Aqu¨ª mataron al Che
Hace 40 a?os, Ernesto Guevara era asesinado por el ej¨¦rcito en una aldea perdida de Bolivia llamada La Higuera. Desde entonces, este inh¨®spito enclave se ha convertido en lugar de peregrinaci¨®n. Aqu¨ª a¨²n muchos creen en sus poderes sobrenaturales.
A La Higuera no se llega por casualidad. Dos horas y media para recorrer 60 kil¨®metros es lo que se demora un taxi desde la ciudad de Vallegrande. Un escarpado y angosto camino de tierra a m¨¢s de 2.000 metros de altitud, entre las quebradas del sureste boliviano, comunica las dos poblaciones. Aqu¨ª no hay transporte p¨²blico, tampoco electricidad ni agua potable, pero lo que s¨ª abunda es la memoria de estos campesinos, que no olvidan el d¨ªa que situ¨® para siempre el nombre de La Higuera en el mapa de la historia.
Se puede hacer una caminata hasta la quebrada del Churo, donde fue capturado con vida el 8 de octubre de 1967
Cada aniversario de su muerte, los aviones militares bolivianos realizaban aqu¨ª vuelos rasantes indicando que hab¨ªa que olvidarle
Los d¨ªas transcurren sin prisa. La plaza del poblado, donde se encuentra un inmenso busto de Ernesto Che Guevara, permanece en calma, y s¨®lo se rompe la rutina con la llegada de un veh¨ªculo cargado de turistas. El gu¨ªa de turno se levanta del umbral de la tienda La Higuera y pregunta a los reci¨¦n llegados si desean visitar la "escuelita", hoy remodelada y convertida en Museo Comunal en homenaje al guerrillero. Es el ¨²nico atractivo local. Unos paneles con fotograf¨ªas, diagramas e infinidad de fechas y lugares reconstruyen la vida del Che, junto a la silla de madera donde se encontraba sentado en el momento de su asesinato.
En una mesa, bolsos tejidos por las mujeres de la comunidad y peque?os frascos de vidrio con "tierra de sangre del Che" a manera de souvenirs se mezclan con mensajes en diferentes idiomas escritos por sus admiradores. Tambi¨¦n se puede hacer una caminata hasta la quebrada del Churo, donde se libr¨® la ¨²ltima batalla y fue capturado con vida junto a su compa?ero Willy el 8 de octubre de 1967. Un camino de una vegetaci¨®n exuberante precede a una piedra, con poca grandeza, donde se lee escrito a mano: "Che vive".
Estos parajes forman parte de la poco conocida Ruta del Che, apoyada por el Ministerio de Turismo de Bolivia e impulsada desde hace diez a?os en gran parte por la ONG inglesa Care.
Tras las visitas, las treinta familias del poblado recobran la normalidad. No es muy usual, pero algunos visitantes a¨²n suelen pasar varios d¨ªas en el albergue situado en el edificio de la ¨²nica escuela de La Higuera. Dos banderas coronan el patio, la boliviana y la cubana. En la sombra, un joven turista argentino habla con Jorge, uno de los dos m¨¦dicos cubanos destinados en la zona. "Prefiero hablar con la gente que hacer la caminata a la quebrada del Churo, tiene mas sentido", comenta mientras espera a sus compa?eros de viaje. La escuela tambi¨¦n acoge la vivienda y el consultorio permanente de los dos m¨¦dicos cubanos. All¨ª, la doctora Tania Aguiller atiende a do?a Simona, que hoy ha venido a consulta porque tiene la tensi¨®n alta. "Aqu¨ª los casos m¨¢s comunes son las enfermedades intestinales", explica la doctora mientras toma la presi¨®n a su paciente. Al terminar la visita le entrega unas pastillas y le recomienda una dieta equilibrada. Cuando le pregunta cu¨¢nto le debe, la doctora responde de manera met¨®dica: "Nada. Aqu¨ª vinimos para dar atenci¨®n m¨¦dica, y todo es gratis. Nos vemos dentro de siete d¨ªas. Cu¨ªdese".
La presencia de los m¨¦dicos cubanos en el pa¨ªs comenz¨® poco despu¨¦s de que los presidentes de Bolivia y Cuba, Evo Morales y Fidel Castro, respectivamente, firmaran un acuerdo de cooperaci¨®n en abril de 2006. En la r¨²stica cocina, donde se come en el suelo, Noel, de 12 a?os, explica que antes no hab¨ªa m¨¦dicos en la aldea y ten¨ªan que ir a Pucar¨¢ "y a veces estaban y otras no". Mientras ¨¦l contin¨²a comiendo junto con sus padres, su hermana menor Eliesther agrega que ahora sus m¨¦dicos son "buenitos, nos hacen entrar a ver la novela y juegan con nosotros al ajedrez".
