Una regi¨®n entre nosotras
Nuestras historias son diferentes, pero son la misma, la historia de resistencia de nuestros territorios asolados por la violencia racista, clasista, militar y patriarcal; de all¨ª venimos, por eso sabemos qu¨¦ hay que hacer para aguantar
Faltaba un mes para las elecciones generales de Espa?a en 2023 y yo acababa de cumplir dos a?os viviendo en este pa¨ªs. Mi migraci¨®n, podr¨ªa decirse, no fue voluntaria. Por mi oficio period¨ªstico recib¨ª amenazas en Colombia y Reporteros Sin Fronteras me ayud¨® a salir de all¨ª y a buscar refugio en Madrid. As¨ª aterric¨¦ en Europa y, con relativa suerte, empec¨¦ a adaptarme al escenario espa?ol, famoso no precisamente por ser amable con el migrante. Pero, como dije, lo llevaba bien. Hasta ese junio de 2023, cuando dos hombres desconocidos, en dos lugares distintos y con 15 d¨ªas de diferencia, al escuchar mi acento, me gritaron ¡°sudaka¡±. Uno, borracho, agreg¨®: ¡°Como me digas algo te parto la cara¡±; el otro, sobrio, me exigi¨® devolverme a mi pa¨ªs. Ambas situaciones me lastimaron, pero la herida real vino despu¨¦s. Cuando cont¨¦ los hechos a diferentes amigas espa?olas, visiblemente angustiadas por m¨ª y despu¨¦s de lamentar mi experiencia, casi todas repitieron la misma frase: ¡°Pero tan raro, si t¨² no pareces latina¡±.
?Qu¨¦ es ser latina en Espa?a? ?C¨®mo debe actuar una persona latina? ?Cu¨¢les, se supone, deben ser sus rasgos, su personalidad y el color de su piel? ?Debemos ir de ruana, llevar trenzas, hablar quechua? Ya quisiera yo hablar en lenguas quechuas, pero me lleg¨® el destierro antes de tener la oportunidad. La herida migrante estaba abierta y le acababan de echar sal. Cuando cont¨¦ los hechos a mis amigas latinoamericanas, tambi¨¦n hubo una reacci¨®n com¨²n: quer¨ªan romperlo todo, protestar, salir a recordarle al blanco que lo conocimos a partir del saqueo. Pero somos latinas, antes de la furia est¨¢ el cuidado; quer¨ªan sanarme, arroparme y sobre todo alimentarme, el alimento de nuestros pueblos como pol¨ªtica de cuidados. Mi amiga salvadore?a me llev¨® a comer a una pupuser¨ªa cercana al Museo Reina Sof¨ªa, la peruana me prepar¨® un tiradito en su casa, la venezola me llev¨® a comer cachapas cerca al metro de Tribunal, y la mexicana me dijo: ¡°No hay tristeza que no cure un encebollado ecuatoriano del Mercado de los Mostenses¡±, y all¨¢ fuimos a dejar el llanto.
Nuestras historias son diferentes, pero son la misma, la historia de resistencia de nuestros territorios asolados por la violencia racista, clasista, militar y patriarcal; de all¨ª venimos, por eso sabemos qu¨¦ hay que hacer para aguantar.
El destierro me trajo a Espa?a, pero si no hubiera salido de Colombia no sabr¨ªa lo que hoy s¨¦ de Cuba, de Per¨², de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, de M¨¦xico y de Argentina, de Brasil, Ecuador y de Chile. Una Latinoam¨¦rica enorme se cobija en Madrid. En su poema Exilio, la poeta venezolana Yolanda Pantin escribi¨®: ¡°Ustedes perdieron un pa¨ªs dentro de ustedes¡±. Yo perd¨ª un pa¨ªs dentro de m¨ª y con ¨¦l sent¨ª que se me fue la vida, pero entre calles madrile?as encontr¨¦ el calor de una regi¨®n, una de miles, una Am¨¦rica Latina, como dijo Eduardo Galeano, ¡°la regi¨®n de las venas abiertas¡±. El aire que necesita la herida para curar. Y gracias a ella, ahora lo aprend¨ª a decir en quechua: Sonjoi chinkaininmantam kausarini: He vuelto a nacer, aunque ten¨ªa muerto el coraz¨®n.
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