Madrid vivido y escrito
Un escritor que llegara de la capital o de Barcelona para dar una conferencia nos parec¨ªa m¨¢s real que nosotros, con una voz m¨¢s rotunda
Madrid son varias ciudades de mi vida contenidas en una. Madrid es una ciudad al mismo tiempo vivida y recordada, pero los recuerdos que me trae, al cabo de tantos a?os, no son los de una sola persona. Es la ciudad a la que llega un adolescente que cumplir¨¢ a solas en ella 18 a?os y la que se queda muy pronto en un pasado amargo, de pura derrota, soledad, desconcierto. Yo llegu¨¦ a Madrid para hacerme periodista, para hacerme escritor, para estrenar obras de teatro de vanguardia, para participar en el derribo de la dictadura de Franco, para sumergirme en una revoluci¨®n sexual de la que hab¨ªan llegado rumores hasta a las provincias m¨¢s lejanas. En los meses previos a mi viaje, estaba tan impaciente por irme que ya escrib¨ªa cartas adelantadas a mis amigos, con fecha de uno o dos a?os despu¨¦s. Tambi¨¦n ejerc¨ªa mi instinto period¨ªstico redactando cr¨ªticas entusiastas de los estrenos de las obras que a¨²n no hab¨ªa escrito. Por alguna parte hay que empezar. Yo ten¨ªa la cabeza llena de fantas¨ªas de la literatura y de la m¨²sica pop, pero no hab¨ªa salido nunca del cogollo abrigado de la vida familiar, de la geograf¨ªa de los amigos y los amores en el instituto.
Mi ¨²nico sue?o era irme a Madrid, pero en cuanto llegu¨¦ a Madrid me mor¨ªa de miedo y de desamparo. Todav¨ªa paso a veces por las calles en las que viv¨ª entonces ¡ªSan Bernardino, Amaniel, San Bernardo, la calle de la Princesa de camino a Moncloa y a la Ciudad Universitaria¡ª y se despierta muy dentro de m¨ª un rastro del aturdimiento, la pesadumbre, la vulnerabilidad de entonces. Era un Madrid de fachadas m¨¢s sucias y de portales l¨®bregos con olor a tienda de ultramarinos, una ciudad de edificios oficiales de granito gris y polic¨ªas de uniformes grises con una franja roja en la gorra de plato muy calada sobre las cejas. Al presidente del Gobierno lo hab¨ªan volado tan solo unas semanas antes cuando volv¨ªa de su misa diaria, pero despu¨¦s de la tremenda explosi¨®n hab¨ªa vuelto a hacerse el silencio en todo el pa¨ªs. Era un silencio todav¨ªa m¨¢s profundo. No hab¨ªa ni un atisbo de novedad en nada, ni un resquicio no ya de esperanza, sino de simple variaci¨®n de lo mismo. En ese silencio se oy¨® un par de meses despu¨¦s el crujido siniestro de la manivela del garrote vil rompi¨¦ndole el cuello a un raro delincuente com¨²n llamado Heinz Chez y la descarga del fusilamiento del anarquista catal¨¢n Salvador Puig Antich. Un pa¨ªs en el que se fusilaba y se daba garrote a la gente en 1974 era un sitio espantoso.
Me fui de aquel Madrid a final de curso, convencido de que no volver¨ªa, expulsado por la pobreza, por la soledad y por el miedo, el miedo crudo y expeditivo que es tan f¨¢cil de inocular en las personas de car¨¢cter medroso: bastan unos zurriagazos de porra de goma, un par de noches en un calabozo, un interrogatorio entre m¨¢quinas de escribir, alguna bofetada, humo de tabaco en el aire y colillas en un cenicero de cristal sobre una mesa de oficina.
Mi ¨²nico sue?o era irme a Madrid, pero en cuanto llegu¨¦ a Madrid me mor¨ªa de miedo y de desamparo
Madrid se volvi¨® luego una ciudad abstracta y hostil, seg¨²n el paso del tiempo borraba los detalles, dejando intacto el resquemor de lo no conseguido. Me hice una vida en Granada. Tuve un trabajo, una familia, empec¨¦ a escribir en un peri¨®dico, a tratar con personas que se dedicaban a la literatura, que hac¨ªan teatro o m¨²sica, que pintaban o dise?aban cosas. Para todos nosotros, aunque no nos lo confes¨¢ramos en voz alta, Madrid era el mundo exterior en el que no exist¨ªamos. Nuestro trabajo, por mucho que nos gustara hacerlo, por muchos elogios mutuos con que lo aliment¨¢ramos, no exist¨ªa m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de nuestra ciudad. El orgullo identitario y los subsidios opulentos de las autonom¨ªas a¨²n no hab¨ªan llegado para remediar o compensar esa melancol¨ªa de postergaci¨®n que ha ensombrecido inmemorialmente lo que entonces se llamaba vida de provincias. Un escritor que llegara de Madrid o de Barcelona para dar una conferencia nos parec¨ªa m¨¢s real que nosotros, con una voz m¨¢s rotunda, una presencia f¨ªsica m¨¢s s¨®lida.
En las novelas que empec¨¦ a escribir aparec¨ªa de vez en cuando un Madrid espectral y sumario, muy reducido a los lugares que ahora frecuentaba cuando iba unos d¨ªas a la ciudad por asuntos de trabajo. Mis personajes no se apartaban del radio de la estaci¨®n de Atocha, que era por donde estaban los hoteles a los que yo iba, las casas de comidas que me permit¨ªan mis dietas. El desamparo antiguo volv¨ªa autom¨¢ticamente en aquellos viajes, en soledades de anoche?ceres de domingo. Madrid ten¨ªa sombras de pel¨ªcula de esp¨ªas y fulgores de promesas que no se iban a cumplir.
Pero no est¨¢ el ma?ana ni el ayer escrito, dice Antonio Machado. En otra novela escrib¨ª sobre un Madrid matinal en el que un hombre que ha vuelto a la ciudad despu¨¦s de m¨¢s de 30 a?os de exilio pasea con su hija muy joven por el Retiro un domingo de sol y la invita a una cerveza con berberechos en conserva y patatas fritas en un merendero. Es una forma terrenal y accesible de la felicidad. Hubo un ma?ana inesperado en el que me encontr¨¦ viviendo en Madrid, pero no tuve la sensaci¨®n de regresar, porque yo era ya otra persona, no el adolescente atribulado de los 18 a?os, no el funcionario municipal en viaje de trabajo o el aspirante a literato aquejado de la dolencia de la invisibilidad. La nueva vida en Madrid era una terraza de un sexto piso desde la que se ve¨ªa la ciudad entera, en un barrio vecinal del sur con muchas tabernas y mercados. Desde la terraza la vista no ten¨ªa l¨ªmites. Hab¨ªa antiguas chimeneas industriales y un horizonte de bosque que era el Retiro. A la altura de la acera, la vida era jugosa y urgente, brusca como el habla, con una especie de universal indulgencia hacia cualquier reci¨¦n llegado. Para ir hacia el centro ten¨ªa que subir la gran cuesta de la calle de Toledo. Y adonde llegaba entonces, para mi sorpresa, para mi fervor, era a las calles y a los escenarios de Fortunata y Jacinta. Madrid era una capital de las novelas.
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