Para los vecinos, la principal atracci¨®n se halla en la escuela, el ¨²nico edificio que cuenta con electricidad. Los recursos generados por el museo y el albergue han permitido instalar paneles solares sobre las aulas. En el consultorio fueron los cooperantes cubanos los que hicieron lo propio. Cuando todo el pueblo se queda a oscuras, los m¨¦dicos encienden su televisor, que repite la se?al en un aula cercana. All¨ª, ni?os y mayores, sentados en los viejos pupitres de madera, miran con aburrimiento las noticias de la Televisi¨®n Cubana esperando ansiosos el comienzo de la funci¨®n. Durante esas veladas, todos r¨ªen con las pel¨ªculas y lloran con las novelas.
Pero no todos disfrutan de esta distracci¨®n. Cuando cae la noche, algunas personas, en su mayor¨ªa hombres, se acercan a la tienda para comprar alcohol de destilaci¨®n casera. No es dif¨ªcil toparse con un grupo de hombres bebiendo de sus botellas de pl¨¢stico en las calles de La Higuera. El alcoholismo es un problema en toda Bolivia, sobre todo en las ¨¢reas rurales. Seg¨²n un estudio del Centro de Investigaci¨®n Cient¨ªfica (CELIN)-Bolivia, en 2005, el alcohol era la droga mas utilizada entre la poblaci¨®n de 12 a 50 a?os.
Un secreto a voces. Muchos desean contar la historia del Che en La Higuera, compartir un relato que estuvo prohibido treinta a?os. Otros quieren hablar a cambio de una recompensa. La Higuera est¨¢ llena de secretos y medias verdades.
Muchos de sus pobladores han sido gu¨ªas comunitarios, trabajo rotativo que les permite percibir un peque?o salario y adquirir un m¨ªnimo conocimiento sobre los hechos acontecidos hace cuarenta a?os. Sus historias coinciden en fechas, pero tienen diferentes protagonistas y con frecuencia son contradictorias.
En 1997, al cumplirse 30 a?os del asesinato del Che, se organiz¨® un encuentro mundial en Vallegrande, donde la oficina de tr¨¢nsito contabiliz¨® 5.500 visitantes. Esa cifra super¨® las expectativas del alcalde de la ciudad, recuerda Antonio Peredo, senador del MAS (Movimiento al Socialismo) y hermano de dos de los guerrilleros bolivianos que lucharon en la columna del Che: Coco e Inti Peredo.
El senador explica que en 1997 fue cuando "por primera vez, la gente comenz¨® a abrirse sobre un asunto que hab¨ªa mantenido muy oculto durante a?os. Amedrentados, porque la forma en que se recordaba aquel 8 de octubre en Vallegrande era una manera de intimidaci¨®n. Hasta entonces, cada aniversario, los aviones de las Fuerzas Armadas Bolivianas realizaban vuelos rasantes sobre la ciudad de Vallegrande, evidenciando que no hab¨ªa que recordar al Che, sino ocultarle". Curiosamente, ese silencio obligado ha reforzado el mito hasta elevar al guerrillero a la categor¨ªa de santo para la poblaci¨®n de la zona. "Recuerdo a una se?ora anciana que me llev¨® a su casa para mostrarme una mesa donde hac¨ªa sus oraciones diarias. All¨ª ten¨ªa a la Virgen, Cristo y una fotograf¨ªa del Che", explica Peredo, miembro del comit¨¦ impulsor del acto de recuerdo al Che.
En la actualidad, estos actos incluyen la visita al lugar donde se encontraron los restos del Che. Tambi¨¦n est¨¢ el hospital Se?or de Malta, donde una fotograf¨ªa en la peque?a lavander¨ªa mostr¨® la imagen del cuerpo sin vida de Ernesto Che Guevara que dio la vuelta al mundo.
Los milagros del Che. A la luz de la vela, Manuel Cortez ense?a fotograf¨ªas y libros que le regalan algunos visitantes que pasan por La Higuera. En su colecci¨®n est¨¢ El diario del Che en Bolivia, algunas fotograf¨ªas de ¨¦l mismo montando a caballo en el r¨ªo Grande y una con sus vaquitas en la puerta de su casa, regalo de una pareja de turistas japoneses. Tambi¨¦n hay una postal del bello Cuzco peruano. "Cerca de Espa?a dicen que est¨¢ Cuzco, ?no?", espeta don Manuel mientras sigue revolviendo decenas de fotograf¨ªas y recuerdos.
