Cocinando (perdices y gatas)
Desde al menos el siglo IV, casi todos leemos en silencio. En mi caso, con una excepci¨®n: la poes¨ªa que me gusta
1. Recetas
Contin¨²a enred¨¢ndose el irrisorio ¡ªy peligroso¡ª juego de tronos nacional (y, todav¨ªa, auton¨®mico): como toda serie que se prolonga demasiado, obligando a los guionistas a inflar la historia con absurdas maturrangas, la pel¨ªcula del momento pol¨ªtico me aburre y exaspera a¨²n m¨¢s que las basadas en la saga Canci¨®n de fuego y hielo, de George R. R. Martin, cuyos cinco vol¨²menes publicados (?de una probable heptalog¨ªa!) han convertido a su autor en uno de los escritores m¨¢s ricos de este milenio. Pero, por referirme a ciertos efectos colaterales de nuestro juego, conozco a muchos que, hastiados del incre¨ªble circo protagonizado por la parte m¨¢s evidente de la ¡°clase pol¨ªtica¡±, se est¨¢n negando a seguir, en las m¨¢s bien escorzadas y ambarinas La Sexta o TV3, las estupefacientes partidas cruzadas entre el pandorga de Moncloa y el martag¨®n del Palau de la Generalitat. Y es que hay que aprender a seleccionar los canales de informaci¨®n, algo siempre saludable con tal de no caer en la tentaci¨®n de escuchar a Jim¨¦nez Losantos, quien, si de ¨¦l dependiera, arrojar¨ªa al trullo a medio Principat, a casi todo el PP (a Rajoy le reservar¨ªa el tormento del potro) y al resto del arco parlamentario (con algunas excepciones naranjas), y clausurar¨ªa de un plumazo los que llama ¡°medios golpistas¡± (casi todos menos el suyo y los de sus correligionarios). Lo cierto es que, para general tortura, ambos presidentes (electos: tenemos la culpa) siguen empe?ados en marear la perdiz (el primero) o emprenyar la gata (el segundo), mientras los sufridos ciudadanos tratan de controlar su exacerbada tensi¨®n arterial y se preguntan si, en la eventualidad de cometer una locura irreparable (tengo un par en mente) y sin vuelta atr¨¢s, podr¨ªan disfrutar del beneficio de la duda (como Puigdemont) y ser interpelados sobre si, realmente, la cometieron o no, antes de pasar a mayores. Mientras tanto, nos queda la comida, como dec¨ªa aquel reaccionario bon vivant que fue Xavier Domingo. Mucha gente ya lo ha comprendido: por eso los programas de chefs famosos o en camino de serlo gozan de m¨¢s audiencia que el histri¨®nico conductor de Al rojo vivo en d¨ªas calientes. Y tambi¨¦n lo comprenden los editores, que en estas fechas prenavide?as sirven humeantes libros de recetas en las ah¨ªtas mesas de novedades. Entre todos los que me llegan (y cuyas fotos me hacen salivar m¨¢s que al insaciable Pantagruel o al gallardo Junqueras ante un caldero de escudella i carn d¡¯olla), selecciono el Nuevo arte de la cocina espa?ola, compuesto a mediados del XVIII por el fraile aragon¨¦s Juan Altamiras, y ahora adaptado y editado por la premiada hispanista Vicky Hayward. El libro, austero y a dos colores, recoge un sustancioso y muy asequible conjunto de recetas contextualizadas y extra¨ªdas por su autor ¡°de la escuela de la experiencia econ¨®mica¡±, que es la de los cenobios. Un libro para que los gourmets hartos de tanta supercher¨ªa gastron¨®mica y minimalista gocen disfrutando, por ejemplo, de un pollo relleno de carne especiada, que, como dir¨ªa el Coronel Sanders, est¨¢ liking finger¡¯s good. Y lo s¨¦ porque en mi casa lo hicimos ayer para comer.
2. En alta voz
Uno de los tres o cuatro momentos estelares en la largu¨ªsima historia de la lectura tuvo lugar el d¨ªa en que el estupefacto Agust¨ªn de Hipona sorprendi¨® a su maestro, san Ambrosio, leyendo un c¨®dice sin mover los labios, es decir, tacite, en silencio: ¡°Sus ojos se deslizaban por las p¨¢ginas y su coraz¨®n se armonizaba con su entendimiento, pero la voz y la lengua callaban¡± (Confesiones, VI, 3). Desde al menos el siglo IV, casi todos ¡ªsalvo los neolectores¡ª leemos en silencio. En mi caso, con una excepci¨®n: la poes¨ªa que me gusta. En nuestro pa¨ªs (insisto: por ahora) se editaron el a?o pasado 927 libros de ¡°poes¨ªa y teatro¡± (?por qu¨¦ juntos y revueltos?), pero, en teor¨ªa, habr¨ªa unos 13.000 disponibles, es decir, ¡°vivos¡± y coleando en las librer¨ªas. Y eso sin contar la notable cantidad de ediciones m¨¢s o menos privadas o no venales, en plaquettes, pliegos y otros formatos, que ni el Gremio de Editores, ni la Agencia ISBN, ni ninguna de las numerosas bases de datos (?por qu¨¦ no se pondr¨¢n de acuerdo?) est¨¢n en condiciones de contabilizar. De modo que hay poes¨ªa para dar y tomar, incluyendo la contenida en la encomiable colecci¨®n Poes¨ªa Port¨¢til que acaba de publicar Penguin Random House, y cuyos primeros cuatro t¨ªtulos (?a 4,90 eurillos cada!) incluyen poemas de Baudelaire, Dickinson, Lorca y Wilde. En todo caso, la semana pasada dediqu¨¦ bastantes horas a leer (en voz alta) varios libros de poes¨ªa que ten¨ªa en espera junto a mi sill¨®n de orejas. Hubo algunos que le¨ª de cabo a rabo, como el casi perfecto Asimetr¨ªa, de Adam Zagajewski (Acantilado; traducci¨®n de Xavier Farr¨¦), o el estupendo doble poemario La negaci¨®n de la luz (otra vez Acantilado), de Juan Antonio Masoliver R¨®denas. Otros los hoje¨¦ y, como lo que le¨ª me interes¨®, los volv¨ª a dejar en lista de espera para m¨¢s tranquila ocasi¨®n, como Conquistador, de Archibald MacLeish (Visor, traducci¨®n de Francisco Alexander); las Historias, de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez (Vandalia), o Elsinore, Scholia, Necrofilia (Reino de Cordelia), que recoge los primeros (y en su momento escandalosa y saludablemente decadentes) libros de Luis Alberto de Cuenca. Incluso tuve tiempo de echarle un vistazo a Humor, amor y filosof¨ªa, una antolog¨ªa del olvidado (y no hay que lamentarlo demasiado) Campoamor que acaba de publicar Renacimiento en su estupenda colecci¨®n de poes¨ªa (casi 100 t¨ªtulos ya), y en la que he hallado este cuarteto que refleja muy bien mi estado de ¨¢nimo ante nuestro irrisorio Zeitgeist: ¡°Por m¨¢s contento que est¨¦?/ una pena en m¨ª se esconde?/ que la siento no s¨¦ d¨®nde?/ y nace no s¨¦ de qu¨¦¡±.
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