El perfume del divo
Brian Cox imprime a su personaje car¨¢cter y brillantez, aplomo y coraje, pero todo el conjunto tiene aroma a producto de segunda fila
Pocas cosas peores para la agon¨ªa f¨ªsica que una mente despierta. La consciencia del declive, de la par¨¢lisis, de estar ante los ¨²ltimos metros de una carrera en la que se han logrado grandes triunfos que ya no se repetir¨¢n, suele ir acompa?ada de un acentuado sentimiento de misantrop¨ªa. Un estado al que el cine se ha acercado con reiteraci¨®n, ¨²ltimamente incluso con cierto hartazgo, sobre todo por el clich¨¦ del personaje del cuidador desprejuiciado que, ante la cerraz¨®n del enfermo, consigue sacar un ¨²ltimo soplo de aire fresco a una existencia decr¨¦pita, antip¨¢tica y desoladora. Desde la memorable Perfume de mujer (Dino Risi, 1974) hasta el modelo comercial actual, la inevitable Intocable, se han sucedido las imitaciones y las nuevas versiones, sin que nadie haya logrado a?adir apenas una pizca de originalidad al lugar com¨²n.
EL ?LTIMO ACTO
Direcci¨®n: J¨¢nos Edel¨¦nyi.
Int¨¦rpretes: Brian Cox, Coco K?nig, Anna Chancellor, Emilia Fox, Roger Moore.
G¨¦nero: comedia. Reino Unido, 2016.
Duraci¨®n: 89 minutos.
Veterano de la televisi¨®n de su pa¨ªs, documentalista con experiencia, y director de cine de trayectoria discontinua, el h¨²ngaro J¨¢nos Edel¨¦nyi al menos lo intenta en El ¨²ltimo acto con un tipo de personaje que encaja a la perfecci¨®n con esa misantrop¨ªa aciaga de la etapa final a la que se refiere el t¨ªtulo: el del divo de la interpretaci¨®n teatral y cinematogr¨¢fica. Una novedad que acaba conformando casi una mezcla milim¨¦trica entre las m¨²ltiples esencias de mujer, reales o metaf¨®ricas, y El crep¨²sculo de los dioses: como si Norma Desmond, adem¨¢s de refocilarse cada noche en la pantalla del sal¨®n con sus ¨¦xitos pasados y tener una mansi¨®n repleta de fotos de sus tiempos de gloria, tuviera que ir en silla de ruedas y con pa?ales para la incontinencia.
El escoc¨¦s Brian Cox imprime a su personaje car¨¢cter y brillantez, aplomo y coraje, pero todo el conjunto, sin molestar, tiene un fastidioso aroma a producto de segunda fila, tanto en su escritura y convencional puesta en escena como en el apartado m¨ªtico. A que tienen a Cox y a Roger Moore (en un cameo de s¨ª mismo) porque no pudieron contratar a Michael Caine y Anthony Hopkins. De modo que solo el cuarto de hora final, mejor escrito y con Cox demostrando cu¨¢n distinto es gritar en el escenario y simplemente alzar la voz, deja cierto regusto a recuerdo.
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