Derivas continentales
Nuestra curiosidad o nuestro papanatismo nos mantienen al tanto de todo lo bueno y todo lo mediocre que se escribe en ingl¨¦s en EE UU
Siempre son inusitadas las geograf¨ªas de la literatura. Los libros, los escritores, los lectores, las influencias crean conexiones tan complicadas como los circuitos neuronales, para desconcierto de quienes aspiran a la organizaci¨®n administrativa o patri¨®tica de los hechos literarios. Escribo y me viene a la memoria una mesa redonda sobre ¡°novela granadina¡± a la que asist¨ª, en Granada, hace much¨ªsimos a?os. Un profesor universitario explic¨® en la introducci¨®n que la principal dificultad para escribir novelas en Granada era que la ciudad ¡ªo la provincia, no me acuerdo¡ª, si bien hab¨ªa sido tan f¨¦rtil engendrando poetas, carec¨ªa de tradici¨®n novel¨ªstica, si se exceptuaba a Pedro Antonio de Alarc¨®n. Este profesor clarividente luego se gan¨® un gran prestigio acad¨¦mico demostrando, con el rigor propio del gremio, que Federico Garc¨ªa Lorca y Francisco Ayala eran tan falangistas como Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, si no m¨¢s.
Un escritor no descubre ni educa su vocaci¨®n gracias a los modelos nacidos en su comarca de origen; ni siquiera en su pa¨ªs, y ni siquiera en su lengua
Afortunadamente, un escritor no descubre ni educa su vocaci¨®n gracias a los modelos o a los predecesores nacidos en su comarca de origen; ni siquiera en su pa¨ªs, y ni siquiera en su lengua. Uno suele escribir usando los materiales que tiene m¨¢s a mano, el idioma y el mundo que mejor conoce, pero la atracci¨®n de lo distinto y lo extranjero puede ser mucho m¨¢s poderosa que la de lo m¨¢s cercano, aunque esto entristezca o incluso indigne a los celebradores de las identidades. Era evidente que la Granada de los a?os ochenta en la que yo empezaba a escribir carec¨ªa de una tradici¨®n de novelistas locales casi tan radicalmente como carec¨ªa de una escuela de f¨ªsicos te¨®ricos o de compositores de ¨®pera. Pero mi tradici¨®n era la de toda la literatura que hab¨ªa le¨ªdo y que me hab¨ªa importado hasta el punto de influir mi manera de estar en el mundo, y mi geograf¨ªa abarcaba desde el San Petersburgo de Dostoievski y el Mosc¨² de Tolst¨®i y Ch¨¦jov hasta los bosques australes de Pablo Neruda, y el sur de William Faulkner no me era menos familiar que el de mi propia tierra, aunque lo conociera entonces filtrado por las traducciones y por el trabajo exclusivo de la imaginaci¨®n. Mucho antes de la interconexi¨®n universal de Internet ya exist¨ªa la de las lecturas. Como aspirante a novelista yo viv¨ªa m¨¢s en Buenos Aires, en Macondo, en Santa Mar¨ªa, en Comala, en la Lima triste del Zabalita de Vargas Llosa que en la Granada de mi vida familiar y mis obligaciones laborales. En la ¨¦poca en la que empezaban a imponer su halago y su chantaje las identidades comarcales forzosas, el mejor ant¨ªdoto contra la obligaci¨®n de ser andaluz, y adem¨¢s novelista andaluz, era trazar un mapa aproximado de todas las influencias de las que uno se alimentaba. Por supuesto que uno tiende a escribir sobre ¨¢mbitos muy limitados del mundo, sobre mundos que no se extienden mucho m¨¢s all¨¢ de su experiencia directa y profunda. Pero la literatura consiste en esa paradoja, la de lo extremadamente singular que sin dejar de serlo se vuelve inteligible para cualquiera en cualquier parte y en cualquier tiempo.
