El interrogador y el novelista
John Nixon llevaba en 2003 cinco a?os de su vida averiguando todo lo que se pudiera saber sobre una persona, Sadam Husein
![Sadam Husein, fotografiado en 1999.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/YXVXWL5UARIUZ27OKNZXMKCSIU.jpg?auth=870ed2c1bb59a9a53ad93aff82bd63c7cf9dddaee0806bfc669a3c9ecb0f1739&width=414)
En diciembre de 2003 John Nixon llevaba cinco a?os dedicando su vida a una especialidad que combinaba lo extremadamente restringido y espec¨ªfico con lo inabarcable. Llegaba cada ma?ana a su escritorio en la sede de la CIA, en las afueras de Washington, y se pasaba el d¨ªa entero averiguando y organizando todo lo que se pudiera saber sobre una sola persona, Sadam Husein. En 1998, cuando Nixon empez¨® su trabajo, Husein era un d¨¦spota sanguinario en la plenitud de su poder. A finales de 2003 su r¨¦gimen se hab¨ªa derrumbado casi de la noche a la ma?ana despu¨¦s de la invasi¨®n dirigida por Estados Unidos, y del paradero del dictador no se sab¨ªa nada, aunque hab¨ªa una recompensa de 25 millones de d¨®lares para quien ayudara a apresarlo. El trabajo de John Nixon hab¨ªa sido hasta entonces del todo sedentario y administrativo. Era un detective inm¨®vil persiguiendo a un fantasma. Hab¨ªa acumulado m¨¢s informaci¨®n que nadie sobre todos los aspectos de la vida de Sadam Husein, su infancia, su ciudad de origen, su familia, sus aficiones, sus esposas y sus hijos y las familias de sus hijos, sus amantes, sus parientes numerosos, sus man¨ªas, sus intenciones, su salud. Con la ayuda de m¨¦dicos especialistas estudiaba fotos y v¨ªdeos de Sadam buscando s¨ªntomas de posibles enfermedades. Sab¨ªa que fumaba cuatro puros al d¨ªa y que por la costumbre de chuparlo se le descolgaba por un lado el labio inferior. Y cuanto m¨¢s averiguaba, m¨¢s dificultad ten¨ªa en ordenar los fragmentos de un rompecabezas que se iba complicando al agrandarse, y m¨¢s se daba cuenta de la extensi¨®n de todo lo que nunca llegar¨ªa a saber.
Una noche de 2003 recibi¨® una llamada que de pronto daba sentido a todos sus a?os de estudio, a toda aquella erudici¨®n que cada vez m¨¢s sospechaba superflua
Dos circunstancias complicaban por a?adidura su investigaci¨®n: la primera, la posibilidad de que algunas de las im¨¢genes y testimonios de Sadam no tuvieran que ver con ¨¦l, sino con alguno de los dobles de los que al parecer se serv¨ªa para desorientar a sus enemigos; la segunda, que sus informes tan empapados de erudici¨®n no despertaban mucho inter¨¦s entre sus superiores en la CIA o entre los asesores y altos cargos de la Casa Blanca. John Nixon, un funcionario p¨²blico orgulloso de su tarea, observaba, primero con desconcierto, luego con desolaci¨®n y esc¨¢ndalo, que el presidente Bush, sus adl¨¢teres y sus aliados estaban dispuestos a embarcarse a cualquier precio en la invasi¨®n de Irak y a inventar pruebas falsas sobre las armas de destrucci¨®n masiva que Husein habr¨ªa acumulado. La informaci¨®n recogida por esp¨ªas y analistas era tan superflua como todo el volumen abrumador de datos suministrados por la vigilancia electr¨®nica, por la invasi¨®n ilegal y universal de las comunicaciones privadas. Y los propios directivos de la CIA procuraban entregar al presidente y a sus colaboradores tan solo aquellos informes que confirmaran sus prejuicios y pudieran ser manipulados en beneficio de sus intenciones insensatas. Invadieron un pa¨ªs y desa?taron una calamidad de muerte, destrucci¨®n y caos pol¨ªtico sin haber dedicado ni cinco minutos a planear una vez que hubiera ca¨ªdo el dictador. A John Nixon, tan consagrado a su erudici¨®n, lo asombraba la ignorancia de quienes tomaban decisiones capitales para millones de vidas humanas y para el equilibrio del mundo. Ped¨ªan res¨²menes muy simplificados y los dejaban sin leer, o los hac¨ªan modificar para adaptarlos a sus embustes y sus intereses.
