La primera dama de la canción
El centenario de Ella Fitzgerald pasa sin pena ni gloria. Se merecía respeto como Billie Holiday
Son convenciones sociales que deberían mantenerse. Hablo de la conmemoración de las fechas redondas de la vida, de la obra de los artistas. Cualquier excusa sirve para combatir la máquina borradora del presente, empe?ada en vendernos novedosas banalidades, con la complicidad de medios acomplejados.
Se trata de una guerra pérdida, cierto. Pero estos aniversarios también destapan la evolución del gusto, con la sigilosa rectificación del canon establecido. En 2017, se cumplían cien a?os del nacimiento de Ella Fitzgerald y sospecho que no ha sido precisamente un jubileo: algún homenaje discreto en festivales de jazz y pare usted de contar.
Por el contrario, hubo mucho más alboroto comercial y mediático durante el centenario de Billie Holiday, en 2015. Esto revela el cambio de paradigmas: preferimos que nuestras leyendas sean sufridoras, perseguidas, esqueléticas. Billie cuenta con una extensa bibliografía y hasta un biopic, donde fue encarnada por la superestrella Diana Ross. No hay nada equivalente en el caso de Ella Fitzgerald.
Al final, la estética vence al arte, el junkie chic a las formas de la mammy, como la que encarnaba Hattie McDaniel en Lo que el viento se llevó. Ella Fitzgerald acumuló una extraordinaria discografía, llegando a publicar algún a?o tres o cuatro álbumes (y no cuento las grabaciones live). Desarrolló el concepto de songbook, dedicando discos dobles a autores como Cole Porter, Irving Berlin, Ellington, los Gershwin, Johnny Mercer etc. Unos discos que son los cimientos del actual culto por lo que ahora llaman el Great American Songbook.
Por puro automatismo, tendemos a asumir que Ella era una vocalista convencional. Se olvida, claro, su imaginativo uso de la técnica del scat. Y su valentía al embarcarse en proyectos atípicos, como los dedicados al country o la bossa nova. A finales de los sesenta, cuando el rock parecía haber barrido al jazz, Ella registró un trío de elepés donde -con notables aciertos- recreaba éxitos de Motown, los Beatles, Cream o Bacharach-David. La Fitzgerald demostró allí que, incluso en clave desgarrada, podía cantar mejor que una Janis Joplin.
Puede que no sea justo comparar la obra de la desdichada Billie con el Everest que supone la discografía de Ella, fruto de sus formidables cuerdas vocales y su profesionalismo. Solo coincidieron en su mala puntería a la hora de elegir compa?ía masculina…y en su escasa tolerancia con el racismo.
Un a?o antes de que Rosa Parks se negara a ceder a un blanco su asiento en un autobús de Alabama, Fitzgerald pretendía trasladarse desde Hawái a Australia, donde ofrecería unos conciertos. La cantante y su gente compraron cuatro asientos en primera clase pero la aerolínea, Pan Am, insistió para que viajaran en clase turística. Ella se negó y tardó varios días en conseguir volar a su destino tal como deseaba.
A la vuelta de la gira, una humillada Ella demandó a Pan Am. La compa?ía terminó aceptando un acuerdo extrajudicial y pidiendo disculpas con la boca peque?a. Esperen, que aquí no acaba la cosa: la empresa dejó de volar en 1991 pero el nombre todavía conserva cierto glamour. Hace pocos a?os, se emitió una serie televisiva, Pam Am, sobre las andanzas de sus azafatas y pilotos. ?Quieren creer que la banda sonora incluía a Ella Fitzgerald? Sí, y también a Billie Holiday.
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