Los tiempos de la m¨²sica antigua
La abrumadora sucesi¨®n de conciertos del Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht alterna alegr¨ªas y sinsabores
Un festival con una oferta tan abundante y concentrada en el tiempo como el de Utrecht permite, o invita casi, a relacionar unos conciertos con otros, m¨¢s a¨²n cuando existe un invisible hilo conductor que los agrupa: este a?o, la efem¨¦ride del comienzo de la Reforma luterana y la subsiguiente Reforma cat¨®lica. El siglo XVI est¨¢ siendo revisitado, por tanto, con especial frecuencia, aunque la dicotom¨ªa entre las m¨²sicas lit¨²rgicas nacidas al calor de uno y otro culto se mantiene viva hasta hoy. Esta cercan¨ªa entre conciertos ejerce tambi¨¦n de excelente vara de medir sin que la memoria juegue malas pasadas. As¨ª, cuando se interpretan repertorios similares, es f¨¢cil y casi natural establecer prioridades, paralelismos o preferencias, no digamos ya cuando es una misma obra la que se ofrece con apenas un par de horas de diferencia, como sucedi¨®, por ejemplo, el a?o pasado con el Combattimento de Monteverdi que propusieron Hesp¨¨rion XXI y Cantar Lontano.
En la presente edici¨®n no ha habido, al menos de momento, casos tan flagrantes, pero un festival ense?a a relativizar las expectativas, mostrando que la realidad no es siempre aquello que pod¨ªa pensarse que ser¨ªa. El pasado martes, por ejemplo, se llen¨® la Geertekerk para escuchar un programa en torno a Ludwig Senfl, un compositor que estuvo en contacto directo con Lutero y que fue testigo privilegiado de los convulsos primeros tiempos de la Reforma. Los int¨¦rpretes eran el Ensemble Per-Sonat, fundado por la soprano alemana Sabine Lutzenberger (integrante habitual del Huelgas Ensemble, aunque all¨ª todas las individualidades se aniquilan en favor del enfoque unipersonal impuesto a machamartillo por Paul van Nevel), y Concerto Palatino, un conjunto de viento que ha protagonizado decenas de interpretaciones inolvidables en los ¨²ltimos treinta a?os. El bien pensado programa y la calidad de los int¨¦rpretes (entre los cantantes figuraban tambi¨¦n los experimentad¨ªsimos Julian Podger y Harry van der Kamp) auguraban una hora de dicha. Sin embargo, ya en los primeros minutos qued¨® claro que las expectativas eran infundadas: el grupo vocal jam¨¢s son¨® como tal, sino desmadejado, y los miembros de Concerto Palatino llegaron a tocar incluso rematadamente mal, algo poco menos que ins¨®lito en un grupo de su trayectoria y categor¨ªa.
Los miembros de Concerto Palatino llegaron a tocar incluso rematadamente mal
Los m¨²sicos suelen contagiarse de sus respectivas inseguridades y la cosa no hizo m¨¢s que empeorar hasta que se roz¨® la cat¨¢strofe en la ¨²ltima obra del programa, Virgo prudentissima, un largo prodigio contrapunt¨ªstico, simb¨®lico y ret¨®rico compuesto en Constanza por Heinrich Isaac durante la celebraci¨®n del Reichstag convocado por Maximiliano I para organizar su posterior coronaci¨®n como Sacro Emperador Romano. Al comienzo de la Secunda Pars, all¨ª donde Isaac cambia claramente el signo de mensuraci¨®n y la m¨²sica debe sonar m¨¢s viva (lo que no todos los int¨¦rpretes entienden), Sabine Luztenberger y el cornetista Bruce Dickey iban tan desparejados que hubieron de pararse y empezar de nuevo. Llegaron todos juntos al final por los pelos, pero la interpretaci¨®n fue, en conjunto, un serio desprop¨®sito, sin que asomara una sola de las maravillas obradas por Isaac: la melod¨ªa que utiliza como cantus firmus en el tenor corresponde a la fiesta de la Asunci¨®n de la Virgen, por lo que es clara la intenci¨®n del compositor de equiparar la figura de Mar¨ªa como reina del cielo y de Maximiliano como Sacro Emperador Romano. El concierto estaba abiertamente infraensayado, Lutzenberger se sali¨® del que es su repertorio natural como solista (la m¨²sica medieval) y tirar de oficio no fue en absoluto suficiente para los muy avezados integrantes de Concerto Palatino.
