Fotograf¨ªa de la exactitud
Las fotos de Irving Penn tienen una fuerza material cercana a la de la pintura, de una perfecci¨®n inflexible pero limpia de frialdad o de amaneramiento
La posteridad ha empezado muy pronto para Irving Penn. Muri¨® en 2009, a los 92 a?os, y este verano el Metropolitan de Nueva York le dedica una gran exposici¨®n con motivo de su primer centenario. Irving Penn ha sido nuestro contempor¨¢neo, pero nos da la impresi¨®n de que vivi¨® en otra ¨¦poca, quiz¨¢s porque sus fotograf¨ªas m¨¢s conocidas irradian un sentido de la belleza, de la dignidad, de la concisi¨®n expresiva que no parece muy propio de este tiempo nuestro. Nosotros vivimos en un atolondramiento de im¨¢genes digitales que se multiplican lo mismo en las pantallas m¨ªnimas de los tel¨¦fonos m¨®viles que en las de los paneles publicitarios de las calles, de las estaciones, de los andenes del metro. Irving Penn tomaba sus fotos con una Rolleiflex de gran sofisticaci¨®n mec¨¢nica, no apta para la rapidez ni la improvisaci¨®n, y luego las revelaba ¨¦l mismo seg¨²n un procedimiento ya en ¨¦poca anticuado que se basaba en el uso no del nitrato de plata, sino de platino. Era un m¨¦todo que le permit¨ªa gradaciones m¨¢s sutiles de tonos y pormenores m¨¢s exactos, pero que exig¨ªa mucha destreza y mucha paciencia.
A la agudeza visual y al sentido inmediato de la composici¨®n de un fot¨®grafo, Irving Penn a?ad¨ªa la concentraci¨®n y la perseverancia de un grabador. Trabajaba con la iluminaci¨®n diurna y tambi¨¦n con la oscuridad: en la presencia del modelo y en la soledad del cuarto de revelado. El resultado, en sus fotos, miradas de cerca, en las copias que ¨¦l mismo hac¨ªa, es de una fuerza material cercana a la de la pintura, de una perfecci¨®n inflexible y sin embargo limpia de frialdad o de amaneramiento. La lentitud y la m¨¢xima concentraci¨®n del proceso se corresponden con una econom¨ªa extrema, un concienzudo despojar tanto la imagen como el modelo de todo aquello que no tenga una justificaci¨®n expresiva. En Par¨ªs, a finales de los a?os cuarenta, Irving Penn no tomaba sus fotos de moda para Vogue en escenarios palaciegos o ex¨®ticos. Alquil¨® un estudio en un viejo edificio sin ascensor, con un gran ventanal orientado al norte, y colg¨® en ¨¦l un tel¨®n gris de teatro.
No hab¨ªa focos, ni esos despliegues y aparatos que acarrean ahora como porteadores los fot¨®grafos o sus asistentes, y que a m¨ª me hacen acordarme de esas gigantescas bater¨ªas que usan las estrellas del rock con el objeto de producir mejor sus ritmos machacones. Estaba la modelo, el vestido, el fondo ¨¢spero y gris del tel¨®n, la rara luz blanca de Par¨ªs. Irving Penn fotografiaba a las modelos como a p¨¢jaros quebradizos y ex¨®ticos, como un ornit¨®logo de la belleza femenina y de los plumajes y las formas florales de la moda. Hay un ¨¦xtasis bot¨¢nico en sus modelos vestidas con trajes de Balenciaga, una liviandad de vuelo inminente en sus perfiles de mujeres con sombreros de los a?os cincuenta que sostienen cigarrillos o copas de vino. Cuando retrat¨® a Audrey Hepburn es como si al cabo de muchas vueltas y tanteos hubiera encontrado la presencia humana, la clase de belleza y estilo que llevaba muchos a?os queriendo precisar.
