Apocalipsis del coral
Lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas org¨¢nicas se est¨¢ convirtiendo en un bosque de ¨¢rboles carbonizados
Hay pasiones del conocimiento a las que vale la pena dedicarles la vida. Richard Vevers era un publicitario muy bien pagado en una agencia de Londres y un aficionado al submarinismo. En un cierto momento se confes¨® a s¨ª mismo un malestar que llevaba tiempo remordi¨¦ndolo: estaba dedicando toda su inteligencia y toda su capacidad profesional a seducir a la gente para que comprara cosas innecesarias y triviales. Cuando se sumerg¨ªa en el agua y daba unos talonazos hacia el fondo se encontraba de golpe en un para¨ªso inconcebible, en mundos de una belleza m¨¢s resplandeciente todav¨ªa porque la mayor parte de los seres humanos no sab¨ªan nada de ella. Fuera del agua Vevers trabajaba con nombres y productos universalmente conocidos que en la mayor parte de los casos no serv¨ªan para nada. Al sumergirse pasaba del ruido al silencio, de la acumulaci¨®n y la repetici¨®n de lo banal al descubrimiento de lo misterioso y lo ¨²nico. Como tantas personas, viv¨ªa en dos mundos ajenos entre s¨ª, los suyos m¨¢s distantes que casi los de cualquiera.
La salida que encontr¨® Vevers no fue elegir un mundo y renunciar a otro; fue encontrar una s¨ªntesis que era al mismo tiempo un remedio y una escapatoria. En sus expediciones submarinas hab¨ªa observado con creciente desolaci¨®n el deterioro de los mares, la invasi¨®n de las basuras, los fondos asolados por la pesca de arrastre. Pero sobre todo, al principio con incredulidad ante la magnitud y la rapidez del desastre, hab¨ªa atestiguado la muerte de arrecifes de coral que no muchos a?os antes lo asombraban por su colorido y su vitalidad. Bi¨®logos marinos a los que consultaba le confirmaron el declive. Desde los a?os ochenta se ven¨ªan observando rachas de blanqueamiento de los arrecifes de coral que a principios de esta d¨¦cada ya se volv¨ªan masivas, y terminaban casi siempre con la muerte de esos extraordinarios organismos. Un arrecife de coral es un ecosistema m¨¢s complejo y quiz¨¢s m¨¢s f¨¦rtil y m¨¢s numeroso de formas de vida que una espesura amaz¨®nica. Los arrecifes son viveros en los que se cr¨ªan y h¨¢bitats en los que se alimentan y se reproducen cerca de la cuarta parte de las especies de animales marinos. Un arrecife de coral es un Amazonas sumergido en el que innumerables organismos se enredan entre s¨ª, dependiendo los unos de los otros, en una vasta simbiosis que incluye desde las algas unicelulares hasta los grandes depredadores que rondan entre las floraciones de coral tan sigilosamente como tigres en un bosque de Asia. Un arrecife de coral, dice apasionadamente Richard Vevers, es una concentraci¨®n biol¨®gica de una densidad semejante a la de la isla de Manhattan. Cada criatura m¨ªnima hace su tarea e interact¨²a con todas las dem¨¢s y modifica a su propia escala el universo donde vive.
Lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas org¨¢nicas se est¨¢ convirtiendo en un bosque de ¨¢rboles carbonizados
El submarinista que desert¨® de la publicidad ahora emplea las t¨¦cnicas de comunicaci¨®n que ejerci¨® en ella al servicio de la nueva tarea a la que dedica su vida. El apocalipsis de los arrecifes de coral abarca el planeta entero, pero nadie repara en ¨¦l porque est¨¢ sucediendo fuera de la vista. Pensamos, si llegamos a hacerlo, en el calentamiento y en el envenenamiento de la atm¨®sfera, no de los mares; llegamos a enterarnos de las talas e incendios que destruyen los bosques terrestres, no los del fondo del mar. Y en cualquier caso lo que sucede lejos y lo que parece que vaya a suceder en el porvenir no nos afecta.
Richard Vevers ha emprendido una campa?a de explicaci¨®n y denuncia que quiere hacer tan efectiva como las que antes ideaba para vender marcas de perfumes o de novedades electr¨®nicas. Junto al director de cine Jeff Orlowski ha hecho un documental que yo he visto en una sala peque?a de Nueva York, pero que ya es accesible en streaming en Netflix, Chasing Coral. A lo largo de una inmersi¨®n virtual de casi dos horas uno pasa del deslumbramiento al horror, del aprendizaje fervoroso al abatimiento, todo envuelto en la antigua emoci¨®n juvenil de los relatos de expediciones entre aventureras y cient¨ªficas. Vevers y Orlowski y los bi¨®logos marinos con los que conversan y que los acompa?an en sus viajes ense?an a comprender la naturaleza sorprendente de esos organismos entre vegetales y animales que constituyen el coral: los p¨®lipos que atrapan con sus tent¨¢culos a criaturas diminutas y las digieren; las algas unicelulares que en el interior de sus tejidos aprovechan la luz solar de las aguas poco profundas para hacer la fotos¨ªntesis; los millares de animales diversos que encuentran refugio en los t¨²neles y los recovecos de las excrecencias coral¨ªferas. El arrecife de coral es un gran organismo de una longevidad que llega a las decenas de miles de a?os. El m¨¢s extenso de todos, la Gran Barrera de Coral del noreste de Australia, equivale en su longitud a toda la costa este de Estados Unidos.
Y sin embargo, todo es de una fragilidad extrema. Basta un aumento de la temperatura media de dos grados Fahrenheit para que los corales sufran transformaciones de color que son indicio de su muerte pr¨®xima: se vuelven azul cobalto, p¨²rpura; luego adquieren un blanco de hueso, o de m¨¢rmol. A continuaci¨®n lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas org¨¢nicas se convierte en algo como un bosque de ¨¢rboles carbonizados, en una llanura de cenizas en la que se agitan tejidos en putrefacci¨®n movidos por el agua. Algunos peces nadan entre ellos como supervivientes en una ciudad arrasada por una explosi¨®n nuclear.
Eso sucede ahora mismo, cada d¨ªa, de un mes a otro. Los buceadores de la expedici¨®n de Vevers y Orlowski se sumergen varias veces al d¨ªa a lo largo de semanas en los mismos puntos exactos y toman fotos que atestiguan el progreso atrozmente r¨¢pido de la destrucci¨®n. Si eso ocurriera en la superficie continental la escala de la cat¨¢strofe no podr¨ªa ocultarse: en 2016, en un solo a?o, se qued¨® muerto el 30% de la Gran Barrera de Australia: imaginemos que en ese tiempo se hubiera secado la tercera parte de todos los ¨¢rboles de Europa.
Vevers documenta paso a paso el desastre y sin embargo no se deja llevar por el pesimismo. Es un activista de la belleza del mundo natural que se niega a aceptar pasivamente los efectos letales de la codicia y la imbecilidad humana. Yo creo que tiene la energ¨ªa persuasiva de los publicitarios y el optimismo natural de los exploradores y los aventureros de la ciencia.
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