Sue?os antihistam¨ªnicos
Gonzalo Torn¨¦ convierte 'A?os felices' en una elegiaca reflexi¨®n sobre el tiempo, la amistad y la vocaci¨®n literaria
1. Imaginarios
Lo ¨²nico que me gusta de los antigripales es que me ponen a dormir con una placidez desconocida desde que Rajoy lleg¨® a La Moncloa. Hace unos d¨ªas, por ejemplo, me despert¨¦ tras una de esas ligeras pesadillas de las que nunca salgo indemne: corr¨ªa a trav¨¦s de un campo verd¨ªsimo, en alg¨²n lugar m¨¢s all¨¢ del arco iris, acompa?ado por un espantap¨¢jaros y un hombre de hojalata tocado con un embudo invertido. Ignoro ad¨®nde nos dirig¨ªamos, pero en alg¨²n momento tuve la desagradable sensaci¨®n de que hu¨ªamos de una tropa de enanos (124 para ser exactos) que se empe?aba en seguirnos. Cuando despert¨¦ ¡ªy, aparte de censurarme por haber pensado en ¡°enanos¡± en vez de en personas de talla alternativa, como, frente al DRAE, requiere la correcci¨®n pol¨ªtica¡ª pude echar mano a mi imaginario personal y darme cuenta de que en mi peripecia on¨ªrica s¨®lo faltaba la joven Judy Garland cantando con los 124 midgets que intervinieron en el rodaje de la c¨¦lebre pel¨ªcula (1939) de Victor Fleming. Ignoro por qu¨¦ so?¨¦ con El mago de Oz, a no ser que, por muy lejanos caminos, en mi sue?o (la v¨ªa real al inconsciente, seg¨²n Freud) se revolviera mi lectura de A?os felices (Anagrama), la ¨²ltima novela de Gonzalo Torn¨¦, a prop¨®sito de quien Ignacio Echevarr¨ªa dijo en su momento que la ¡°narrativa espa?ola s¨®lo muy raramente tiene oportunidad de asistir al surgimiento de un escritor de [su] categor¨ªa¡±: una apod¨ªctica aseveraci¨®n (con vocaci¨®n de peritexto de cubierta) ante la que solo me queda apostillar con la expresi¨®n ¡°por Dios¡±, la misma con la que el cr¨ªtico mencionado ha mostrado en alguna ocasi¨®n su asombro (y fastidio). No es que la larga (y, a veces, tediosa) novela tenga que ver con la pel¨ªcula, para nada. Lo del tedio se refiere, sobre todo, a que el lector pertinaz deber¨¢ internarse con paciencia, a trav¨¦s de la deslavazada primera parte ¡ªrepleta de personajes planos como l¨¢minas de hojalata que se mueven dando bandazos por un Nueva York de diorama¡ª, para que el prolijo relato empiece a mostrar lo mejor que lleva dentro. Claro que, si el esforzado lector lo consigue, las historias de los miembros m¨¢s j¨®venes de las cuatro familias (uno de ellos, considerado ¡°por el The Washington Post como una de las 50 fortunas j¨®venes de Am¨¦rica¡±), cuyas relaciones y peripecias componen el n¨²cleo b¨¢sico de la novela, se van ordenando como piezas de un puzle cuyo dise?o quiz¨¢s ha tardado m¨¢s de lo conveniente en mostrarse. No, A?os felices no tiene nada que ver con El mago de Oz, pero s¨ª con el conocimiento que el autor tiene de la gran literatura anglosajona: repleta de homenajes (t¨ªtulos, situaciones, referencias) como otros tantos gui?os de ojo un tanto exhibicionistas al lector le¨ªdo y c¨®mplice, esta novela rom¨¢ntica (en el sentido en que tambi¨¦n lo es, por ejemplo, El gran Gatsby) resulta ser, a la postre y a su manera, una elegiaca reflexi¨®n sobre el tiempo, la amistad, la vocaci¨®n literaria y las ilusiones (literarias) m¨¢s o menos perdidas. En fin, que a m¨ª el esfuerzo me vali¨® la pena. Y, ahora, espero con impaciencia lo que digan los cr¨ªticos, que son los que saben.
2. Ellas, poetas
Peque?a, pero excelente, cosecha de poemarios de mujeres. En primer lugar, debo referirme a las cuarenta y tantas poetas pioneras (no me acaba de gustar ¡°poetisas¡±) recogidas por mi admirada Clara Jan¨¦s en Las primeras poetisas en lengua castellana, una antigua antolog¨ªa que ha reeditado Siruela con honores de estreno, ampliada y con nuevo pr¨®logo de la compiladora. Adem¨¢s, sobre mi mesa, lleva semanas abierto el volumen que contiene la Poes¨ªa completa (Lumen) de ese irrepetible y doliente meteoro que fue Alejandra Pizarnik (1936-1972), de quien no me resisto a transcribir unos versos estremecedores: ¡°no atraigas frases / poemas / versos / no tienes nada que decir / nada que defender / sue?a sue?a que no est¨¢s aqu¨ª?/ que ya te has ido / que todo ha terminado¡±. Por ¨²ltimo, Amalia Iglesias Serna (1962), una de las m¨¢s consistentes poetas de su generaci¨®n, regresa tras un silencio de m¨¢s de un lustro con dos poemarios muy diferentes: La sed del r¨ªo (Reino de Cordelia), reciente premio Ciudad de Salamanca, y T¨®tem espantap¨¢jaros (Abada), un conjunto de poemas-cuerpo, ¡°espacios simb¨®licos subjetivos de identidad y memoria¡±, que adoptan la forma de caligram¨¢ticos y simb¨®licos monigotes.
3. PCE
Hace tiempo que la matanza de Atocha se ha convertido en uno de esos ¡°lugares de la memoria¡± (Pierre Nora) que surgen para preservar una relaci¨®n emocional con un pasado amenazado por el olvido y que ya no palpita en el presente. Todo ha cambiado desde aquel terrible 24 de enero de 1977. Tambi¨¦n en el PCE, legalizado semanas m¨¢s tarde, y que fue abandonando sus se?as de identidad en el camino. Dos libros revisan diversos aspectos referentes a aquel que, durante muchos a?os, fue el ¡°partido¡± por antonomasia. En La legalizaci¨®n del PCE (Alianza; 26 enero), Alfonso Pinilla Garc¨ªa, que ha fundamentado buena parte de su relato en los archivos de Jos¨¦ Mario Armero (al que accedi¨® gracias a Pilar Urbano, prologuista del libro), se concentra precisamente en la ¡°historia no contada¡± de aquel acontecimiento clave en la Transici¨®n hacia la democracia. Por su parte, El Partido Comunista de Espa?a (1956-1982), de Carme Molinero y Pere Ys¨¤s (Cr¨ªtica; en librer¨ªas la pr¨®xima semana), examina la intensa vida del PCE desde la ¡°pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional¡± de los cincuenta hasta las purgas y expulsiones de los ochenta, analizando el papel del partido en la sociedad espa?ola durante un periodo en el que lleg¨® a obtener una representaci¨®n pol¨ªtica de 23 diputados.
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