El lector nuevo
La literatura es inconcebible sin ese enigma que se encierra en el gesto de bajar la vista y aislarse
Hall¨¢ndome ayer por una hora no solo desconectado radicalmente de las redes, sino de cualquier tipo de avance tecnol¨®gico de las ¨²ltimas d¨¦cadas, en medio de un completo silencio, me dediqu¨¦ a leer uno de los Carnets de Formentor que horas antes me hab¨ªan llegado de Mallorca, y all¨ª, un gran texto de Az¨²a despert¨® mi curiosidad sobre el cap¨ªtulo final de El ¨²ltimo lector, de Ricardo Piglia, aquel en el que se habla de c¨®mo un lector puede relacionarse con una novela plante¨¢ndose los problemas de la construcci¨®n de la misma y no los de la interpretaci¨®n del texto.
Por supuesto, este tipo de lector que no se identifica con los personajes y que prioriza la composici¨®n del relato no es el que mejor lee (no hay jerarqu¨ªas en esto), sino simplemente el que se acerca al texto desde una posici¨®n cercana a la composici¨®n misma; alguien que a veces capta las posibilidades que la obra desde?¨® y que lee como si esta no estuviera terminada, quien sabe si porque no ha olvidado que Bioy Casares dec¨ªa que en cuanto comenzaba a leer una novela, empezaba a reescribirla. No s¨¦, tal vez los mejores libros son los que no damos nunca por acabados.
Convertido estos d¨ªas en un lector tan asombrado como meticuloso de La parte so?ada, el gran libro de otro argentino, Rodrigo Fres¨¢n, he recordado que formular la cl¨¢sica pregunta de "qu¨¦ es un lector" es, en definitiva, hacerse la pregunta de la literatura, porque esta es inconcebible sin ese enigma que se encierra en el gesto de bajar la vista y aislarse, sumirse en una lectura que en apariencia nos aparta del curso de la vida.
Hubo un tiempo en que para m¨ª la imagen del lector por excelencia era la de Kafka leyendo de noche junto a una ventana en la casa paterna, frente a los puentes de Praga. En esa estampa lo imaginario se hallaba instalado en el espacio entre el libro y la l¨¢mpara. Pero ¨²ltimamente todo parece haber cambiado. Ha ido apareciendo un tipo de lector que recuerda al an¨®nimo bibliotecario de El libro de arena, aquel cuento de Borges que siempre nos pareci¨® que proced¨ªa del futuro. Tal vez, dice Piglia, ese bibliotecario es el lector m¨¢s imaginativo que ha existido despu¨¦s de don Quijote: es alguien que se ha perdido en la librer¨ªa universal y va de un libro a otro y tiene a su disposici¨®n la totalidad de los vol¨²menes, y a veces se mueve en una viva oscuridad sin principio ni fin.
Es alguien que persigue nombres, fuentes, alusiones, salta de una cita a otra y va de la cita al texto y del texto al volumen y del volumen a las estrellas. Es el lector nuevo. Ni peor ni mejor que otros, pero sin duda alguien cuyo imaginario ya no viaja solo por el espacio entre el libro y la l¨¢mpara, sino tambi¨¦n por el sue?o del universo. Es alguien insomne, cuya posici¨®n en el espacio y el tiempo ¡ªla misma de la que parece gozar el lector maravillado de La parte so?ada¡ª es distinta de la de quien lee en un lugar estable, junto a los padres habituales, frente a los puentes de Praga. Tambi¨¦n en este detalle puede observarse que hay un lector nuevo y que la literatura est¨¢ cambiando.
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