Los pioneros del ¡®Far West¡¯ soriano
El municipio qued¨® abandonado a finales de los setenta, pero cada verano sus vecinos vuelven a vivirlo y a revivirlo
Sarnago (Soria). 0 habitantes en invierno. Entre 150 y 500 en verano. En la comarca de las Tierras Altas, muy cerca del l¨ªmite con La Rioja, a 47 kil¨®metros de Soria.
Por Sarnago no se pasa, a Sarnago hay que ir. Como a tantos otros lugares de la Espa?a vac¨ªa, a desmano de cualquier ruta, imposibles de descubrir sin un GPS. Por eso, todo lo que ocurre en esta atalaya de las Tierras Altas de Soria se debe a la fuerza de la voluntad. Aqu¨ª no hay inercias ni fen¨®menos que marchan solos. Las casas han sido reconstruidas, a menudo casi desde cero, porque s¨®lo eran escombreras, por las manos de sus propietarios. La plaza fue pavimentada con un hormig¨®n que pagaron a escote y vertieron desde un remolque que contrataron en Soria. El agua corriente procede de un pozo horadado en el punto que marc¨® un zahor¨ª con maquinaria alquilada por los propios vecinos, y llega a las casas mediante un sistema de vasos comunicantes que ellos mismos construyeron. Hasta la infraestructura tur¨ªstica, si puede llamarse as¨ª al panel colocado frente a la piedra del atardecer (un banco r¨²stico orientado al oeste desde el que se contempla la puesta del sol, el mayor patrimonio de Sarnago) que identifica los picos y los parajes que se observan desde ese punto, situado a 1.259 metros sobre el nivel del mar, se debe al entusiasmo de la Asociaci¨®n Amigos de Sarnago. En teor¨ªa, esta aldea pertenece al ayuntamiento de San Pedro Manrique. En la pr¨¢ctica, sus habitantes son pioneros que cada verano reviven la gesta de repoblar un desierto casi al margen de cualquier margen administrativo.
Termino el viaje aqu¨ª porque Sarnago es un s¨ªmbolo y casi una marca. En el Museo Etnogr¨¢fico, abierto a petici¨®n del visitante, venden camisetas y merchandising del pueblo. Sarnago es un leitmotiv, un rasero por el que se miden todos los pueblos min¨²sculos de la Espa?a vac¨ªa que no solo resucitan en verano, sino que lo hacen a trav¨¦s de la excentricidad, a contracorriente y ligados a una idea de cultura y de arte que tiene un sentido que parece perdido en las ciudades, pero que aqu¨ª resuena con una fuerza antigua y fresca a la vez. De Sarnago se ha escrito mucho. Escritores como Julio Llamazares, sin duda la voz literaria contempor¨¢nea que m¨¢s relieve y emoci¨®n ha dado al vaciamiento de la Espa?a rural, lo han cortejado. Cronistas y andariegos lo visitan como se peregrina a un lugar santo, y tanto los expertos en despoblaci¨®n como activistas contra ella lo citan como ejemplo, experimento y esperanza. Cada cierto tiempo, alguien se acerca a recontar su historia, el milagro de Sarnago, el pueblo que resucita cada verano, el misterio que crece en el coraz¨®n de una Espa?a que se apaga. El verano pasado, Borja Hermoso pudo constatarlo en un art¨ªculo para El Pa¨ªs.
El ¨²ltimo vecino dej¨® el pueblo en 1979, fecha muy tard¨ªa en la historia del vaciamiento del interior peninsular. Aunque la Asociaci¨®n Amigos de Sarnago se fund¨® inmediatamente despu¨¦s, en 1980, y desde entonces se han recuperado unas treinta casas (identificables desde el aire: son las ¨²nicas que tienen tejado), no se ha podido evitar el deterioro de las calles y los edificios. En cuanto llega el fr¨ªo, el pueblo se vac¨ªa completamente. Nadie sube hasta abril, y los primeros que llegan descubren que ha ca¨ªdo otro muro o que a la iglesia le falta algo m¨¢s. El aspecto de abandono de Sarnago contrasta con el bullicio y la alegr¨ªa de sus vecinos en verano. Sus habitantes parecen actores de una pel¨ªcula fant¨¢stica, movi¨¦ndose entre ruinas y ri¨¦ndose de los fantasmas. Son unos 150. En las fiestas pueden juntarse hasta 500. Es, con diferencia, el mayor crecimiento demogr¨¢fico que se registra en la Espa?a vacacional: seguramente, ni el m¨¢s solicitado destino costero multiplica por 500 su poblaci¨®n en temporada alta.
