?Cansados del yo?
Mezcla de memoria y novela, la autoficci¨®n presenta s¨ªntomas de fatiga y corre el riesgo de convertirse en una f¨®rmula
El n¨²mero de septiembre del Magazine Litt¨¦raire dedicaba su portada a la autoficci¨®n. Una vi?eta central caricaturizando las m¨²ltiples formas con que el Yo del autor se escribe ahora mismo serv¨ªa para insinuar un cierto hartazgo. Como si la f¨®rmula, surgida en suelo franc¨¦s de un debate entre Philippe Lejeune y Serge Doubrovsky, hubiera ca¨ªdo en un ombliguismo infecundo. Por su parte, Manuel Alberca, autor de la expresi¨®n ¡°pacto ambiguo¡± que sirvi¨® para definir te¨®ricamente aquella propuesta narrativa en 2007, se baj¨® del autob¨²s en una conferencia reciente que abri¨® (combativamente) diciendo: ¡°Me cansa ya la autoficci¨®n, los a?os empiezan a darme una visi¨®n m¨¢s seria de la literatura¡±. Aqu¨ª y all¨¢ hay muestras de fatiga en relaci¨®n a la autoficci¨®n, a pesar de su ¨¦xito arrollador en los ¨²ltimas d¨¦cadas. Fatiga debida en parte a la extrema dificultad de reconocer los l¨ªmites del g¨¦nero y de saber qu¨¦ estamos leyendo. Entiendo que hablar de l¨ªmites en una creaci¨®n literaria no es prudente, pero el conocimiento solo puede construirse elaborando ideas sobre lo que observamos o sobre lo que leemos. Es imposible que yo, como lectora, lea un libro y no piense en qu¨¦ tipo de libro he le¨ªdo. Leo Llamada perdida, por ejemplo, de Gabriela Wiener, un libro h¨ªbrido, autobiogr¨¢fico ¡ª¡°la intimidad es mi materia, mi m¨¦todo¡±¡ª, pero no por ello exento de autoficcionalidad. La escritora ha construido un personaje de s¨ª misma, con unos rasgos que la identifican y que le son ¨²tiles para construir en libros y art¨ªculos la cr¨®nica de un yo bullicioso, confesional y amante del sexo. Ella es su marca, como lo dir¨ªamos de un cantautor. ?Autobiograf¨ªa? ?Autoficci¨®n?
Hagamos un poco de historia. En los a?os ochenta los g¨¦neros auto/biogr¨¢ficos emergieron con intensidad aportando una nueva luz a la narrativa. Las llamadas escrituras del Yo (autobiograf¨ªas, diarios, memorias, correspondencias) adquir¨ªan un reconocimiento hasta entonces in¨¦dito entre nosotros. Herederos de una tradici¨®n moral que penaliz¨® por siglos la libre expresi¨®n individual, la b¨²squeda de la verdad sobre uno mismo hab¨ªa desaparecido de nuestro horizonte epistemol¨®gico. ?Qui¨¦n se atrev¨ªa a decir qui¨¦n era y de d¨®nde ven¨ªa en los siglos XVII, XVIII y XIX? En el centro del XX se impuso Franco y la verdad hist¨®rica qued¨® de nuevo arrasada. Nosotros, culturalmente, venimos de ese menosprecio secular al individuo, venimos de una verborrea insoportable. La escritura autobiogr¨¢fica significaba, en lo m¨¢s profundo, una apuesta por la verdad. Y aparecieron obras iluminadoras, fruto de una libertad pol¨ªtica desconocida hasta entonces. Baste recordar las memorias de Barral, Coto vedado, de Juan Goytisolo, El cine de los s¨¢bados de Terenci Moix, los dos testamentos de Salvador P¨¢niker, Los hijos de los vencidos de Lidia Falc¨®n, Memoria de la melancol¨ªa, de Mar¨ªa Teresa Le¨®n, las primeras arboledas de Alberti, los diarios de Rosa Chacel, la autobiograf¨ªa de Carlos Castilla del Pino¡ De pronto las cosas estaban cambiando y la literatura conquistaba un nuevo espacio creativo no ficcional que nos era imprescindible culturalmente. Aquella emergencia autobiogr¨¢fica coincidi¨® con nuevas especulaciones narrativas, la m¨¢s importante fue la autoficci¨®n. Una escritura experimental que puso en cuesti¨®n la expresi¨®n del Yo del autor: ?c¨®mo escribir