El hombre que descubri¨® Am¨¦rica
El Rey encarg¨® en 1998 una misi¨®n al director saliente del Cervantes, V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha: ¡°Oc¨²pate de Am¨¦rica¡±
Como pasa en la Historia, el Rey llam¨® a V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha y le encarg¨® una misi¨®n: ¡°Oc¨²pate de Am¨¦rica¡±. Era el 5 de diciembre de 1998. El hasta entonces catedr¨¢tico de Literatura de la Universidad de Salamanca dorm¨ªa a¨²n en un hotel de Madrid. Dos d¨ªas antes lo hab¨ªan elegido director de la Academia. Su antecesor, Fernando L¨¢zaro, ya hab¨ªa iniciado ese viaje americano de la Academia, pero quedaba mucho por hacer. A Don Juan Carlos aquello le corr¨ªa prisa. ¡°?Qu¨¦ eso es de que haya tantas Academias? ?Por qu¨¦, ya que hay una sola lengua, no hay tan solo una Academia de la Lengua?¡±.
El Rey lo ten¨ªa claro. La cosa empez¨® a trompicones. De la Concha fue a Santiago de Chile, con ese sello real ya en la frente, a presentar la Ortograf¨ªa. La Embajada espa?ola estaba rodeada de tanquetas porque los partidarios de Pinochet protestaban contra la detenci¨®n del exdictador en Londres. ¡°Cuidado¡±, le dijo el embajador, ¡°no habr¨¢ nadie¡±. Hubo un gent¨ªo. Luego, en M¨¦xico, con el mismo prop¨®sito, su colega Jos¨¦ Moreno Alba, director de la Academia en M¨¦xico, le hizo todos los reproches posibles a esa Ortograf¨ªa. En p¨²blico. De la Concha replic¨® con algo que le define como gestor y como persona. ¡°P¨¢senme ustedes las cosas que faltan y en la edici¨®n siguiente estar¨¢n todos los mexicanismos que ahora no encuentren¡±. Nunca tuvo mejor amigo en Am¨¦rica V¨ªctor de la Concha, hombre capaz de llorar contando cosas as¨ª.
La ruta del rey estaba abierta y condujo a De la Concha al descubrimiento de Am¨¦rica. Ahora la palabra panhisp¨¢nico tiene tanta popularidad porque es verdad: la lengua espa?ola es panhisp¨¢nica. ¡°Y fue por aquel impulso del rey¡±. Las academias se juntaron, tanto que ahora ya son una sola, verdaderamente, y ¨¦l se hizo pastor de todas ellas. En Valpara¨ªso, donde se iban a juntar en congreso en febrero de 2010, se produjo un terremoto de la peor escala. Como pas¨® cuando aquella llamada del rey, De la Concha dorm¨ªa. Al cabo de segundos comand¨® la resistencia ante el miedo, calm¨® a los espa?oles que desde aqu¨ª se preguntaban por el estado de la delegaci¨®n acad¨¦mica, y por los ciudadanos que pudieran haber sido afectados, habl¨® por radios como un periodista, e hizo tres cosas m¨¢s: llam¨® a Espa?a, pidi¨® un avi¨®n que evacuara a los que pudieran irse del ¨¢rea del terremoto, tom¨® decisiones como si fuera un estratega del Pent¨¢gono e hizo algo que lo define: se qued¨® el ¨²ltimo de los espa?oles, hasta que el ¨²ltimo acad¨¦mico hispanoamericano pudiera regresar a su pa¨ªs.
Esos d¨ªas termin¨® de descubrir Am¨¦rica, que desde entonces fue, aparte de la literatura y de Santa Teresa, fue su viaje preferido. Hizo, por cierto, de obispo en la serie sobre la vida de la santa escritora que interpret¨® Concha Velasco, y en el gui¨®n tuvo mucho que ver; eso de que hiciera de obispo da cuenta de su manera de abordar, lateral o directamente, un aspecto complejo de su biograf¨ªa: cuando de veras fue cura. En Oviedo, cercano a Taranc¨®n; entonces Vetusta era como la pinta Clar¨ªn. Salirse de cura era una maniobra de alto riesgo, hasta para un general del Pent¨¢gono. Taranc¨®n lo entendi¨®, la Iglesia tambi¨¦n, pero el cuchicheo inevitable no ces¨®. Aguant¨® a pie firme. Gracias, entre muchos, a los periodistas amigos suyos de La Nueva Espa?a, que rompieron el clima y le dieron a De la Concha un calor cuyo recuerdo, al que nosotros lo precipitamos, le devuelve las l¨¢grimas. Otros episodios duros ha tenido en su vida. Los que lo conocen bien, incluida su hija Marta, fiscal, 42 a?os, dicen que quienes esperen rencor de De la Concha aguardan en vano.
