Un martes en el lejano oeste
El mercado de Plasencia es anterior a la reconquista de la ciudad por Alfonso VIII en 1186
No es que a Plasencia le falten m¨¦ritos hist¨®ricos, ni mucho menos. Su catedral nueva se proyect¨® a finales del siglo XV, la vieja se remonta al rom¨¢nico y mejor no hablemos de sus 11 iglesias parroquiales, los conventos de las Claras, las Capuchinas, las Ildefonsas y el de los Dominicos que alberga el actual parador nacional, porque quien suscribe es m¨¢s ateo que el demonio y se desalienta con tanta demas¨ªa lev¨ªtica. Su muralla de siete puertas y su acueducto medieval asombran por su solvente ancianidad. Pero si el viajero quiere ver algo realmente antiguo en esta vieja ciudad del lejano oeste espa?ol, lo que tiene que hacer es darse una vuelta por su mercado de los martes. Ah¨ª es donde mora la historia de verdad, la que no se lee sino se huele, se come y se bebe.
Pasear por su mercado, en plena plaza Mayor, le hace a uno preguntarse si esas son las mismas lechugas oreja de burro que compraban los musulmanes hace lo menos un milenio, los mismos melocotones descomunales y colosales ristras de ajos, los mismos cebollinos y habas verdes, los mismos melones y sand¨ªas dignos de Brobdingnag, el pa¨ªs de los gigantes que visit¨® Gulliver con provecho, aunque sin propon¨¦rselo del todo, el repollo y la coliflor, la remolacha y la col, la escarola y la acelga.
S¨ª, mi se?or, pues por muy antigua que sea o quiera ser Plasencia, nunca lo ser¨¢ tanto como el mercado que engalana sus martes cada semana, porque esos martes dedicados a la sagrada ocupaci¨®n del comercio y la ingesta ya estaban all¨ª, seg¨²n algunos historiadores, antes de que Alfonso VIII de Castilla fundara la ciudad en 1186. Por entonces se llamaba zoco, o mercado moruno, pero la cosa no deb¨ªa ser muy diferente de la que est¨¢ hoy a disposici¨®n del turista.
Si un visitante marciano aterrizara hoy en Plasencia, sin embargo, tendr¨ªa una forma f¨¢cil de saber que no se encuentra en el siglo XII. Le bastar¨ªa echar un vistazo a los montones de tomates, los ensartados de pimiento cornicabra, las patatas de tres variedades y las bolillas picantes de aspecto inocente, pero que arden en la boca como la explosi¨®n de una supernova; no, amigos lectores euroc¨¦ntricos, esos productos no pod¨ªan estar entre los manjares de que disfrutaron aquellos ¨¢rabes milenarios, ni muchos de los cristianos que los sucedieron durante varios siglos. ?Saben por qu¨¦? Exacto. Los tomates, las patatas y los pimientos no exist¨ªan en el viejo mundo hasta que los trajo Col¨®n en su segundo viaje a las Indias Occidentales. Esos productos son las joyas de la corona de la revoluci¨®n neol¨ªtica del continente americano, como el arroz lo es del neol¨ªtico chino. La revoluci¨®n agr¨ªcola de Oriente Pr¨®ximo, que es la ¨²nica que solemos tener en cuenta los europeos, se bas¨® en el trigo, la vid y el olivo, que es lo que, deber¨ªamos entender por dieta mediterr¨¢nea.
Miles de pimientos
Sobre los pimientos, por cierto, hay una curiosa historia que contar para quien quiera o¨ªrla. De entre las muchas variedades cultivadas de estas plantas del g¨¦nero capsicum ¡ªpimiento morr¨®n, aj¨ªes y chiles, pimientos de padr¨®n y de piquillo, choricero y amarillo, qu¨¦ s¨¦ yo¡ª hay al menos una que lleg¨® a Espa?a bajo el control de los frailes jer¨®nimos: el pimiento para piment¨®n. Los monjes pusieron a punto la t¨¦cnica en las instalaciones m¨¢s cercanas que ten¨ªan a los puertos de entrada de las carabelas, el monasterio de Guadalupe, en el este de C¨¢ceres, y de ah¨ª se extendi¨® por Espa?a a trav¨¦s de la red conventual de los jer¨®nimos. De ah¨ª que el piment¨®n m¨¢s c¨¦lebre de nuestro tiempo se produzca en la Vera cacere?a, con la competencia cercana de las sucursales jer¨®nimas, murcianas o atl¨¢nticas, que recibieron el producto y la receta en el XVI.
El martes de Plasencia es seguramente anterior a la propia Plasencia. No hay constancia documental de que el zoco moruno anterior a la reconquista de la ciudad por Alfonso VIII se celebrara ese d¨ªa de la semana, pero las evidencias administrativas llegaron inmediatamente despu¨¦s de aquel cambio de r¨¦gimen. La actual archivera y cronista de la ciudad, Esther S¨¢nchez Calle, muestra el p¨¢rrafo relevante del t¨ªtulo 253 del Fuero de la ciudad, concedido por el propio Alfonso VIII, aunque transcrito algo despu¨¦s con la ortograf¨ªa rec¨®ndita de la ¨¦poca: ¡°Estas son las horas y los d¨ªas en quales los querellosos a sus debdores non deven prendar nin los deven a plazo llevar: en el d¨ªa del domingo por reverencia a Dios, ni en el d¨ªa del martes por el coto del mercado¡±. Dios y el mercado, dos buenas razones para no andar enredando con pleitos y pendencias que vac¨ªen los bolsillos de feligreses y clientes.
Cuando uno quiere aprender algo del folclore de una ciudad, lo ¨²ltimo que se le ocurre normalmente es llamar al alcalde, pero aqu¨ª ocurre todo lo contrario. El alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro, no solo es m¨²sico (laudista) e historiador del arte, sino tambi¨¦n un apasionado de su tierra y un conversador incansable. Entre otras muchas cosas, me entero por ¨¦l de que el folclore del norte de C¨¢ceres es uno de los mejor preservados de Espa?a gracias al music¨®logo e investigador placentino Manuel Garc¨ªa Matos (1912-1974), que tras concluir una formaci¨®n musical de primer nivel en Madrid, se colg¨® una mochila y se lanz¨® a recorrer la regi¨®n pidiendo a los tamborileros: ¡°Oiga, toque algo, hombre¡±, y transcribiendo a la partitura todo lo que o¨ªa. Public¨® 450 de esas piezas en su obra de referencia La l¨ªrica popular de la alta Extremadura. L¨¦alo cualquier martes como hoy.
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