Fotografiaba a las modelos como a p¨¢jaros quebradizos y ex¨®ticos, como un ornit¨®logo de la belleza femenina y de los plumajes y las formas florales de la moda
Pero Irving Penn era una de esas almas sin sosiego que nada m¨¢s lograr algo ya est¨¢n apeteciendo lo contrario, que se desprenden de una maestr¨ªa largamente perseguida en el momento en que la alcanzan: por aburrimiento, por recelo de s¨ª mismos, por pura curiosidad indagadora. En 1950 fue a Lima para unas sesiones muy bien preparadas de fotos de moda, pero nada m¨¢s terminarla viaj¨® por su cuenta a Cuzco y tuvo la ocurrencia de alquilarle su estudio durante una semana a un fot¨®grafo local. Unos d¨ªas antes estaba retratando a las mujeres m¨¢s p¨¢lidas y m¨¢s esbeltas y mejor vestidas del mundo. Ahora sus modelos eran los indios de los alrededores de Cuzco que ven¨ªan a la ciudad a hacer compras o a vender sus mercanc¨ªas modestas, o a trabajar en ella como cargadores. Con sus caras oscuras, sus rasgos quemados por la intemperie, sus ropas tradicionales o solo menesterosas, sus sandalias rudas, sus pies descalzos, esos indios de Cuzco tienen en las fotos de Irving Penn una dignidad solemne, una elegancia en la manera en que visten sus ropas pobres como harapos que nos impresiona m¨¢s que las poses profesionales de la moda. Las modelos posan mirando al vac¨ªo, a la lejan¨ªa. Los campesinos de Cuzco miran a Irving Penn a la cara, erguidos frente a la c¨¢mara, intrigados y tambi¨¦n temerosos, hombres y mujeres, ni?os que se toman de la mano, madres descalzas con un ni?o en brazos, extra?os celebrantes de carnaval con m¨¢scaras como calaveras.
En cada caso, la austeridad de medios resalta el misterio de la presencia humana, las formas tan variables en las que el car¨¢cter, la cultura, la clase social, la entera relaci¨®n con el mundo se manifiestan en la ropa, y tambi¨¦n en las herramientas o los objetos que son la prolongaci¨®n org¨¢nica del cuerpo. A Irving Penn se le asocia sobre todo con la lujosa molicie de las fantas¨ªas de la moda, pero algunas de sus mejores fotograf¨ªas son las que retratan a las personas que viven o que viv¨ªan de un oficio, los trabajadores manuales y al mismo tiempo muy especializados que ejerc¨ªan una admirable meritocracia popular: un pescadero tan rotundo como un comerciante en un cuadro holand¨¦s, con su mandil y su pescado en una mano, con camisa y corbata; un carnicero de sonrisa inquietante, ya que en una mano lleva un hacha y en la otra una sierra; un desatascador de alcantarillas de Nueva York, un limpiador de cristales de Londres, un camarero de Par¨ªs, un trapero con su saco al hombro, un buzo con su escafandra como un casco glorioso a sus pies. En cada uno de ellos hay algo que ahora parece olvidado, el orgullo y la fatiga del trabajo material, el sentido de identidad personal que se deriva del dominio de un oficio. Cada trabajador en los retratos de Penn lleva su herramienta como llevan los ap¨®stoles en la pintura antigua el instrumento o el s¨ªmbolo que los identifica.
Pero de todos esos retratos de oficios, el que yo prefiero es muy posterior, y en ¨¦l Irving Penn lleva al l¨ªmite su concisi¨®n: es una mano abierta, oscura, con la piel muy tensa, con los dedos largos como patas de ara?a, el dedo coraz¨®n curvado, como pulsando algo invisible. Ni la cara ni la trompeta de Miles Davis aparecen en la foto, pero no hace ninguna falta.
¡®Irving Penn: Centennial¡¯. Museo Metropolitan de Nueva York. Hasta el 30 de julio.
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