Sombras de bulto bello
Simbad ser¨ªa hoy refugiado, y Rastignac banquero 'offshore'. Una reflexi¨®n sobre la perenne actualidad de los personajes literarios
Las gu¨ªas de turismo ofrecen recorridos de los arduos caminos de Ulises y del Quijote. Vetustos edificios albergan la alcoba de Desd¨¦mona y el balc¨®n de Julieta. Una aldea colombiana dice ser el verdadero Macondo de Aureliano Buend¨ªa y la isla de Juan Fern¨¢ndez se ufana de haber recibido hace siglos a aquel singular colonialista, Robinson Crusoe. Durante a?os, la oficina de correos brit¨¢nica deb¨ªa ocuparse de la correspondencia destinada al se?or Sherlock Holmes de 221B Baker Street, mientras que el desalmado Charles Dickens recib¨ªa un sinf¨ªn de cartas injuriosas por hacer morir a la peque?a Nell en una de las ¨²ltimas entregas de La tienda de antig¨¹edades. La biolog¨ªa nos afirma que somos descendientes de seres de carne y hueso, pero, ¨ªntimamente, nos sabemos hijos del sue?o, del papel y de la tinta. Hace varios siglos, Luis de G¨®ngora los defini¨® as¨ª: ¡°El sue?o, autor de representaciones,?/ en su teatro sobre el viento armado,?/ sombras suele vestir de bulto bello¡±.
Por cierto, los lectores del mundo entero dicen venerar las sombras de Cervantes y Shakespeare, pero ¨¦stas, inmortalizadas en retratos imaginarios y solemnes, son menos tangibles que las de sus inmortales criaturas. Conocemos las complejas pasiones de Dido y de Eneas mucho mejor que las intimidades del se?or Virgilio, a menos que estas ¨²ltimas nos hayan sido reveladas por un Dante o un Hermann Broch. Los lectores lo hemos sabido desde siempre: los sue?os de la ficci¨®n engendran las verdades de nuestro mundo.
La ficci¨®n, cuya forma escrita fue inventada por alg¨²n secreto antepasado nuestro hace m¨¢s de 5.000 a?os en un lejano desierto, posee al menos dos caracter¨ªsticas extraordinarias. La primera es aquella que nos permite transmitir, de manera inmediata y con la menor ambig¨¹edad posible, una cierta informaci¨®n pr¨¢ctica y precisa. La segunda es, parad¨®jicamente, casi el reverso de la primera: una vasta ambig¨¹edad que no limita a una sola interpretaci¨®n la informaci¨®n recibida. Al contrario. Esta ambig¨¹edad nos permite transmitir, en la historia del Swann de Proust, la angustia de saber que ning¨²n conocimiento del pasado es suficiente, que la fuerza de la juventud no dura m¨¢s que un instante, que toda elecci¨®n comporta una p¨¦rdida y, sobre todo, que ese mismo lenguaje que cuenta la memorable historia no podr¨¢ contar nunca la plenitud de esa historia. Esta segunda caracter¨ªstica del lenguaje requiere, en quien lo desen?tra?a, lo escucha o lo lee, un misterioso arte que podemos llamar lectura profunda y que nos permite reconocer, en los personajes que amamos, nuestras propias identidades.