Menos de una hora despu¨¦s, en la Jacobikerk, lleg¨® el turno de la Capella de la Torre (otro conjunto de instrumentos de viento) y el Tiburtina Ensemble, un grupo apenas conocido e integrado por ocho cantantes checas. El centro del programa era ahora uno de los grandes nombres de la polifon¨ªa tardorrenacentista, el espa?ol Tom¨¢s Luis de Victoria y su misa Vidi speciosam. ?C¨®mo no comparar las maravillas que all¨ª se escucharon y la fluidez constante del discurso musical con el desatino al que acab¨¢bamos de asistir? El grupo que dirige Barbora Kab¨¢tkov¨¢ (tambi¨¦n excelente soprano) con gestos pl¨¢sticos y eficaces hizo gala, tanto en pasajes mon¨®dicos como polif¨®nicos, de una dicci¨®n, conjunci¨®n y afinaci¨®n perfectas, cuidando con mimo la interacci¨®n con sus colegas, esencial al tener que tocar los instrumentos las partes de tenor y de bajo o doblar las de tiple y contralto. Lit¨²rgicamente, todo ten¨ªa tambi¨¦n sentido: tanto el Kyrie eleison como el Christe eleison sonaron con su estructura tripartita natural y se completaron las secciones del Ordinario de la misa (aquellas a las que puso m¨²sica Victoria) con las del Propio, lo que hace que la m¨²sica recupere el sentido original con que naci¨®. Tras la ¨²ltima nota de un Magnificat, tambi¨¦n de Victoria, todo el p¨²blico se puso en pie como un resorte y prorrumpi¨® en aplausos entusiastas. En un par de horas hab¨ªamos pasado de lo peor que puede ofrecer hoy d¨ªa la m¨²sica antigua (improvisaci¨®n, falta de ensayos, exceso de confianza, dejadez) a lo mejor (claridad de concepto, unidad de criterio, ensayos m¨¢s que suficientes, humildad). Las expectativas se hab¨ªan invertido y lo que resulta implanteable en una temporada normal de conciertos aislados y separados en el tiempo, con la memoria jug¨¢ndonos a veces malas pasadas, un festival lo hace posible.
El franc¨¦s Herv¨¦ Niquet es un hombre-espect¨¢culo nato y parece incapaz de renunciar a ello
M¨¢s all¨¢ del ep¨ªtome de lo que es, o deber¨ªa ser, un festival, representado simb¨®licamente por estos dos conciertos, ha habido muchos otros momentos de inter¨¦s, como el canto delicado de la soprano canadiense Elisabeth Hetherington en un recital de airs de cours y parodies spirituelles francesas, que siguieron el ejemplo, casi propagand¨ªstico, de Lutero de convertir famosas melod¨ªas profanas en canciones religiosas. Le Concert Spirituel ofreci¨® una rareza, la misa Si Deus pro nobis, a 16 voces, de Orazio Benevoli, muy reveladora de toda la magnificencia aparatosamente teatral de la m¨²sica lit¨²rgica cat¨®lica romana en el siglo XVII. La dirigi¨® muy bien, con su histrionismo habitual y sus gestos amplios y r¨ªgidos, casi m¨¢s propios de un aut¨®mata, Herv¨¦ Niquet, al que solo cabe reprochar que tienda a desviar el centro de atenci¨®n de la m¨²sica a su persona: pero el franc¨¦s es un hombre-espect¨¢culo nato y parece incapaz de renunciar a ello. Por otro lado, la calidad de sus m¨²sicos ¨Ccantantes e instrumentistas por igual, con menci¨®n especial para el cornetista Adrian Mabire, excepcional en una canci¨®n sacra de Palestrina en versi¨®n instrumental¨C es incontestable y su capacidad para concertar desde lo alto de su tarima a un grupo tan amplio (cuarenta cantantes, dos cuartetos instrumentales, siete grupos de bajo continuo) y aunar las voluntades de todos ha quedado, una vez m¨¢s, fuera de toda duda.
Tres conciertos escuchados martes y mi¨¦rcoles abundaron de nuevo en la dicotom¨ªa de las propuestas en las que prima el int¨¦rprete o se cede todo el protagonismo a la propia m¨²sica. Skip Semp¨¦, cada vez m¨¢s amigo de recargar la textura de sus versiones hasta convertirlas en multicolores y cuasiorquestales, aburri¨®, y mucho, en la Geertekerk con un largu¨ªsimo y tedioso programa en torno a William Byrd, un cat¨®lico al servicio de una corte protestante. No le ayud¨® nada La Compagnia del Madrigale, el grupo de Giuseppe Maletto que tantas grandes veladas ha protagonizado en Utrecht en el pasado, y que tuvo una tarde gris y muy desafortunada, sobre todo en la primera parte del concierto. Su entendimiento con Capriccio Stravagante, la formaci¨®n de Semp¨¦, raramente se produjo y los ¨²nicos momentos de inter¨¦s los protagonizaron un cuarteto de flautas de pico y un sexteto de violas de gamba, que pudieron tocar libres de interferencias o injerencias externas.
