El Che, un lector compulsivo en plena selva
La Biblioteca Nacional argentina expone los libros que influyeron al revolucionario: novelas de Julio Verne, ensayos de teor¨ªa marxista y econ¨®mica, historia y poes¨ªa
Ernesto Che Guevara lee mientras se recupera de sus heridas en Sierra Maestra, en 1957; lee en su oficina del Ministerio de Industria cubano y en su casa de La Habana, a principios de los 60; con su segunda mujer, Aleida March, en 1966 en Tanzania tras el fracaso de la ofensiva guerrillera en el Congo; en la copa de un ¨¢rbol en Bolivia, meses antes de ser capturado y asesinado, en octubre de 1967. Las fotograf¨ªas que forman parte de la muestra Che lector de la Biblioteca Nacional argentina reflejan una faceta del revolucionario argentino que qued¨® opacada por el hombre de acci¨®n, pero que cruz¨® toda su experiencia vital, desde su infancia hasta sus ¨²ltimos d¨ªas.
Nacido en una familia acomodada, el Che aprendi¨® a leer en casa, gracias a su madre, ya que el asma le imped¨ªa ir a la escuela. Desde ni?o fue un lector voraz, seg¨²n ha recordado su hermano Roberto, quien asegura que se encerraba en el ba?o durante horas para que no le interrumpieran. Sus primeros autores favoritos fueron Julio Verne y Emilio Salgari, autores de novelas de aventuras que "ya mostraban cierto esp¨ªritu de salir a la b¨²squeda", dice Emiliano Ruiz D¨ªaz, uno de los investigadores que han organizado la exposici¨®n, inaugurada el martes.
A esas novelas iniciales sum¨® pronto todo lo que encontraba a su alrededor, como los 23 tomos de la enciclopedia de Historia universal que estaban en la biblioteca familiar, biograf¨ªas de pensadores y escritores y libros de filosof¨ªa y psicoan¨¢lisis citados en el Cuaderno filos¨®fico que comenz¨® a escribir de adolescente. A partir de sus viajes por Latinoam¨¦rica incluy¨® libros sobre los pa¨ªses que conoc¨ªa y empez¨® a acercarse al marxismo y a la teor¨ªa econ¨®mica. Tres de las vitrinas de la muestra est¨¢n dedicados a libros fundamentales para el Che, entre los que figuran El capital, de Karl Marx; el Manual de Econom¨ªa pol¨ªtica, de la Academia de Ciencias de la URSS; y el Tratado de econom¨ªa marxista, de Ernest Mandel.
"En La Habana, los jueves, a eso de las 2, 3 de la madrugada, se reun¨ªan con un profesor espa?ol que se hab¨ªa formado en la URSS para leer y debatir sobre estos libros", cuenta Santiago Allende, otro de los investigadores detr¨¢s de la muestra. "A veces tambi¨¦n estaba Fidel (Castro) y se daban discusiones muy fuertes. El Che despu¨¦s tuvo sus desacuerdos con el modelo sovi¨¦tico, desacuerdos que lo llevaban a continuar leyendo, a profundizar en su b¨²squeda", agrega.
Puros y libros
"Mis dos debilidades fundamentales: el tabaco y la lectura", confes¨® el Che en su diario del Congo. La figura habitual del lector sedentario y solitario contrasta con la del guerrillero en constante marcha y rodeado de compa?eros. Pero ni en los momentos m¨¢s dif¨ªciles logr¨® abandonar esa adicci¨®n. "La lectura persiste como un resto del pasado, en medio de la experiencia de acci¨®n pura, de desposesi¨®n y violencia, en la guerrilla, en el monte. Guevara lee en el interior de la experiencia, hace una pausa", dej¨® escrito Ricardo Piglia en su descripci¨®n del Che como El ¨²ltimo lector.
Era un lector compulsivo y met¨®dico. Desde los 17 a?os acostumbrada a precisar en cuadernos los t¨ªtulos de las obras que consultaba. En su plan de lecturas de Bolivia, entre noviembre de 1966 y septiembre de 1967 anot¨® 60 t¨ªtulos, entre ellos El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, de Georg Luk¨¢cs e Historia de la revoluci¨®n rusa I, de Le¨®n Trotski.
De forma paralela a la lectura, escrib¨ªa. Junto a sus populares diarios, la muestra rescata algunos textos poco conocidos, como art¨ªculos de rugby que escribi¨® para la revista Tackle?bajo el seud¨®nimo de Chang-Cho (en referencia a su apodo, chancho) y una investigaci¨®n m¨¦dica que public¨® en la revista mexicana Alergia en mayo de 1955,?cuando trabajaba en el Hospital General de M¨¦xico.
En discursos p¨²blicos y tambi¨¦n en momentos l¨ªmite, acechado por la muerte, el Che recurre a im¨¢genes literarias para explicar lo que siente. "Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo", escribi¨®, identific¨¢ndose con el Quijote, en la ¨²ltima carta a sus padres, en abril de 1965, poco antes de salir de Cuba rumbo al Congo. De March se despide con una cinta abierta en la que le recita estos versos de Neruda: "Ya no se encantar¨¢n mis ojos en tus ojos,/ ya no se endulzar¨¢ junto a ti mi dolor./ Pero hacia donde vaya llevar¨¦ tu mirada/ y hacia donde camines llevar¨¢s mi dolor.// Fui tuyo, fuiste m¨ªa. Qu¨¦ m¨¢s? Juntos hicimos/ un recodo en la ruta donde el amor pas¨®.
Nueve a?os antes, cuando el peque?o grupo del Granma fue sorprendido por tropas de Fulgencio Batista al desembarcar en Cuba, el argentino record¨® un relato. "Me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en el que parec¨ªa todo perdido. Record¨¦ un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en el tronco de un ¨¢rbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelaci¨®n, en las zonas heladas de Alaska", escribi¨® el guerrillero en Pasajes de la guerra revolucionaria. Nadie sabe qu¨¦ imagen record¨® antes de ser fusilado en La Higuera de Bolivia. A 50 a?os de su muerte, la vida de ese gran lector es ahora devorada por otros en innumerables libros.
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