Enracimados en su historia, los personajes de ficci¨®n no se contentan, sin embargo, con los l¨ªmites que las cubiertas de un libro les imponen, por breve que sea su espacio. Hamlet nace ya hombrecito en los almenajes de Elsinore y fallece entre un c¨²mulo de cad¨¢veres en una de las l¨²gubres salas del castillo, pero generaciones de lectores han rescatado los eventos de su infancia freudiana y sus sucesivas e inau?ditas transformaciones pol¨ªticas. As¨ª Hamlet se ha convertido en palad¨ªn del Tercer Reich, en h¨¦roe de los existencialistas, en hermano gemelo de Edipo. Cada personaje se expande dentro de la inmortalidad que le hemos concedido. Pulgarcito ha crecido, Elena se ha vuelto una anciana desdentada, Rastignac trabaja en un banco offshore, Artemio Cruz ha plantado pica en otros pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, Simbad vive en una casucha de refugiados en la playa de Lampedusa, Kim ha sido reclutado por el Ministerio de Asuntos Exteriores brit¨¢nico y la Princesse de Cl¨¨ves se ha visto obligada a hacer la cola en una oficina de empleo. A diferencia de sus lectores, sin embargo, que envejecen y nunca vuelven a ser j¨®venes, los personajes imaginarios son, al mismo tiempo, quienes fueron cuando los le¨ªmos por primera vez, y tambi¨¦n el fruto de nuestras nuevas lecturas. Todo personaje se reconoce en Proteo, aquel dios del mar a quien Neptuno concedi¨® el poder de transformarse en cualquiera de las formas del universo.
Los amigos virtuales no son los que nos acompa?an en la soledad. Si somos lectores no son los habitantes de Facebook quienes nos consuelan
No todos los personajes de la literatura son los compa?eros de todo lector; s¨®lo los que m¨¢s queremos nos siguen a lo largo de la vida. En mi caso, no siento los problemas de Renzo y Lucia, de Mathilde de la Mole y de Julien Sorel como m¨ªos; me s¨¦ m¨¢s cerca del Capit¨¢n Nemo y del melanc¨®lico Monsieur Teste. Mis amigos m¨¢s ¨ªntimos son otros: el Hombre Que Fue Jueves me ayuda a sobrevivir el absurdo de cada d¨ªa de la semana; Pr¨ªamo me ense?a a llorar la muerte de amigos m¨¢s j¨®venes y Aquiles la de mis queridos mayores; Caperucita y Dante me gu¨ªan a trav¨¦s de los oscuros bosques del medio del camino de esta vida; ese amigo de Sancho, el exilado Ricote, me permite entender algo de la miserable suerte de los refugiados. ?Y hay tantos otros!
Las nuevas tecnolog¨ªas nos proponen la amistad constante de cientos de miles de seres que pueden ser (o tal vez no) inventados. Estas vol¨¢tiles relaciones, nos dicen las grandes compa?¨ªas mercantiles, deben bastarnos para ser felices. Sin embargo, a pesar de su poderosa insistencia, estos amigos virtuales no son los que nos acompa?an en nuestras soledades. Podemos intercambiar con ellos pat¨¦ticas nimiedades, pero, si somos lectores, no son los habitantes de Facebook quienes nos esclarecen y advierten y consuelan.
En la lejana infancia de mi generaci¨®n, mis compa?eros de juego fueron Alicia y Pinocho, Sandok¨¢n y Fantomas; es m¨¢s probable que a los ni?os lectores de hoy los acompa?en Harry Potter y los monstruos de Maurice Sendak. Todos estos personajes son tan fieles que poco les importan nuestros achaques y flaquezas. Ahora que mis huesos apenas me permiten alcanzar los libros de las estanter¨ªas m¨¢s bajas, Sandok¨¢n sigue llam¨¢ndome a la aventura y Fantomas me sigue incitando a vengarme de los necios, mientras que Alicia, con mucha paciencia, vuelve a contarme el mundo a trav¨¦s de ese espejo que sin duda me tocar¨¢ atravesar dentro de poco, y Pinocho contin¨²a pregunt¨¢ndome por qu¨¦ no basta ser aplicado y honesto para ser feliz. Y yo, tal como me ocurr¨ªa all¨¢ lejos y hace tiempo, sigo sin encontrarle una respuesta.
En esta ¨¦poca en que las mentiras son consideradas verdades alternativas, y la supuesta informaci¨®n fidedigna, el producto de un capricho, festivales como ¨¦ste afirman y reafirman esas ficciones verdaderas, esas amistades perdurables y necesarias, tanto para nosotros como para las generaciones por venir.
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