Doulce M¨¦moire y Vox Luminis, en cambio, dejaron que la m¨²sica (y, en el caso del primero, tambi¨¦n la danza) se impusiera sobre cualquier personalismo y sus dos propuestas han dejado claro que la m¨¢xima sencillez (aunque sea solo aparente) es el mejor camino para lograr la mayor complejidad. El veterano grupo franc¨¦s que dirige Denis Raisin-Dadre conserva a muchos de sus m¨²sicos de siempre, como la laudista Pascale Boquet o el bajonista J¨¦r¨¦mie Papasergio, y se mantiene fiel asimismo a sus postulados, dando la espalda a los caprichos e inconsecuencias habituales en muchos de sus colegas. Aqu¨ª han ofrecido un espect¨¢culo de m¨²sica y danza para mostrar el alt¨ªsimo grado de refinamiento de la corte del muy humanista Francisco I, que no fue ajeno en absoluto al cataclismo social y pol¨ªtico que desencaden¨® en Europa la Reforma luterana. Perfecto en su planteamiento y en su duraci¨®n, con un rico despliegue de una panoplia de instrumentos de viento (flautas, cromornos, chirim¨ªas), alternando canciones y danzas, momentos reflexivos y desenfadados, el p¨²blico sali¨® del Stadsschouwburg con una sonrisa en los labios: sin experimentos innecesarios, sin egolatr¨ªas, sin partituras, con un m¨ªnimo hilo argumental, un vestuario de ¨¦poca y un dominio absoluto del estilo, con un profundo conocimiento de las fuentes, su comedido espect¨¢culo teatral ha marcado, sin duda, uno de los grandes momentos del Festival.
Y otro tanto puede decirse del segundo concierto de Vox Luminis, que tras la magnificencia de su Misa en Si menor de Bach del domingo, recurrieron el mi¨¦rcoles por la noche al peque?o formato para plantear un recorrido cronol¨®gico por el a?o lit¨²rgico luterano. La Reforma cont¨® desde el principio con grandes compositores y artistas entre sus adeptos (Lucas Cranach marc¨® la pauta, por supuesto) y este concierto revel¨® c¨®mo, a partir de la sencillez de los corales, fue cre¨¢ndose m¨²sica de cada vez mayor complejidad, aunque sin perder nunca de vista la importancia de los textos y su funci¨®n aleccionadora y doctrinal. Con doce cantantes y un peque?o ¨®rgano, la m¨²sica de Caspar Othmayr, Michael Praetorius, Thomas Selle o Samuel Scheidt deja patente c¨®mo, en muy poco tiempo, la Reforma se hizo con un patrimonio musical en lengua vern¨¢cula que, m¨¢s all¨¢ de su finalidad pr¨¢ctica en la difusi¨®n de la nueva teolog¨ªa de Lutero, conserva intacta varios siglos despu¨¦s su inmensa calidad. Con su ascetismo habitual, con plena concentraci¨®n, con una cuidad¨ªsima secuencia de movimientos de los cantantes entre pieza y pieza, con una muy inteligente confecci¨®n del programa, Vox Luminis volvi¨® a sentar c¨¢tedra de c¨®mo debe interpretarse la m¨²sica antigua. Cuentan con la baza de un grupo de voces excepcionales, es cierto, pero de nada servir¨ªan si no hubiera detr¨¢s un trabajo arduo en los ensayos y, sobre todo, un af¨¢n de que prime la sustancia musical, clara y desnuda, sobre cualquier af¨¢n personalista. Al final del concierto ofrecieron, como propina, un peque?o homenaje musical a uno de sus miembros, el contratenor Jan Kullmann, que hab¨ªa sido padre el d¨ªa anterior, alterando el texto de un motete de Samuel Scheidt (Puer natus in Bethlehem) para saludar la llegada del reci¨¦n nacido.
Hicieron muy bien, en fin, lo que saben hacer Alamire, el grupo brit¨¢nico que dirige David Skinner (un programa dedicado monogr¨¢ficamente a Thomas Tallis), la en¨¦rgica Katarina Livljani? y su grupo Dialogos (antiguos epitafios de Dalmacia y Herzegovina en los que los muertos hablan a los vivos, presentados de un sencillo modo teatral), Lorenzo Ghielmi (que se sac¨® la espina, con un excelente recital organ¨ªstico, de sus muy decepcionantes dos conciertos anteriores), la chilena Catalina Vicens (un programa mod¨¦lico con la m¨²sica de Robert Fairfax y el libro Utopia de Tom¨¢s Moro como ejes conceptuales), el tenor Charles Daniels (que ofreci¨® toda una lecci¨®n de canto natural, sabidur¨ªa y dicci¨®n en un recital de m¨²sica inglesa del siglo XVII junto al d¨²o canadiense de violas da gamba Les Voix Humaines y el tiorbista Fred Jacobs) y Ordo Virtutum (recuperando e interpretando admirablemente, con enorme disciplina y un enfoque delicadamente melism¨¢tico, el canto llano de c¨®dices destruidos en varios monasterios cat¨®licos alemanes en la primera y m¨¢s combativa etapa de la Reforma luterana). Todos ellos tuvieron en com¨²n la ausencia de artificio, cediendo de nuevo a la m¨²sica la primera y ¨²ltima palabra. El movimiento interpretativo historicista se propuso desde el principio como ¨²ltimo objetivo recrear un pasado lejano y, por definici¨®n, inaprehensible. En ¨²ltima instancia, sin embargo, lo importante resulta ser la visibilidad o invisibilidad del int¨¦rprete (irrenunciablemente moderno, o posmoderno, seg¨²n el dictum de Richard Taruskin). Y esto acaba traduci¨¦ndose, por decirlo en t¨¦rminos proustianos, en la enorme diferencia que existe entre el tiempo perdido y el tiempo recobrado.
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