El autor como chivo expiatorio
En 'Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver' Mario Bellatin reflexiona sobre la literatura a trav¨¦s de dos discapacitados inscritos en un taller de escritura creativa
Es constante en la obra de Mario Bellatin (M¨¦xico, 1960) el protagonismo de las v¨ªctimas sacrificiales, las que fundan nuestro sentido de lo sagrado. As¨ª, por ejemplo, en Sal¨®n de belleza (1994), libro esencial en la literatura en castellano del ¨²ltimo cuarto de siglo ahora reeditado por Alfaguara, el narrador acoge a los enfermos de una misteriosa peste en su reci¨¦n inaugurado sal¨®n, convertido en ¡°moridero¡±. En Perros h¨¦roes (2003), quien relata su ag¨®nica relaci¨®n con el mundo es un parapl¨¦jico postrado en la cama; otros tantos extra?os y relegados aparecen en Damas chinas (2006) y Disecado (2011). Y si ¨¦sta es una marca de la casa, otra podr¨ªa ser que al propio Bellatin le guste aparecer en sus libros como personaje, a veces secundario, tensando las ambig¨¹edades de eso que llamamos autor. Por ejemplo en El gran vidrio (2007), subtitulado Tres autobiograf¨ªas, tambi¨¦n en la cr¨®nica cl¨ªnica de Los fantasmas del masajista (2009) y en El libro uruguayo de los muertos (2013), un extremado ejercicio de desdoblamientos.
Con este repaso a una obra de m¨¢s de 40 t¨ªtulos solo quiero se?alar dos cuestiones. La primera, que Bellatin rompe las expectativas de los mecanismos de ficci¨®n m¨¢s s¨®lidos en los que se sostiene nuestro canon literario: casi nunca con teor¨ªas abstractas, sino con la digresi¨®n disonante, subvirtiendo los g¨¦neros mientras los modula con gracia. La segunda cuesti¨®n es que todo lo dicho tambi¨¦n vale para Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver. No es su obra m¨¢s original. Y es que quiz¨¢ la originalidad extremada se ha convertido en una constante de su estilo, algo previsible.
Carta sobre los ciegos¡ se define dentro del Moroa Monogatari, tradici¨®n japonesa de relatos contados por un discapacitado. Aqu¨ª los protagonistas son ¡°un par de hermanos, ciegos y sordos, abandonados por nuestros padres y recluidos en un pabell¨®n clandestino de la Colonia de Alienados Etchepare, donde recibimos un curso de escritura impartido por un maestro que se dice escritor¡±, en palabras de la narradora. Es decir, con ayuda de un ordenador colgado al cuello, una ciega y sorda parcial relata a su hermano lo que sucede en un sanatorio mental durante una clase de escritura creativa impartida por un escritor mediocre. Este maestro es manco (como Bellatin) y tiene un morboso y humor¨ªstico gusto por desviar el tema.
A diferencia de otros textos m¨¢s el¨ªpticos de Bellatin, Carta sobre los ciegos¡ se sostiene en el flujo de conciencia de una narradora a lo Beckett, a veces con las previsibles costuras de este tipo de textos que abusan de la repetici¨®n de motivos tem¨¢ticos con finalidades r¨ªtmicas. Estos motivos son la historia de unos perros salvajes que rodean el sanatorio, un barco a la deriva que ficcionaliza la relaci¨®n incestuosa de los hermanos, el asesinato de perros decretado por Mahoma y la salvaci¨®n de Lailajilal¨¢, de nuevo una figura sacrificial. Todo ello sumado a las ya mencionadas digresiones del maestro de escritura que se?alan la pertinencia de la po¨¦tica de la propia novela.
Pero ?estamos ante un nuevo experimento autobiogr¨¢fico, la historia de Bellatin narrada por una ciega parcialmente sorda a su hermano sordo y ciego? Ser¨ªa vano identificar al personaje del maestro con el autor; o quiz¨¢ no vano, pero s¨ª frustrante, pues el hallazgo principal de esta Carta va m¨¢s all¨¢ del t¨®pico metapo¨¦tico: la relaci¨®n que se origina en la novela entre los hermanos y el profesor es la nexo entre el autor y lo creado, con la fortuna de que es la obra la que asigna al autor su entidad ficticia, su c¨¢rcel de palabras.
Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver toma su t¨ªtulo y vuelo de uno de los textos m¨¢s conocidos de Diderot. El impulsor de la Enciclopedia imagin¨® a un fil¨®sofo ciego y sordo que percibiera el mundo con las puntas de los dedos. Esto le sirvi¨® para sospechar del predominio de una raz¨®n cartesiana, autosuficiente, y de un orden moral fundado en el sentido de la vista. Tambi¨¦n Bellatin parece preguntarse, ?es fiable una narradora ciega y parcialmente sorda?, ?vale su mundo deficientemente objetivo lo que el nuestro? ¡°S¨¦ que eres consciente de que incluso invento temas, di¨¢logos que nunca se han llevado a cabo¡±, le escribe ¨¦sta a su hermano, y remata: ¡°El asunto es que no te sientas fuera del mundo¡±. ?D¨®nde queda, pues, la veracidad? Podr¨ªa contestar a esto el propio Diderot en su Jacques, el fatalista: ¡°?Y qu¨¦ m¨¢s da con tal de que t¨² hables y yo escuche? ?No son estos los ¨²nicos puntos importantes?¡±.
Bellatin profesa una fe en la imaginaci¨®n creadora de realidades y en su estructura dial¨®gica, inacabada. Pensemos en su obra como un gran sal¨®n de espejos colocados en lugares ins¨®litos: unos deforman y otros devuelven un reflejo revelador y as¨¦ptico. Las im¨¢genes se cruzan y, en el centro del sal¨®n, una sola figura registra y se multiplica hasta el absurdo: es el propio Bellatin o, mejor dicho, un personaje de ficci¨®n que se sacrifica en cuanto empieza a construirse como relato.
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Autor:?Mario Bellatin.
Editorial: Alfaguara (2017).
Formato: tapa blanda (96 p¨¢ginas).
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