltado.
Rockero ib¨¦rico
Este chico un d¨ªa se atrevi¨® a doblarle el codo a Beethoven y sali¨® victorioso
Aquel joven Mike R¨ªos fue el primero que nos hizo creer que en este pa¨ªs de pasodobles, coplas, boleros y un flamenco de garrafa para turistas se pod¨ªa dar un rockero ib¨¦rico de verdad sin que pareciera un impostor, pero antes del ¨¦xito Mike R¨ªos tuvo que pasar por pensiones madrile?as con sabor a repollo, cantar en poblachos castellanos en un corral por donde correteaban gallinas, con gente de boina acodada en una barra de espaldas al escenario hablando de ovejas y de mujeres sentadas en sillas de enea pegadas a la pared esperando que alguien las sacara a bailar. No obstante, si eres un elegido, en una incierta curva del camino, cuando ya no lo esperas, acaba siempre por asomar el rostro la gloria. Miguel R¨ªos recuerda aquel d¨ªa en que lo recibi¨® el director de Hispavox. Llevaba agujereadas las suelas de las botas y a trav¨¦s de esos agujeros sent¨ªa las cosquillas amorosas que le hac¨ªa en las plantas de los pies la mullida moqueta. De esas cosquillas naci¨® el primer disco que lo iba a lanzar a la fama.
La traves¨ªa de Miguel R¨ªos con sus letras y canciones es la mejor forma de conocer la ¨²ltima historia de Espa?a, la del gobernador civil que abandona airado el concierto, la de las noches en los s¨®tanos de las comisar¨ªas, la del brindis por la muerte del dictador, la de los ligues a salto de mata pasando del amor en el coche en un descampado al triunfo orgi¨¢stico en un hotel de lujo; tambi¨¦n la Espa?a de la feliz acracia en los dulces d¨ªas de vino y porros, los gritos hist¨¦ricos de las fans que derribaban las vallas y te arrancan los botones de la chupa, la del tintineo del hielo en los vasos de la gauche divine. Miguel R¨ªos ven¨ªa de no haber cantado para Franco, de llevar a cuestas una rebeld¨ªa soterrada. Llegaron las giras internacionales, la pasi¨®n de la cuadrilla de amigos, los socialistas, el desencanto, el desconcierto bajo el humo de las aclamaciones, que a¨²n no han cesado.
Mike R¨ªos fue el primero que nos hizo creer que en este pa¨ªs de pasodobles, coplas, boleros y flamenco se pod¨ªa dar un rockero ib¨¦rico de verdad
Volver a Granada, regresar a sus or¨ªgenes sin abandonar ese eje de acero que atraviesa a este rockero de la cabeza a los pies, es el sue?o de aquella huida que no lo ha abandonado todav¨ªa. Por lo dem¨¢s este chico granadino un d¨ªa se atrevi¨® a doblarle el codo a Beethoven y sali¨® no solo ileso, sino victorioso de la apuesta. De hecho, el Himno de la alegr¨ªa, de la Novena Sinfon¨ªa, lo lleva Miguel R¨ªos pegado la piel sin que parezca una afrenta. As¨ª funciona la magia cuando los dioses te quieren, como es el caso.
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