Roa Bastos y Rulfo: las dos caras del exilio
Nacidos en 1917, los dos escritores desvelaron el territorio de sus historias rurales y an¨®nimas con un lenguaje florecido de hallazgos y una audacia que mana del Siglo de Oro pero tambi¨¦n de Faulkner
Se cumplieron recientemente cien a?os del nacimiento de Juan Rulfo, ese mexicano socarr¨®n, callado y universal que despu¨¦s de escribir un pu?ado de cuentos y una novela ¡ªEl llano en llamas y Pedro P¨¢ramo, respectivamente¡ª decidi¨® emprender un discreto viaje hacia el fondo de s¨ª mismo y afincarse en el exilio interior, en esa penumbra fresca que era como la antesala desde donde contemplaba los fastos y oropeles que originaban sus obras. Probablemente har¨ªa esto ¨²ltimo con perplejidad, como dicen quienes lo trataron, pues era hombre de acusada modestia, poco sensible a las turbulencias de la fama y el ditirambo. Porque a partir del instante en que vieron la luz sus dos breves obras, complementarias en estilo y potencia, chisporrotearon como fuegos de artificio las referencias, los estudios, las cr¨ªticas, las sucesivas ediciones y las traducciones a innumerables idiomas: nunca antes trescientas p¨¢ginas escasas sirvieron para conformar un corpus narrativo que sesenta a?os despu¨¦s sigue siendo celebrado por la cr¨ªtica y por los lectores que se acercan al universo rulfiano.
?Qu¨¦ pas¨® despu¨¦s con Juan Rulfo? Que public¨® El Gallo de Oro, en 1980, a escasos seis a?os de su muerte. Pero esta novela, que sirvi¨® para que Garc¨ªa M¨¢rquez y Carlos Fuentes elaboraran un gui¨®n cinematogr¨¢fico, fue escrita entre 1956 y 1958, es decir, poco despu¨¦s de que aparecieran los cuentos de El llano en llamas y el inquietante y fantasmal pueblo de Comala de Pedro P¨¢ramo, publicados entre 1953 y 1955. Rulfo termin¨® ¡ªo agot¨®¡ª su quehacer literario en una d¨¦cada y a partir de all¨ª se pas¨® el tiempo explicando que la muerte de su t¨ªo Celerino, que era quien le contaba las historias que ¨¦l volcaba despu¨¦s en el papel, le hab¨ªa hecho imposible continuar escribiendo. Una manera como cualquier otra de retirarse discreta y elegantemente hacia su exilio interior, probablemente harto de ser deslumbrado por el fogonazo continuo de la fama, cuando lo que ¨¦l deseaba era la tranquilidad reflexiva en la que hab¨ªa vivido hasta entonces. Y el Gallo de Oro se incorpor¨® discretamente, orbital y periclitada casi desde su nacimiento, al conjunto de su obra, cuando ¨¦l ya hab¨ªa izado anclas y part¨ªa hacia un tranquilo retiro narrativo.
Pero otro centenario ¡ªsi acaso m¨¢s callado¡ª se cumpli¨® el mes pasado y nos remite a un escritor cuya obra es considerada, como la del propio Rulfo, audaz, ambiciosa y rupturista con las formas tradicionales y habituales de la literatura hasta ese momento. Se trata de Augusto Roa Bastos, el paraguayo autor de Yo el Supremo (1974), la novela del poder omn¨ªmodo y brutal que ha sido la par¨¢bola de todos los excesos dictatoriales de Hispanoam¨¦rica que a tantos y tantos conden¨® al silencio o al exilio.
Porque a diferencia de Rulfo, Roa Bastos no decidi¨® su exilio.Lo exiliaron. La dictadura de Stroessner en 1947 lo oblig¨® a partir a la Argentina, donde vivir¨ªa casi treinta a?os hasta que la llegada al poder del general Videla, en 1976, inaugur¨® una de las m¨¢s s¨®rdidas y bestiales dictaduras hispanoamericanas. Zarp¨® entonces a Francia, a una estancia te?ida de melancol¨ªa. El desarraigo, la inconformidad, los apuros econ¨®micos, la a?oranza de un hombre comprometido con su sociedad y su tiempo, todo eso lo cuenta Roa en El Fiscal (1993), la novela que clausura su trilog¨ªa pol¨ªtica empezada con Hijo de Hombre (1960) y continuada con Yo el Supremo, novelas todas con un firme y cervantino empe?o de testimonio y redenci¨®n, de laberinto y enajenaci¨®n, de mixtura idiom¨¢tica y mestizaje cultural.
Pero si a la hora de narrar, en Rulfo todo resulta esencial y casi austero, en Roa late una ¨¦pica de la desmesura (no siempre lograda); si para el mexicano el mundo de los muertos redime al de los vivos, en el mundo de Roa apenas hay resquicios para la vida. Uno se encarg¨® de la cr¨ªtica sutil al sistema y otro a la denuncia abierta del mismo. Rulfo y Roa decidieron pues desvelar el hermoso territorio de sus historias rurales y an¨®nimas, hist¨®ricas y atemporales, con un lenguaje florecido de hallazgos y una audacia que mana del Siglo de Oro pero tambi¨¦n de Faulkner ¡ªquiz¨¢ el verdadero patriarca, la mam¨¢ grande de todo el Boom¡ª. Tanto Roa como Rulfo nos ofrecieron el paisaje convulso de una Am¨¦rica en constante desgarro que se ensimisma o se exilia una y otra vez.
Uno decidi¨® replegar velas tempranamente y confinarse en un universo m¨¢s ¨ªntimo, y el otro vivi¨® el desarraigo pr¨¢cticamente hasta su muerte. Ambos, sin embargo, pertenecen a la misma estirpe de escritores devorados por el fuego de su literatura. Los dos siguieron caminos a simple vista antag¨®nicos, pero lo cierto es que entre esos dos extremos, oscilando entre el repliegue y el destierro, sus respectivos exilios constituyen una gran met¨¢fora de ese territorio en perpetua tensi¨®n que sigue siendo Hispanoam¨¦rica.
Jorge Eduardo Benavides es escritor peruano, autor de El enigma del convento (Alfaguara, 2014).
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