En marzo de 2003, cuando empez¨® la invasi¨®n, Sadam Husein ya estaba tan apartado del Gobierno que apenas tom¨® ninguna decisi¨®n. Dedicaba su retiro a escribir una novela
En diciembre de 2003 Nixon estaba en Bagdad. Una noche recibi¨® una llamada que de pronto daba sentido a todos sus a?os de estudio, a toda aquella erudici¨®n que cada vez m¨¢s sospechaba superflua. Sadam Husein acababa de ser apresado por un comando militar, pero hac¨ªa falta identificarlo sin ninguna duda, y nadie m¨¢s que ¨¦l pod¨ªa hacerlo. Nadie en el mundo sab¨ªa tanto de Sadam Husein.
En un veh¨ªculo blindado y con los faros apagados, lo llevaron al aeropuerto a m¨¢s de 100 kil¨®metros por hora, para evitar emboscadas. John Nixon tiene talento para los detalles de atm¨®sfera. Avanz¨® por un t¨²nel medio a oscuras y al fondo hab¨ªa una puerta que daba a una sala de duchas. Sadam Husein estaba sentado en una silla de pl¨¢stico, con un rop¨®n largo, con un chaquet¨®n azul de cremallera. Mostraba una tranquilidad perfecta. Aun sentado se ve¨ªa que era un hombre muy alto y fuerte. John Nixon sab¨ªa los tres indicios que permitir¨ªan identificarlo: un peque?o tatuaje tribal en el dorso de la mano derecha, entre el pulgar y el ¨ªndice; otro en forma de media luna en la mu?eca derecha; una cicatriz de bala en el muslo derecho. Cuando Nixon, no sin escepticismo, porque sab¨ªa que era un bulo, le pregunt¨® por sus dobles, Husein se lo qued¨® mirando con desd¨¦n y se ech¨® a re¨ªr: ¡°?Qui¨¦n le dice que soy yo, y no uno de ellos?¡±.
Durante dos meses, todos los d¨ªas, John Nixon interrog¨® a Sadam, o m¨¢s bien convers¨® con ¨¦l, siempre en la misma habitaci¨®n cuartelaria y desnuda, con el suelo de tierra y las paredes de ladrillo, cada uno en una silla de pl¨¢stico, a los lados de una mesa. Dej¨® la CIA unos a?os despu¨¦s y ahora lo cuenta todo, o todo lo que le permiten, en un libro de lectura inquietante, Debriefing the President. Cada d¨ªa que hablaba con ¨¦l le costaba m¨¢s asociar a ese hombre con la figura agigantada que la propaganda hab¨ªa hecho de ¨¦l. Hab¨ªa sido, desde luego, un tirano espantoso, un criminal sin remordimiento. Tambi¨¦n era un hombre de inteligencia natural y muy escasa cultura que apenas hab¨ªa salido de su pa¨ªs y no sab¨ªa nada del mundo exterior. Ni ten¨ªa armas de destrucci¨®n masiva ni hab¨ªa estado detr¨¢s del atentado de las Torres Gemelas. Nunca entendi¨® que siendo como era un dictador secular Estados Unidos lo considerara un enemigo a destruir y no un aliado en la lucha contra el terrorismo islamista. Entre el interrogador y el interrogado iba creciendo una familiaridad ine?vi?table. A Sadam Husein lo halagaba que un agente de la CIA supiera tanto sobre ¨¦l. John Nixon ten¨ªa la satisfacci¨®n de comprobar la exactitud de la mayor parte de sus conocimientos.
Algo que le dijo su prisionero no lo hab¨ªa sospechado nunca. En marzo de 2003, cuando empez¨® la invasi¨®n, Sadam Husein ya estaba tan apartado del Gobierno que apenas tom¨® ninguna decisi¨®n. Dedicaba su retiro a escribir una novela. Su queja m¨¢s reiterada contra los americanos era que no le dejaban materiales para escribir y que le hab¨ªan extraviado el manuscrito.
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