Este hombre de 62 a?os, amable y conversador, recuerda que cuando llegaron "los cubanos" ten¨ªa 21 a?os, y como muchos otros hombres del pueblo, observ¨® escondido en su casa a los guerrilleros. Al d¨ªa siguiente, la versi¨®n cambia: el Che lo hab¨ªa reconocido y hab¨ªan intercambiado algunas palabras. Pero don Manuel, no obstante, est¨¢ muy seguro de algo: "En vivo tambi¨¦n lo vi una vez. Estaban celebrando un 8 de octubre, el d¨ªa de su muerte, y me fui detr¨¢s de la piedra grande", en clara referencia al busto del Che. "Vi solo la mitad de su cuerpo en la tierra h¨²meda. Le hablaba, pero ¨¦l no pod¨ªa responderme. Le dije que hiciera crecer su bigote y comenz¨® a estirarse hasta alcanzar sus o¨ªdos. Luego le pregunt¨¦ si estaba contento con la celebraci¨®n y abri¨® sus ojos se?alando que as¨ª era". ?Mucha chicha? No, Manuel Cortez asegura que no tom¨® una gota de alcohol esa tarde. "Sacrific¨® mucho por el campo. Por eso decimos que Dios le ha dado lugar, y ahora tiene poder. El Che sufri¨® mucho, como Jesucristo en la cruz", sentencia Manuel. Su castellano ¨¢spero es como el de todos sus vecinos, un idioma heredado y con pocas posibilidades de estudio en un pueblo pobre y remoto. El Che trasciende despu¨¦s de su muerte, atravesando las fronteras de la pol¨ªtica y adentr¨¢ndose en la m¨ªstica popular, debido, en parte, a las tr¨¢gicas condiciones de su muerte. "Esa almita es milagrosa, porque ha muerto con sus ojitos abiertos", explica Adelina, en su turno de gu¨ªa comunitaria. Asegura que a ella tambi¨¦n le ha "cumplido" cuando ha necesitado protecci¨®n a la hora de emprender un viaje. Y mirando hacia el cielo, ella repite: "Usted que siempre ha sabido andar por aqu¨ª y por all¨ª, cu¨ªdeme, que me vaya bien por donde yo vaya".
La tienda Estrella Roja es de adobe como todas las viviendas del pueblo. All¨ª se pueden encontrar algunas latas de sardinas o de at¨²n, refrescos y agua mineral para los turistas. Lo primero que salta a la vista en la decoraci¨®n es, entre carteles publicitarios de esbeltas mujeres rubias bebiendo cerveza Pace?a, un p¨®ster del mism¨ªsimo Che sonriente con un puro entre los dientes. A un lado, m¨¢s peque?a, est¨¢ enmarcada la fotograf¨ªa de su cuerpo sin vida en la lavander¨ªa. Esta inquietante imagen se encuentra en casi todas las casas de La Higuera. Tambi¨¦n en el albergue, algo que no ayuda mucho a conciliar el sue?o en esas fr¨ªas habitaciones sin electricidad.
Do?a Irma Rosado, propietaria de la tienda, lleva un sombrero de fieltro, tradici¨®n de la zona que ayuda a protegerse de las bajas temperaturas y al mismo tiempo del sol que apremia al mediod¨ªa. Bajo ¨¦l surge una larga trenza que recoge su cabello negro. Apenas unas pocas canas acarician sus sienes despu¨¦s de 62 a?os de vida. Su tez es morena, dorada por el sol. "Cuando lleg¨® la guerrilla ten¨ªa 21 a?os".
La do?a vio toda la historia que se puede ver detr¨¢s de unas rendijas. "Est¨¢bamos escondidos, con miedo de esa gente barbuda y melenuda", recuerda. "En ese tiempo no se pod¨ªa hablar, todo era delicado y te pod¨ªan llevar preso. Hasta despu¨¦s de cuatro o cinco a?os nadie pod¨ªa dar una informaci¨®n, ?Ni cuando le ofrecieran d¨®lares! Ven¨ªa gente de todas partes del mundo, daban ?hasta 100 d¨®lares!". Tambi¨¦n ella cree en la "almita poderosa" del Che. "Tengo much¨ªsima fe en ¨¦l. Porque cuando hartas veces se pon¨ªa mal mi esposo, siempre llegaba una persona con un coche y nos llevaban al m¨¦dico, ?a veces hasta nos llevaban gratis! El turismo me ha ayudado mucho. Por eso, cuando me veo apretada, primero le pido a Diosito y despu¨¦s a ¨¦l".
Existe un sinf¨ªn de historias sin contar del Che y el camino es largo. Los lugare?os de La Higuera, para matar el tiempo, comentan temas locales. Fredy, uno de los taxistas que hacen la ruta de Vallegrande a La Higuera, habla del presidente boliviano. "Yo vot¨¦ a mi amigo Evo. Tiene la mentalidad del Che Guevara". A continuaci¨®n, encarnando al Che, dice: "Lo que no pude hacer yo, que lo haga Evo". Fredy confiesa no haber pedido nunca ning¨²n deseo al almita del Che, pero propone al turista alem¨¢n que le acompa?a hacer la prueba juntos: "Que lleguemos bien a La Higuera", dice el conductor. A las dos horas y media, el taxi llega al pueblito, y Adelina repite como a diario: "Bienvenidos a La Higuera del Che".
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