Mi geograf¨ªa abarcaba desde el San Petersburgo de Dostoievski y el Mosc¨² de Tolst¨®i y Ch¨¦jov hasta los bosques australes de Pablo Neruda
Sin salir apenas de ?beda y de Granada, mi geograf¨ªa de la literatura abarcaba entre otras amplitudes la de Am¨¦rica Latina. Para intentar escribir una novela en Granada no hab¨ªa necesidad de resignarse a Pedro Antonio de Alarc¨®n. Estaban Rulfo, Onetti, Vargas Llosa, Bioy Casares, Carpentier, Cort¨¢zar, Garc¨ªa M¨¢rquez, Manuel Puig. Tambi¨¦n ellos hab¨ªan elaborado sus propias geograf¨ªas, en sus novelas y en sus vidas. Hab¨ªan elegido maestros en otras lenguas y hab¨ªan escrito sobre sus pa¨ªses de origen en capitales extranjeras, o hab¨ªan inventado ciudades y pa¨ªses a la medida de sus imaginaciones.
Las capitales de la literatura latinoamericana han sido y son con mucha frecuencia ciudades extranjeras. Cabrera Infante escrib¨ªa sobre Cuba en Londres, Vargas Llosa sobre Lima en Par¨ªs y Barcelona, Onetti sobre su Santa Mar¨ªa inventada en Buenos Aires y luego en Madrid, Garc¨ªa M¨¢rquez sobre Macondo en M¨¦xico, Ricardo Piglia sobre Buenos Aires en Nueva Jersey, Roberto Bola?o casi en cualquier capital sobre cualquier otra capital, tan errante en M¨¦xico como en Barcelona.
Ahora una de las capitales de las literaturas hisp¨¢nicas es Nueva York. Pertenecemos a pa¨ªses muy poco comunicados entre s¨ª, a pesar de la comunidad enga?osa del idioma; pa¨ªses casi siempre muy enconados en sus ensimismamientos. Fuera de los nombres m¨¢s evidentes, es muy dif¨ªcil que un escritor de Am¨¦rica Latina sea le¨ªdo en Espa?a; pero es igual de dif¨ªcil que en un pa¨ªs de Am¨¦rica Latina se lea lo que se escribe en el pa¨ªs de al lado. Tendemos a vivir encerrados en las habitaciones muy peque?as de una casa muy grande. Nuestra curiosidad o nuestro papanatismo nos mantienen al tanto de todo lo bueno y todo lo mediocre que se escribe en ingl¨¦s en Estados Unidos. Pero nuestra amplitud de miras se vuelve condescendencia a la hora de leer a escritores que nos parecen irrelevantes por la exclusiva raz¨®n de que no nos suenan sus nombres.
Fuera de los nombres m¨¢s evidentes, es muy dif¨ªcil que un escritor de Am¨¦rica Latina sea le¨ªdo en Espa?a
En Nueva York, a lo largo de unos cuantos a?os, en una maestr¨ªa de escritura creativa en la que trabajaba ¡ªen espa?ol de Espa?a ¡°maestr¨ªa¡± se dice ¡°m¨¢ster¡±¡ª he tenido la oportunidad de poner al d¨ªa y ampliar mi geograf¨ªa de la literatura. En una ciudad, en unas aulas, en los caf¨¦s y los bares y las librer¨ªas de las calles cercanas, cabe el boceto de un continente de palabras escritas. Tambi¨¦n de acentos, y vocabularios: me he adiestrado en distinguir las m¨²sicas sutiles del espa?ol de cada pa¨ªs, y las variedades jugosas y desconcertantes de su l¨¦xico. Cuando una persona se hace mayor tiende a pensar que tambi¨¦n envejece y declina el mundo. He conocido a j¨®venes que conocen y aman tanto o m¨¢s que yo libros que a m¨ª me apasionaban cuando ellos a¨²n no hab¨ªan nacido. Algunos de ellos ya van siendo conocidos. Otros desplegar¨¢n su talento en muy pocos a?os. Han llegado a Nueva York desde casi cualquier pa¨ªs de habla espa?ola, y aqu¨ª han descubierto no sin asombro lo que tienen en com¨²n y lo que los distingue, y lo que los sit¨²a a todos a este lado de la divisoria entre el espa?ol y el ingl¨¦s, en el punto de fricci¨®n y encuentro entre dos mundos. Hay que estar muy atento a lo que va a suceder, a lo que est¨¢ sucediendo ya.
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