El otro florentino
Salvadas todas las distancias, para cualquier polit¨®logo siempre ha habido dos florentinos: Maquiavelo y Sartori. Los dos dotados, adem¨¢s, de la misma agudeza y socarroner¨ªa. El que ahora nos incumbe tiene la ventaja sobre su ilustre paisano de que a muchos de nosotros nos toc¨® conocerlo bien, y sus palabras y reflexiones escuchadas de viva voz se nos mezclan con sus grandes libros sobre el sistema de partidos y la teor¨ªa de la democracia. Quiz¨¢ solo su compatriota Bobbio y, claro, Robert Dahl, est¨¢n a un nivel parecido en lo relativo al desmenuzamiento te¨®rico de esa extraordinaria forma de gobierno.
Quienes lo hayan le¨ªdo con cuidado saben que para ¨¦l lo m¨¢s importante en el estudio de los fen¨®menos pol¨ªticos era dar con los medios cognitivos necesarios para abordar tan complejo objeto, el poder disponer de un know-how, conocimiento pr¨¢ctico y aplicado, que permitiera dise?ar programas de actuaci¨®n capaces de mejorar la vida social. Quiz¨¢ por eso se vio obligado a reconocer al final de su vida que el mundo hab¨ªa devenido en demasiado complejo incluso para los expertos.
No ser¨ªa porque ¨¦l no lo intentara. Su vida consisti¨® en eso, en proporcionarnos los instrumentos te¨®ricos necesarios sobre los que otros se apoyaron despu¨¦s para acceder a un horizonte m¨¢s amplio, para digerir m¨¢s complejidad. Hay un antes y un despu¨¦s de su magn¨ªfico libro Partidos y sistemas de partidos (1976; en espa?ol en Alianza Editorial), cuya segunda parte nunca llegar¨ªa a ver la luz. O en sus numeros¨ªsimos trabajos sobre la democracia. Si alguien los relee descubrir¨¢ que defiende una concepci¨®n de la misma en oposici¨®n frontal a la que reivindica el actual ¡°momento populista¡±. Para ¨¦l, democracia solo hay una, la liberal y representativa, que lleg¨® a defender siempre con fiereza y con esa iron¨ªa fina propia de su tierra. Todo lo que se apartara de ese modelo can¨®nico era inmediatamente objeto de su ira. Por eso desconfi¨® tambi¨¦n siempre de hacer concesiones a mecanismos de democracia directa o al multiculturalismo, y lament¨® la banalizaci¨®n del ciudadano socializado mediante la televisi¨®n (imagino que las redes sociales y la posverdad le pillaron ya demasiado anciano para que le diera tiempo a flagelarlas).
Hay que decir que en este escrupuloso acad¨¦mico anidaba tambi¨¦n un formidable polemista period¨ªstico y un magn¨ªfico comunicador, sobre todo cuando abandon¨® la Universidad de Columbia y comenz¨® a residir m¨¢s tiempo en Italia. Nunca dej¨® de fustigar al ¡°sultanato¡± de Berlusconi en sus art¨ªculos del Il Corriere della Sera ni a todas y cada una de las leyes de reforma electoral italianas.
Cuando se nos va un grande, el t¨¦rmino maquiaveliano para arist¨®crata, perdemos a alguien que nos ense?¨® a pensar. Para quienes lo conocimos personalmente, con Sartori esa p¨¦rdida se extiende tambi¨¦n a alguien que supo divertirnos con su agudeza y su irreprimible sentido del humor. Hoy nos dir¨ªa que el mejor homenaje que podemos hacerle es comprar sus libros.
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