Esta aldea soriana est¨¢ situada a 1.259 metros sobre el mar
Hoy toca caldereta. O rancho. O guisote. No se ponen de acuerdo con el nombre, porque rancho y caldereta son denominaciones m¨¢s propias de Arag¨®n y buscan una forma m¨¢s castellana y soriana de llamarlo. A la cocinera, Maribel Benito, no le preocupa. Cuida de un gran caldero en la cocina de lo que fueron las escuelas, las mismas a las que acudi¨® de ni?a. Hoy tiene 68 a?os y dice que todo lo que sabe lo aprendi¨® en este edificio. Conejo, costilla de cerdo, un buen sofrito, varios majados con ajos y especias, muchas hierbas frescas y ocho kilos de patatas. Tiene que salir comida para por lo menos cuarenta, que son los que se han apuntado, con un cronista y un fot¨®grafo que se adhieren de gorrones: el riesgo de estos viajes por la Espa?a vac¨ªa es que la tripa acaba siempre muy llena.
La familia de Maribel se instal¨® en Tarazona (Zaragoza) cuando ella era ni?a. ¡°Entonces, eres de Tarazona¡±, le digo, y ella me amenaza con el cuchar¨®n con el que remueve el guiso y puntualiza, muy seria: ¡°Vivo en Tarazona, pero soy de Sarnago¡±. Ese es el esp¨ªritu de identidad fuerte que la Asociaci¨®n de Amigos de Sarnago (gestora de facto del pueblo) fomenta con ¨¦xito.
Jos¨¦ Mari Carrascosa, al frente de la asociaci¨®n, cree que la comunidad se mantiene viva en torno a una mesa y una botella de vino. Prejubilado de Telef¨®nica, sali¨® del pueblo con tres a?os hace cincuenta, en noviembre de 1967, y desde la d¨¦cada de los 80 levant¨® una casa entera con sus propias manos entre fines de semana y vacaciones. Ahora quiere seguir la tarea por la iglesia, de la que solo quedan parte de los muros de las naves y del ¨¢bside. El proyecto es convertirla en sala de exposiciones y conciertos. Empez¨® a derrumbarse en 1983, y desde entonces, invierno tras invierno, se ha ido descomponiendo. ¡°Hay quien se pregunta por qu¨¦ la hemos dejado caer, pero ?qu¨¦ ¨ªbamos a hacer? No podemos estar sosteniendo las piedras con las manos¡±, se lamenta Jos¨¦ Mari junto a las dos campanas, que se cayeron en los a?os 90 y hoy forman parte de la colecci¨®n del Museo Etnogr¨¢fico.
Un vecino arquitecto ha elaborado un plan: lo m¨¢s urgente es levantar de nuevo la espada?a, que era tambi¨¦n el front¨®n. La reconstrucci¨®n es crucial porque alterar¨ªa el skyline del pueblo. Hoy Sarnago es horizontal, apenas se levanta desde la pista que, a falta de carretera, sube desde el fondo del valle. Jos¨¦ Mari Carrascosa cree que la espada?a (y sus campanas en lo alto) tendr¨ªa una fuerza simb¨®lica que sacudir¨ªa la autoestima de los vecinos: ser¨ªa la forma de volver a ser un pueblo de verdad, con su silueta t¨ªpica, su perfil de postal.
Hacia fuera, desde el propio pueblo, otra postal: los valles y picos de las Tierras Altas, la frontera de una provincia que se define por su car¨¢cter fronterizo (Soria pura, cabeza de Extremadura, dice el lema que recogi¨® Machado, que recuerda que all¨ª estuvo durante varios siglos la frontera entre el mundo cristiano y el isl¨¢mico, que en Iberia se llamaba Extremadura, pero tambi¨¦n entre los reinos de Castilla, Navarra y Arag¨®n). Hoy, la nostalgia machadiana se enredar¨ªa en las aspas de cientos de molinos e¨®licos, los nuevos ¨¢rboles de la Espa?a vac¨ªa. La verticalidad es el¨¦ctrica: las campanas ya no suenan y la espada?a de la iglesia est¨¢ hecha escombros en el suelo: Cristos y v¨ªrgenes ya no mandan en el paisaje, que es propiedad de consorcios de energ¨ªa.
El ¨²ltimo vecino que la habitaba se march¨® en 1979
En Sarnago no se descansa en agosto. Hay mucho trabajo y mucho por debatir, en la piedra del atardecer o sobre cualesquiera ruinas, muchas en tr¨¢nsito de dejar de serlo. Mi viaje ha empezado en Sarnago, y buscar¨¦ en las otras etapas lo que en Sarnago persiguen: identidades que se levantan desde la cultura y el arte para que permanezcan m¨¢s all¨¢ del verano, pero que solo se perciben a las claras en agosto. Lugares ¨²nicos, quiz¨¢s a medio descubrir, casi secretos.
Por cierto, se venden un par de casas en esta aldea soriana: el precio es negociable y los vecinos est¨¢n deseando ver caras nuevas. Por si quieren seguir por su cuenta este viaje que yo termino aqu¨ª.
Babelia
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