desde un yo que se sabe inestable y escurridizo si no es encontrando un distanciamiento adecuado e igualmente vulnerable al azar y a la contingencia de la vida? Es la pregunta que se hacen Coetzee o Paul Auster, pero tambi¨¦n Esther Tusquets, F¨¦lix de Az¨²a, Javier Mar¨ªas, Enrique Vila-Matas o Soledad Pu¨¦rtolas (y antes Francisco Umbral). Todos ellos pioneros de esa apertura narrativa que consiste en querer haber pasado por la historia para contarla y de la cual nacer¨ªa el llamado periodismo gonzo. El hecho en s¨ª ha permitido construir un nuevo punto de vista novelesco y por tanto una nueva forma de narrar menos sujeta a la acci¨®n, m¨¢s libre, incluso morosa. Sin embargo, tambi¨¦n ha derivado en una especie de logotipo cansino. Con la irrupci¨®n de la autoficci¨®n la novela espa?ola dej¨® de novelar para enredarse en el sempiterno problema del escritor que se ve escribir. Al novelista ya no le fue necesario inventarse un mundo imaginario, unos personajes, un paisaje. Con la autoficci¨®n no requiere de un andamiaje. Le basta con recrearse a s¨ª mismo (y a sus seres pr¨®ximos, igualmente gentrificados) instal¨¢ndose en el eje de la acci¨®n como ¨²nico paisaje posible, halagando al mismo tiempo la inteligencia del lector que se complace en descubrir, o creer que descubre, los elementos no ficcionales depositados en la ficci¨®n para crear una ilusi¨®n de autenticidad que por supuesto es falsa. Esas rid¨ªculas X, Y, Z de los dietarios que alimentan la confusi¨®n y de paso con ellas se pueden dar palos de muerte. Creo que ha sido un error insistir tanto en las falsas novelas, en la verdad de las mentiras, la ficci¨®n de lo real, la novela que no lo es, el diario que tampoco. Es un juego que tiene algo del preciosismo cultivado en los salones dieciochescos y que, como aquel, puede cumplir un ciclo: saber que todo tiene su m¨¢scara, que todo es enga?o a los ojos, pura impostura, materia para la risa o la venganza es volver al barroco que nunca se fue de nuestro lado.
La autoficci¨®n dio ox¨ªgeno a la novela, que se ve asediada por el cine y por las series de televisi¨®n
En No ficci¨®n, un libro que desnudaba la neurosis del escritor, Vicente Verd¨² reivindicaba la expresi¨®n autobiogr¨¢fica como la forma que m¨¢s pod¨ªa ajustarse a los nuevos tiempos. ¡°Si la literatura aspira a conocer algo m¨¢s sobre el mundo y sus enfermos, su elecci¨®n es la directa, precisa y temeraria escritura del Yo¡±, afirmaba en un art¨ªculo algo anterior a su libro. Tambi¨¦n Luis Landero en un espl¨¦ndido texto autobiogr¨¢fico (El balc¨®n en invierno, Tusquets, 2014) abre con un cap¨ªtulo titulado ¡®No m¨¢s novelas¡¯ donde su autor admite verse incapaz de seguir adelante con su nueva novela apenas comenzada: ¡°?qu¨¦ hago yo aqu¨ª?, ?tantas fatigas para qu¨¦? ?d¨®nde est¨¢ en verdad la vida?¡±, se pregunta Landero angustiado, aparcando su proyecto novelesco y dej¨¢ndose llevar por los recuerdos de su infancia en Alburquerque. Y qu¨¦ decir del mayor autobi¨®grafo vivo, el escritor noruego que ha renovado el g¨¦nero desde dentro. Knausgard ve el arte contempor¨¢neo como una cama sin hacer o una moto en un tejado. Es decir como algo que carece de objetividad y consistencia porque no es nada por s¨ª mismo: depende del p¨²blico y del modo c¨®mo este reacciona, depende de lo que la prensa escribe sobre ¨¦l, depende de las ideas con las que los artistas explican que lo que hacen es arte. De modo que en Mi lucha se ubica en un modelo ajeno al barthesiano y a su deseo de combatir el ¡°efecto de realidad¡± en la escritura.
