Donald Trump, la pol¨ªtica como instinto b¨¢sico
Cada d¨ªa, a la hora del desayuno, suele emitir un pensamiento bal¨ªstico de 140 caracteres que pone su propia Administraci¨®n patas arriba
Simplemente, sucede que Donald Trump es un incompetente porque desconoce el mecanismo m¨¢s elemental de la pol¨ªtica y se ve obligado a ejercerla como una emoci¨®n primaria y expeditiva. No es un profesional, no sabe el oficio. En sus manos el Gobierno de Estados Unidos se ha convertido en un deporte de alto riesgo, en una especie de barranquismo dentro de la Casa Blanca, que tiene al mundo en vilo. En los m¨ªtines como candidato, Trump a veces se parec¨ªa a uno de esos m¨²sicos tronados de la banda del empastre, que toca el viol¨ªn con un serrucho y se hace un l¨ªo con las partituras, su p¨²blico le aplaude y ¨¦l saluda satisfecho de sus propias gansadas. La mayor¨ªa se lo tom¨® a broma, pero el destino del planeta est¨¢ hoy a merced del capricho de este emperador de c¨®mic, descerebrado.
Donald Trump cree que para tener autoridad hay que estar cabreado y como un beb¨¦ furioso, al que le han arrebatado el chupete, desarrolla su mando mediante un c¨®digo de se?ales muy f¨ªsicas que emite su corpach¨®n agitado por un viento interior. Todo en este pol¨ªtico es de primera mano, imprevisible y gestual. De hecho, antes de firmar un decreto puede aporrearse el pecho como cualquier espalda plateada para excitar el timo, esa gl¨¢ndula del valor aposentada detr¨¢s del estern¨®n, que compartimos con los simios superiores. Y despu¨¦s, para demostrar que ha salido con la suya, suele levantar la mand¨ªbula, apretar el morro y exhibir el documento con su r¨²brica en un alarde retador entre infantil y macarra. Finalmente puede dar la mano, pero nunca franca y amigable, m¨¢s bien arrebata la del contrario, tira de ella para apoderarse del cuerpo entero al que puede retener o desechar a su antojo.
Lo ver¨¢s bajar del avi¨®n presidencial golpeando el aire con el pu?o rosado del que emerge el pulgar inhiesto como cola de alacr¨¢n, o formando con los dedos la uve de la victoria sin venir a cuento o pinzando el pulgar con el ¨ªndice como la mano de un pantocr¨¢tor cuando emite una amenaza o advertencia detr¨¢s de un atril. Son gestos autoritarios que solo indican duda e inseguridad del terreno que pisa.
Hartos de votar a presidentes un¨ªvocos, profesionales de la pol¨ªtica, siempre troquelados por el establishment al servicio del sistema, los electores de una clase media norteamericana hundida por la crisis trataron de probar con algo nuevo, imprevisible y vengador; de ese voto desesperado, col¨¦rico y gamberro ha salido este extra?o ser de color calabaza, porque la democracia tiene estas cosas, la grandeza del ideal colectivo lleva la consiguiente carga de esti¨¦rcol ciudadano, que puede originar un monstruo cuando fermenta.
Bajo su propio volc¨¢n, Trump cada d¨ªa a la hora del desayuno, al pie de unos huevos rancheros o de los suyos propiamente dichos, suele emitir un pensamiento bal¨ªstico de 140 caracteres, que pone su propia pol¨ªtica patas arriba cada ma?ana. Dimite otro jefe de Gabinete, huye de su lado otro secretario, aplasta al fiscal general, reta o insulta a cualquier mandatario extranjero, nombra consejero a un compinche y a continuaci¨®n lo desescombra, amenaza a la prensa, se pasa por el forro al director del FBI, babea dulz¨®n ante Putin, quien tal vez le tiene cogido por los compa?ones y es que la corona de Trump es el caos, debido a que no sabe el oficio y carece de estructura interior; de hecho lo que parece su espina dorsal no es m¨¢s que su corbata.
As¨ª cabalga este jinete. Al galope atraviesa Trump descerrajado el viejo esplendor de la primera potencia del mundo, acuciado por el miedo y la paranoia. ?Qu¨¦ es sino miedo encerrar a su pa¨ªs detr¨¢s de un muro, de un f¨¦rreo control de pasaportes, de la barrera del odio racista? Entre los cientos de miles de cerebros extraordinarios que pueblan una naci¨®n grande y poderosa como Norteam¨¦rica, he aqu¨ª que ha salido de las urnas el cerebro de un millonario atrabiliario e ignorante, que solo ha sabido forrarse. Dejar la historia a expensas del instinto b¨¢sico de Donald Trump puede ser una forma de no aburrirse, pero no es agradable despertarse una ma?ana y comprobar que todos los ideales de Occidente los ha arrojado un pat¨¢n al fondo del barranco.
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