?l lleg¨® a la Academia el 10 de mayo de 1992. Fue secretario, la mano imprescindible de Fernando L¨¢zaro, y luego ese enviado del rey, como director, a la Am¨¦rica que habla espa?ol. Un hombre en silencio, un gestor. ¡°Estuvo en todas partes¡±. Su mandato no le quit¨® tiempo para su pasi¨®n, la docencia. Y cuando no pudo estar a tiempo completo se dedic¨® a ense?ar a los primeros cursos. Literatura. En Salamanca, adonde lo llam¨® L¨¢zaro cuando De la Concha dej¨® Zaragoza. Su colega, m¨¢s joven, Jos¨¦ Antonio Pascual, recuerda una inscripci¨®n latina en la universidad salmantina: La ira engendra el odio. La concordia nutre el amor. ¡°Pues en las universidades y en los departamentos ya sabes qu¨¦ pasa¡±. Y lo que pasa es que en esas adversidades acad¨¦micas este hombre que no para de ense?ar los junt¨® a todos como hizo despu¨¦s con los acad¨¦micos que vivieron, antes de que ¨¦l cumpliera su misi¨®n, como campeones cada uno de su lengua. Cuando era la lengua de todos. A la casa se llev¨® el trabajo. Los nietos se re¨ªan de ¨¦l, tanto trabajo. Cuando abord¨® la Historia de la Academia los chicos le dec¨ªan: ¡°Qu¨¦ abuelo, ?con tus historias?¡± Cuando uno de esos nietos estuvo grave al acad¨¦mico se le par¨® la historia. ¡°Removi¨® Roma con Santiago. Al pie del ca?¨®n. Un abuelo admirable¡±.
Estuvo doce a?os en la Academia. Y cuando ya parec¨ªa que atardec¨ªa en su vida le toc¨® el Cervantes, en horas bajas de la econom¨ªa espa?ola. Puso en marcha el SIELE (¡°que ya hab¨ªan alentado Carmen Cafarell y C¨¦sar Antonio Molina¡±), as¨ª que aproxim¨® el espa?ol a los modos de ense?anza y difusi¨®n del ingl¨¦s, e impuso el Cervantes en el coraz¨®n de Harvard. Cada uno de esos mojones no le produce tanta emoci¨®n (que expresa: el hombre que descubri¨® Am¨¦rica es un hombre que llora) como la relaci¨®n con sus alumnos.
Hay algo que es perceptible cuando est¨¢ contento por otros y aplaude: lanza las manos al vac¨ªo, las choca con una violencia r¨ªtmica, casi gimn¨¢stica. ?Por qu¨¦ aplaude tanta energ¨ªa? ¡°No me hab¨ªa dado cuenta. Es, quiz¨¢, una manera de alegrarme del ¨¦xito de otro¡±. Alegrarse, de ser leal. ¡°Su lealtad a Fernando L¨¢zaro, su antecesor, define el resto de sus lealtades, a sus amigos de infancia, a quienes trabajamos con ¨¦l, a las instituciones que ha representado¡±, dice Pilar Llull, su mano derecha en la Academia. ¡°Su obra institucional se parece a su persona¡±.
Y en ese rasgo, alegrarse del ¨¦xito de otro, lo destacan todos aquellos con los que hablamos para trazar este retrato: su hija Marta, sus colaboradores Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªnez, Miguel Somovilla y Pilar Llull, sus compa?eros Salvador Guti¨¦rrez y Luis Mateo D¨ªez. Ahora deja el Cervantes. Quisimos de ¨¦l alguna palabra cr¨ªtica sobre esta ¨¦poca: el desd¨¦n del Gobierno en momentos graves, por ejemplo. Ni media palabra. Una sola cosa quiso decir sobre lo que se queda en el alma tras tanto ajetreo.
--Esa llamada del rey. Me cambi¨® la vida y me hizo descubrir Am¨¦rica.
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