Sin duda la autoficci¨®n, m¨¢s all¨¢ de ser el para¨ªso de la teor¨ªa literaria, ha supuesto un bal¨®n de ox¨ªgeno a los serios problemas de la novela que, como pura ficci¨®n, se ha visto asediada por el cine y por series televisivas que rozan lo sublime. Pero ambos, literatura y cine, se necesitan mutuamente. Y hay que decir que al crecer en importancia la autoficci¨®n tambi¨¦n ha crecido la diseminaci¨®n abusiva del Yo del autor, neutraliz¨¢ndose el efecto subversivo conseguido por la escritura autobiogr¨¢fica. El problema de fondo radica, y es mi modest¨ªsima opini¨®n, en la profesionalizaci¨®n del Yo, como si todo lo que viniera de ¨¦l tuviera el marchamo de legitimidad literaria. De ah¨ª el aburrimiento hacia libros cuyos autores se han convertido en histriones de s¨ª mismos: m¨ªrame a m¨ª. Es algo que no afecta a la autobiograf¨ªa. Todo parece confundirse cuando se habla de las literaturas del Yo, fundi¨¦ndose autoficci¨®n con autobiograf¨ªa. Sin embargo, en mi opini¨®n puede ser ¨²til no confundirlos: juegan en campos distintos. En la autobiograf¨ªa el yo remite al autor, sin ambig¨¹edades (que no significa que lo haga sin fracturas), y sin duda el g¨¦nero se ha afianzado a medida que el individuo ha ido perdiendo pie en relaci¨®n a su lugar en el mundo. Este es el punto de partida de Vicente Luis Mora en su investigaci¨®n sobre la identidad postmoderna concretada en dos s¨®lidos ensayos (Literatura eg¨®dica y el m¨¢s reciente El sujeto boscoso, ambos publicados en Iberoamericana Vervuert): el primero dedicado a la narrativa en primera persona y el segundo a la l¨ªrica m¨¢s subjetiva. Mora emprende en este ¨²ltimo un valioso esfuerzo por describir la topograf¨ªa de las po¨¦ticas del yo contempor¨¢neo (vac¨ªo, doble, intruso, l¨ªquido, enmascarado, etc¨¦tera) para probar, como en su libro anterior, la ficcionalizaci¨®n del sujeto. El sujeto no existe, seg¨²n Mora, despu¨¦s de tener en cuenta a muchos autores y otros tantos textos.
El yo, en definitiva, es un bosque con algunos ¨¢rboles (o identidades parciales) que ya ven¨ªan plantados de serie y el resto los vamos a?adiendo, en funci¨®n de diferentes variables. Veo un problema en no definir exactamente qu¨¦ se entiende por nociones tan pr¨®ximas como identidad, yo, sujeto y subjetividad. Aspectos que quedaban muy resueltos por Castilla del Pino en su irregular pero clarificador Teor¨ªa de los sentimientos. Y otro en recurrir a un t¨¦rmino, ficci¨®n, para referirse a algo que, a mi entender, carece de ella. Cada uno de nosotros puede sufrir la angustia de saberse incompleto, roto por dentro, inconsistente y vers¨¢til. Pero eso no tiene nada que ver con la ficci¨®n, sino con la naturaleza inaprensible de lo que somos.
Como forma ha derivado en un logotipo cansino. Al novelista le basta con recrearse a s¨ª mismo
En Espa?a fue fundamental romper con la idea de la autobiograf¨ªa como un ejercicio de narcisismo
Por su parte, el profesor ?ngel Loureiro explora el alcance moral de la autobiograf¨ªa, partiendo del giro ¨¦tico dado por Levinas a la filosof¨ªa al proponer como eje de la misma la idea de que el Otro antecede al Yo. El libro titulado Huellas del otro. ?tica de la autobiograf¨ªa en la modernidad espa?ola (Postmetropolis, 2016) es un buen ensayo acad¨¦mico centrado en cuatro cl¨¢sicos de la autobiograf¨ªa espa?ola que se construyen desde la alteridad (Blanco White, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, Juan Goytisolo y Jorge Sempr¨²n. El cap¨ªtulo dedicado a Blanco White, un escritor afincado en Inglaterra desde 1809 que centrar¨¢ su vida en el esclarecimiento de s¨ª mismo y en la denuncia de la coerci¨®n ejercida por la religi¨®n sobre el individuo, es magn¨ªfico y le¨ªdo por Loureiro (como antes por Goytisolo o Vicente Llorens) sorprendentemente actual. Tengo, sin embargo, dos reparos que hacerle al libro: el primero es que Loureiro, profesor en Princeton, ignora, en ocho p¨¢ginas de bibliograf¨ªa final, cualquier aportaci¨®n hecha desde las universidades espa?olas. Una pr¨¢ctica com¨²n entre los acad¨¦micos espa?oles afincados en Estados Unidos quienes suelen considerar que nuestros estudios est¨¢n untheorized. No me parece justo. El segundo tiene que ver con la arrogante redacci¨®n del cap¨ªtulo final, escrito sin pensar en c¨®mo ha evolucionado la autobiograf¨ªa espa?ola en las ¨²ltimas d¨¦cadas: a modo de conclusi¨®n, Loureiro se pregunta por sus deficiencias ¡ªuna pregunta que nos hicimos en los a?os ochenta, al salir del franquismo¡ª sin aportar un solo t¨ªtulo reciente y subrayando que los autobi¨®grafos espa?oles raramente ven su pasado como una memoria conflictiva. Eso pudo ser as¨ª, pero ya no. Pienso en La dulce Espa?a de Jaime de Armi?¨¢n, Soldado de poca fortuna de los hermanos Reverte o el reciente Todos n¨¢ufragos de Ram¨®n Lobo, en los tres casos se admite el conflicto como parte de los recuerdos propios.
