Ellas lo contaron mejor
Lo cursi ha deca¨ªdo a favor de las madres que confiesan su falta de vocaci¨®n
Charlaba esta semana con un psic¨®logo sobre el pudor. Es un asunto que me interesa mucho, m¨¢s en los ¨²ltimos tiempos, no solo como escritora sino como persona pudorosa que soy. Y es que se puede ser sociable y pudoroso, de la misma forma que se puede ser actriz y pudorosa, o escritora y pudorosa. Al fin y al cabo, por muy desvergonzada que sea una novela, quien la escribe est¨¢ inmerso en un mundo paralelo que borra los lazos de conexi¨®n con la realidad. De ah¨ª que sea tan com¨²n que el novelista tenga problemas con personas que se ofenden porque se ven retratadas en sus historias. Qu¨¦ dif¨ªcil es explicar entonces que no se busc¨® desvelar secretos de otros, que simplemente se utiliz¨® la experiencia como materia prima. Pero comprendo que sea dif¨ªcil entender c¨®mo funciona la mente durante el proceso creativo.
La cuesti¨®n es que la novela no ha muerto pero parece haber pasado a un segundo plano en esta ¨¦poca tan centrada en el yo. Las editoriales, conscientes del porvenir que se les abre con las historias confesionales, comprensiblemente, se han puesto a la tarea. En realidad, lo que se cuenta en estos libros ya lo hab¨ªa narrado la pura literatura, pero para muchos lectores no tiene el mismo tir¨®n asistir a la maternidad cruel de una Madame Bovary, a la actitud negligente de las madres de Alice Munro o a la irresponsabilidad de las mujeres de los cuentos autobiogr¨¢ficos de Lucia Berlin, que leer esas historias contadas en primera persona. Es una moda, y esa moda puede tener la noble excusa de la ruptura de tab¨²es, pero tras esa raz¨®n leg¨ªtima es innegable que hay una demanda creciente de episodios biogr¨¢ficos que rocen lo escabroso, lo s¨®rdido, lo traum¨¢tico. Es como si la peripecia vital narrada con honestidad y belleza no interesara si no contiene el episodio central de una violaci¨®n, un maltrato, una adicci¨®n, una humillaci¨®n, un crimen. Pero, adem¨¢s, el p¨²blico quiere ver en carne viva a quien confiesa un episodio traum¨¢tico y las presentaciones de esos libros se convierten en una suerte de confesi¨®n y de redenci¨®n p¨²blicas.
Todas las vidas son ¨²nicas. Su inter¨¦s para el pr¨®jimo ha dependido siempre de c¨®mo est¨¦n contadas. Hay vidas muy dom¨¦sticas, recogidas, felices, que nos transmiten el sabor cotidiano de una ¨¦poca. Qu¨¦ delicioso es eso. Hay biograf¨ªas convulsas y, desde luego, eso les a?ade un atractivo. Pero el asunto es que nos acostumbremos a sentirnos interesados solo por lo cruel o lo escandaloso, porque por el camino nos olvidamos de esas otras vidas menos torturadas. Con la pretensi¨®n de ayudar a las v¨ªctimas, de que se sientan acompa?adas por el aliento social y sentirnos solidarios, tambi¨¦n alimentamos un morbo colectivo.
Est¨¢ ocurriendo con el ya recurrente tema de la maternidad. De pronto lo cursi en torno a esa circunstancia ha deca¨ªdo a favor de esas madres que confiesan su falta de vocaci¨®n. Recuerdo haber escrito algunos art¨ªculos alrededor de libros que abordan el asunto, como el c¨¦lebre ensayo de las madres arrepentidas o ese gran testimonio de una madre distinta que es T¨² no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff. Hay quien ha visto en esta tema un fil¨®n y ahora brotan como setas librillos en los que las autoras piensan que es una necesidad social hacer p¨²blica su tremenda desilusi¨®n tras el parto. Escud¨¢ndose en la supuesta reivindicaci¨®n de una libertad acallada durante siglos, mujeres que hoy en una situaci¨®n privilegiada deciden tenerlos se creen en el derecho de vulnerar la intimidad de esos inocentes y nos cuentan desde c¨®mo han sido concebidos hasta c¨®mo te joden la vida tan estupenda que llevabas. Esos hijos tendr¨¢n acceso en un futuro a toda esa exhibici¨®n de ¡°dolor¡±. Por fortuna, creo que en el momento en que ellos puedan leer ese tipo de disparates sus madres ya se habr¨¢n rehabilitado de tanta estupidez y les amar¨¢n como aman la mayor¨ªa de las madres. Incluso es posible que cuando esas mujeres arrepentidas vean c¨®mo sus hijos abandonan el nido sientan una punzada en su coraz¨®n, una mezcla de dolor y alivio dif¨ªcil de explicar. Porque centrados obsesivamente como estamos en la ¨¦poca de los beb¨¦s, poco se cuenta c¨®mo se depende de los hijos luego. No en la vejez o en la enfermedad, o no solo, sino c¨®mo deseamos su afecto en cuanto comienzan a hacer su vida y pasamos a un segundo plano.
Y es que esta moda de priorizar el lado sombr¨ªo de la vida, tendencia que provoca grandes libros y tambi¨¦n est¨¢ dando a luz grandes bobadas oportunistas llenas de impudor, nos puede hacer creer que la excepci¨®n es la norma. Por eso creo que, de momento, nadie ha explicado mejor la maternidad que la literatura. Munro, Berlin, Fort¨²n, Paley o Ginzburg, son ejemplos de madres poco convencionales, ni abnegadas ni perfectas, pero qu¨¦ acertadamente supieron explicar en su obra que todo gran amor contiene algo inevitablemente enfermizo.
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