¡®Drogadictos¡¯, todo un viaje (literario)
El libro re¨²ne relatos de 12 autores espa?oles y latinoamericanos sobre el tema de las adicciones
Llega a las librer¨ªas Drogadictos (Editorial Demipage), un libro sobre drogadictos escrito por, quien m¨¢s quien menos, drogadictos. Vale, algunos no lo son, o poco. Otros, se ve que bastante e incluso mucho. Doce autores espa?oles y latinoamericanos escriben sobre viajes, y no precisamente a hoteles todo incluido. Cada uno se asoma a una sustancia prohibida, por lo que se ve nada prohibida. Integran la banda, por Espa?a, Lara Moreno (opio), Sara Mesa (morfina), Juan Gracia Armend¨¢riz (marihuana), Juan Bonilla (¨¦xtasis), Marta Sanz (lorazepam), Javier Irazoki (tabaco), Manuel Astur (tripi) y Jos¨¦ Ovejero (sexo); por Per¨², Richard Parra (base); por Colombia, Andr¨¦s Felipe Solano (alcohol); y por M¨¦xico, Mario Bellatin (talidomida) y Carlos Vel¨¢zquez (coca¨ªna).
No vayamos a ponernos estupendos, escribir sobre, desde o tras las drogas no es nuevo. Gu¨ªa de lectura urgente: Thomas de Quincey, que se enganch¨® al opio mientras sus pap¨¢s le pagaban estudios en Oxford y luego pari¨®, ya hecho polvo, Confesiones de un comedor de opio ingl¨¦s. Henri Michaux y sus viajes con la mescalina, igual de presentes en algunos de sus poemas que en muchas de sus embriagadoras tintas chinas. Lean, lean su muy lis¨¦rgico El infinito turbulento. Antonin Artaud y el ritual del peyote junto a los indios tarahumaras (Los tarahumaras, lectura recomendable para todos, practicantes de la causa o no). Baudelaire precediendo e inspirando a Walter Benjamin en la plasmaci¨®n literaria del hach¨ªs (de este ¨²ltimo visite o revisite Sobre el hach¨ªs: protocolos de experiencias con drogas, del primero vu¨¦lvase siempre a Los para¨ªsos artificiales, biblia literaria de la cuesti¨®n, frente a la biblia te¨®rica, Historia general de las drogas, de Antonio Escohotado).
Dicho lo cual, todos esos escritores y todos esos libros pululan como tel¨®n de fondo consciente o inconsciente en Drogadictos. El volumen lleva dentro las suficientes dosis de reflexi¨®n, diversi¨®n, canallesca, b¨²scate la vida, ausencia de prejuicio y el consabido c¨®ctel de placer y remordimiento (ya saben, ¡°por qu¨¦ estar¨¢n tan buenas las jodidas drogas¡¡±), todo ello mezclado con cierta vocaci¨®n de retrato serio de los para¨ªsos artificiales y sus efectos. Todo ello va aderezado con los soberbios devaneos gr¨¢ficos del ilustrador franc¨¦s Jean-Fran?ois Martin, habitual de cabeceras como Le Monde, The Guardian o The New York Times. Aqu¨ª los dibujos no apoyan al texto, aqu¨ª los dibujos son otro libro.
Todo en Drogadictos tiene como un aire inocente y leg¨ªtimo de invitaci¨®n al placer ¨Cvalga la expresi¨®n-, al placer de la lectura, enti¨¦ndase. Sin embargo, los sucesivos viajes revisten momentos dif¨ªciles, y m¨¢s all¨¢ de eso dram¨¢ticos, y m¨¢s all¨¢ tr¨¢gicos. Tambi¨¦n tragic¨®micos. Pero no c¨®micos.
Una ni?a de pelo naranja se come la dosis de opio que le han dado sus pap¨¢s porque se ha quemado con el horno y porque ese parece ser al alimento base familiar, y el opio, es bien sabido, cicatriza las quemaduras y todo lo dem¨¢s. Un kamikaze desbocado por las calles de Lima no acierta a encontrar el momento de dejar de comprar y consumir coca peruana, la mejor del mundo (¡°el billete dorado de Willie Wonka del mundo de la droga¡±). O el primer chapuz¨®n en el ¨¦xtasis: el rumor urbano de Barcelona, m¨²sica techno a tope, el barro de las propias obsesiones y aquel poema de Luis Rosales que hablaba de ¡°el bosque incendiado bajo el agua¡±. La morfina entrando ¨Cy lo peor de todo: no entrando- en la vena del moribundo en el horror del mundo paliativo. La iniciaci¨®n en la mar¨ªa m¨¢s salvaje del mundo, tomando y vomitando all¨¢ arriba en Sierra de Lobos, M¨¦xico, para¨ªso e infierno. Frases memorables como esta de Andr¨¦s Felipe Solano: ¡°Pidieron un caf¨¦ envenenado con ron blanco en una tienda en la que todav¨ªa vend¨ªan cuchillas de afeitar de las que usaban los suicidas de las pel¨ªculas¡±. El tabaco tra¨ªdo de Am¨¦rica que plantaba el abuelo de Javier Irazoki en un pueblo de Navarra (abuelo real o ficticio): ¡°La hero¨ªna pura, el LSD, la mescalina o el ¨¦xtasis concentrado no podr¨ªan competir con semejante alucin¨®geno. Cada hebra de tabaco era una bomba de surrealismo¡±. O la memoria del sexo trazada por un escritor que tuvo que sudar tinta para convencer a sus editores de que le dejaran hacerlo¡ ten¨ªa todo el derecho moral del mundo: era un verdadero adicto al sexo, y el sexo es una droga, as¨ª que era un drogadicto.
Hay que seguir leyendo a todos los autores cl¨¢sicos que un d¨ªa escribieron sobre la materia: sus lecciones son bastante pr¨¢cticas, por no hablar de su literatura, casi siempre absorbente. Tambi¨¦n hay que leer este Drogadictos, si lo que se desea es, por un lado, prolongar el viaje por las drogas a trav¨¦s del papel y la tinta, y por otro, acceder a una situaci¨®n bien curiosa y escasa: la disposici¨®n de un pu?ado de escritores para levantar relatos que hablan de un marasmo, el de la relaci¨®n entre el hombre y las sustancias prohibidas. La cosa se remonta a algo as¨ª como 4.000 a?os atr¨¢s, seg¨²n los que saben. No es, en fin, un tema nuevo. Pero s¨ª puede tratarse de una forma nueva. Esta lo es.
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