El sonido de hoy: ?hay alguien ah¨ª?
Tras el denso siglo XX, la composici¨®n contempor¨¢nea es un laberinto fascinante de corrientes, en general, extra?as a su disfrute
?Qu¨¦ es lo contempor¨¢neo? Definirlo es como intentar atrapar al c¨¦lebre cerdo untado de aceite. La m¨²sica contempor¨¢nea plantea la misma dificultad como concepto, pero a?ade m¨¢s paradojas. La primera es que se ha convertido en una etiqueta tan borrosa que si se busca la exactitud hay que andar dando explicaciones a cada paso de lo que queremos decir con ello. Otro tanto le pasa a la "m¨²sica cl¨¢sica", un totum revolutum que engloba toda la m¨²sica de la historia, incluyendo la verdadera m¨²sica cl¨¢sica, es decir, la que sucedi¨® en el periodo denominado clasicismo. Las verdaderas preguntas sobre lo que es la m¨²sica contempor¨¢nea deben hablarnos sobre sus usos, sus adscripciones, la gente que se identifica con ella y, sobre todo, para qu¨¦ nos sirve.
La m¨²sica contempor¨¢nea es un concepto largo de casi 100 a?os; ya se usaba en los festivales de m¨²sica de Donaueschingen en los a?os veinte, cuando los animaba Hindemith. As¨ª pues, existe toda una ¡°tradici¨®n de m¨²sica contempor¨¢nea¡±, lo que constituye un absurdo. Llamar contempor¨¢neo a todo un siglo solo dice algo si lo contraponemos al rom¨¢ntico, que a su vez sucede al clasicismo, y este al barroco, etc¨¦tera. Pero suena incongruente si nos vemos como contempor¨¢neos del cine mudo, de la radio de Marconi, del cubismo o¡ del dodecafonismo.
La peripecia de la modernidad musical tiene, pese a todo, unos s¨®lidos engarces entre sus episodios. Primero de todo fue un rechazo de lo rom¨¢ntico, de lo narrativo, de la m¨²sica como confesi¨®n. Pero el rechazo se hizo dogma cuando un sistema de composici¨®n, el tantas veces mentado dodecafonismo, hizo imposible la reiteraci¨®n arm¨®nica que pudiera evocar, ya fuera m¨ªnimamente, esos afectos ligados a la redundancia sonora. De pronto, solo la ciencia pod¨ªa servir de met¨¢fora a la escritura musical. A partir de ah¨ª, cada respuesta al movimiento art¨ªstico anterior deb¨ªa encontrar la fisura de los altaneros edificios te¨®ricos que aspiraba a suceder.
Se dec¨ªa que el serialismo (sin¨®nimo de dodecafon¨ªa) convert¨ªa a la tonalidad anterior en un caso particular del nuevo sistema. Pero luego lleg¨® el serialismo integral, que llevaba el orden de la serie a todos los par¨¢metros sonoros, y proclamaba que el entra?able serialismo de las notas era una antigualla al no extender al todo el principio generador. "Sch?nberg ha muerto", proclamaba Boulez. Pero el siglo avanzaba y otros paradigmas, especialmente el minimalismo y el espectralismo, denunciaban que los par¨¢metros del sonido no eran homologables, que las notas eran equivalentes a n¨²meros, pero el timbre del sonido, no. Por tanto, el serialismo integral era una pura superstici¨®n. Adem¨¢s, aparec¨ªan las matem¨¢ticas, el azar, Oriente, John Cage, Am¨¦rica, la teatralizaci¨®n de la m¨²sica que proclamaba que o¨ªr no basta, la electr¨®nica¡ y finalmente, el siglo se acababa y la posmodernidad aprovechaba la confusi¨®n para proclamar que el impulso moderno era solo el color de un periodo.
El concepto de m¨²sica contempor¨¢nea se aplica a todo un siglo, que tambi¨¦n es el del cine mudo o la radio de Marconi. Suena incongruente
?Qu¨¦ ha quedado de todo ello? Un laberinto de corrientes, unas m¨¢s efervescentes que otras, la mayor¨ªa fascinantes como pr¨¢ctica, pero, en general, extra?as a su disfrute. Y como elemento b¨¢sico de la historia, la derrota de un mandato seg¨²n el cual la modernidad musical era la escucha del mundo desde la ¨²nica l¨®gica posible de la ciencia o, como dec¨ªa Umberto Eco, desde la met¨¢fora epistemol¨®gica.
El problema actual es c¨®mo digerir ese denso siglo, c¨®mo escucharlo colectivamente. Parece fuera de duda que los modelos de concierto p¨²blico que a¨²n dominan el panorama cultural musical son una r¨¦mora para ello, pero no se ve alternativa capaz de cargar con esa pesada mochila.
Es un lugar com¨²n que la "m¨²sica contempor¨¢nea" molesta en el entorno del concierto convencional, sea cual sea lo que denominemos contempor¨¢neo. Ni siquiera Sch?nberg es de repertorio. Hay mucha gente que ya se atreve a decir en voz alta que lo deseable es que la m¨²sica "dif¨ªcil" debe perder su reputaci¨®n y dejar de estorbar, preferiblemente, desaparecer de nuestro horizonte de prioridades culturales. Pero Europa ha apostado mucho y no lo quiere dejar perder. La nueva Sala Boulez de Berl¨ªn toma el relevo de la Cit¨¦ de la Musique de Par¨ªs o el Muziekgebouw de ?msterdam en el apartado de grandes instituciones que quieren acoger a la vieja-nueva m¨²sica.
Es interesante seguir el dietario de esta batalla est¨¦tica. Pero el problema es que, mientras tanto, los j¨®venes de ahora, los verdaderamente contempor¨¢neos, se sienten como guerreando por los abuelos y sin sitio para ellos. Quiz¨¢ sea la marca de Europa en nuestros d¨ªas.
Un cap¨ªtulo interesante de esa batalla generacional se ha dado en la ¨®pera, dada por muerta en la ¡°contemporaneidad¡±, resucit¨® como s¨ªntoma de que los antiguos dogmas estaban en cuarentena. Lo realizado en ¨®pera en las tres ¨²ltimas d¨¦cadas promete un acercamiento del p¨²blico a la creaci¨®n actual apenas sospechado antes. Pero se sigue esperando una "casa" propia, si Wagner la tuvo, los operistas del siglo XXI la merecen tambi¨¦n con creces. Se est¨¢ muy mal en casa del padre cuando ya has superado los 25 a?os. Y puede que mientras esperamos se nos hunda el chiringuito sobre las cabezas, que Europa ya no es lo que era.
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