Otros tiempos
Giacomo Meyerbeer fue una celebridad cuya m¨²sica ha dejado pr¨¢cticamente de interpretarse
Obras de Meyerbeer, Rossini, H¨¦rold y Wagner. Diana Damrau (soprano) y Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Director: Francesco Ivan Ciampa. Teatro Real, 27 de mayo.
Hay ocasiones en que el futuro te arrebata todo aquello que te regal¨® el presente y hay pocos casos m¨¢s paradigm¨¢ticos en este sentido, musicalmente hablando, que el de Giacomo Meyerbeer, una celebridad en vida cuya m¨²sica ha dejado pr¨¢cticamente de interpretarse. Y con toda justicia, se siente uno tentado de a?adir despu¨¦s de escuchar el recital que ofreci¨® ayer, s¨¢bado, Diana Damrau en un teatro que cay¨® presa tambi¨¦n en sus or¨ªgenes del furor que provocaban las ¨®peras del alem¨¢n. En ese sentido, ahora que el Teatro Real est¨¢ conmemorando su simb¨®lico bicentenario, resulta m¨¢s que pertinente repasar muy someramente aquel cap¨ªtulo de su historia.
Meyerbeer es uno de los m¨¢ximos representantes de la llamada grand op¨¦ra, un g¨¦nero que hizo fortuna en la ?pera de Par¨ªs a partir del segundo tercio del siglo XIX y en el que, de forma muy resumida, podr¨ªa decirse que importaba casi m¨¢s el c¨®mo que el qu¨¦: es decir, la forma ostentosa de representar los cinco actos de una ¨®pera primaba sobre su verdadero contenido musical. Lo esencial era no escatimar medios, hacer alarde de grandeur y colmar las necesidades y fantas¨ªas de un p¨²blico irrenunciablemente burgu¨¦s. Sus art¨ªfices se ufanaban de llevar a cabo un gran trabajo colectivo, explotando hasta el l¨ªmite todo aquello que pod¨ªa ofrecer un teatro. Giuseppe Verdi fue el ¨²ltimo compositor extranjero que estren¨® una obra de estas caracter¨ªsticas en Par¨ªs, su Don Carlos, pero no qued¨® en absoluto satisfecho con la experiencia. Siete meses de preparativos, 133 ensayos, 535 trajes diferentes, pero, como todos opinaban y met¨ªan baza, ¡°el compositor vive en una atm¨®sfera de duda durante mucho tiempo, no puede evitar que sus convicciones se tambaleen y acaba revisando, ajustando o, por decirlo de forma m¨¢s precisa, arruinando su obra¡±. Lo que all¨ª se representaba, seg¨²n el italiano, no eran ¡°¨®peras unificadas¡±, sino ¡°mosaicos¡± en los que ¡°los remiendos y los ajustes est¨¢n not¨¢ndose todo el tiempo¡±.
Pero a Diana Damrau le gusta Meyerbeer, al que considera ¡°un aut¨¦ntico europeo¡±. Acaba de dedicarle su ¨²ltimo disco y, en una estrategia comercial id¨¦ntica a la omnipresente en la m¨²sica pop, est¨¢ promocion¨¢ndolo con una serie de recitales. Al p¨²blico madrile?o actual, al igual que al de hace siglo y medio, le encantan las divas y la alemana fue recibida con enormes aplausos. Luego proliferaron los gritos de ¡°Brava!¡± y ¡°?Guapa!¡±. Durante la media hora que estuvo en el escenario, luciendo los dos vestidos de rigor, uno por parte, se entreg¨® a fondo para gustar: actu¨®, gesticul¨®, busc¨® complicidades y, sobre todo, cant¨® muy bien, porque ella es incapaz de hacerlo mal. Eligi¨®, como es l¨®gico, arias que van muy bien a su voz y que le permiten lucir su amplio registro y su f¨¢cil y precisa coloratura, como el despliegue de arabescos de la protot¨ªpica Ombre l¨¦g¨¨re, adem¨¢s de incluir rarezas, en italiano y alem¨¢n, de ¨®peras de las que ahora cuesta encontrar incluso la partitura, como Emma di Resburgo y Ein Feldlager in Schlesien. En su esplendor vocal, con un timbre esmaltado en todos los registros, el ¨²nico reparo t¨¦cnico que puede pon¨¦rsele es la endeblez de sus trinos, con un batido lev¨ªsimo y casi imperceptible. Por lo dem¨¢s, cant¨® a un alt¨ªsimo nivel, aunque sus interpretaciones suenan a veces algo alicortas en punto a expresividad.
Entre aria y aria, Francesco Ivan Ciampa dirigi¨® oberturas y sinfon¨ªas de Meyerbeer y de contempor¨¢neos como Rossini, Wagner o H¨¦rold. Fueron todas versiones de trazo grueso o muy grueso, evidentemente poco ensayadas, pero la de Dinorah fue especialmente desastrada. Adem¨¢s, se prescindi¨® del coro prescrito en varios pasajes, en los que la presencia en solitario del armonio result¨® casi una extravagancia. Al p¨²blico, que llenaba hasta la ¨²ltima butaca del teatro, no parec¨ªa importarle nada de esto, porque hab¨ªa venido a escuchar y disfrutar con su diva. Damrau tuvo el buen gusto de concluir la primera parte sin fuegos artificiales (con el aria Robert, toi que j¡¯aime, de Robert le diable) y cerr¨® la velada con una propina en la misma l¨ªnea, la intimista despedida de In¨¨s en L¡¯Africaine (¡°Adieu, mon doux rivage¡±). Para entonces ya estaba m¨¢s que claro que el tiempo fue extremadamente generoso con Meyerbeer en vida y enormemente justo tras su muerte. No est¨¢ de m¨¢s recordar su m¨²sica, muy pocas veces memorable y casi siempre una larga sucesi¨®n de lugares comunes, pero es un alivio constatar que todo aquello ya ha quedado definitivamente atr¨¢s.
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