En todo caso, en el ¨¢mbito de la cultura espa?ola ha sido fundamental en los ¨²ltimos a?os romper con la vieja idea de la autobiograf¨ªa como un ejercicio de narcisismo y vanidad. No hay ning¨²n narcisismo en libros como El amor del rev¨¦s de Luisg¨¦ Mart¨ªn o en Una lecci¨®n de anatom¨ªa de Marta Sanz (un texto que nos hace pensar en c¨®mo las escritoras abordan la autoficci¨®n, su utillaje es muy distinto: pueden entrar a saco en los conflictos cuerpo e identidad ¡ªcomo hace Sanz o tambi¨¦n Cristina Grande en Naturaleza infiel¡ª, pero se desinteresan por la reflexi¨®n metaliteraria tan caracter¨ªstica de la obra de Enrique Vila-Matas, Javier Mar¨ªas o Javier Cercas, por poner algunos ejemplos. Es decir que no problematizan la cuesti¨®n del narrador, no al menos de la misma manera). Pienso asimismo en la ausencia de narcisismo que caracteriza el brutal poemario autobiogr¨¢fico de Manuel Vilas titulado El hundimiento; tampoco lo encuentro en Visi¨®n desde el fondo del mar, de Rafael Argullol (el escritor que mejor expresa la cadena de muertes y resurrecciones en que consiste la vida humana).
Lo que veo en com¨²n a po¨¦ticas tan distintas es un mismo punto de partida, el pensar que la creciente complejidad del mundo es un desaf¨ªo para encontrar respuestas o brechas por las que seguir creciendo como individuos. Tal vez brechas que ayuden a mantener nuestro sentido de la orientaci¨®n, como plantea Theodore Zeldin en su apasionante Historia ¨ªntima de la humanidad. Cada generaci¨®n busca aquello de lo que cree carecer. La nuestra se busca a s¨ª misma, pero eso no significa que nos hayamos perdido. Solo que pensamos que es as¨ª.
Cl¨¢sicos de un g¨¦nero moderno
Francisco Umbral. La noche que llegu¨¦ al caf¨¦ Gij¨®n (1977).
Mario Vargas Llosa. La t¨ªa Julia y el escribidor (1977).
Carmen Mart¨ªn Gaite. El cuarto de atr¨¢s (1978).
Guillermo Cabrera Infante. La Habana para un infante difunto (1979).
Esther Tusquets. El mismo mar de todos los veranos (1982).
Juan Goytisolo. Paisajes despu¨¦s de la batalla (1982). Goytisolo es un maestro en el cuestionamiento de s¨ª mismo.
Enrique Vila-Matas. Historia abreviada de la literatura port¨¢til (1985). Y su tetralog¨ªa de patolog¨ªas de la escritura; fueron esos libros los que le convirtieron en referente de la autoficci¨®n, el autor m¨¢s consciente del juego narratol¨®gico que implica: Bartleby y compa?¨ªa (2000), El mal de Montano (2002), Par¨ªs no se acaba nunca (2003) y Doctor Pasavento (2005).
F¨¦lix de Az¨²a. Historia de un idiota contada por ¨¦l mismo (1986). Sus ensayos relacionados con la elipsis autobiogr¨¢fica merecen ser citados: Autobiograf¨ªa sin vida (2010) y Autobiograf¨ªa de papel (2013).
Javier Mar¨ªas. Todas las almas (1989) y su pos-scriptum Negra espalda del tiempo (1998).
Fernando Vallejo. La virgen de los sicarios (1994).
Ram¨®n Buenaventura. El a?o que viene en T¨¢nger (1998).
Javier Cercas. Soldados de Salamina (2001) y Anatom¨ªa de un instante (2009).
Cristina Grande. Naturaleza infiel (2008).
Marta Sanz. La lecci¨®n de anatom¨ªa (de 2008; nueva versi¨®n en 2014).
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