El rat¨®n, el sexo y Garc¨ªa Lorca
Ian Gibson, un dublin¨¦s llegado a Espa?a en los sesenta, fue quien se encontr¨® con el fantasma de Federico
Si el navegante digital deja que el rat¨®n se explaye a su aire por la Red, guiado por su instinto se detendr¨¢ sin ninguna duda en cualquier noticia que tenga que ver con el sexo. Basta con escribir esta palabra para que todos los ratones del mundo comiencen a clicarla como si devoraran el queso m¨¢s sabroso. El sexo y la dieta para adelgazar no tienen rival en las listas de lo m¨¢s buscado en la Red, pero este inter¨¦s tambi¨¦n lo comparten dos personajes de la historia contempor¨¢nea, Adolf Hitler y Federico Garc¨ªa Lorca. De hecho, si el rat¨®n encuentra esos nombres en el camino, se detiene y comienza a hurgar. Por Hitler el rat¨®n siente una diab¨®lica fascinaci¨®n y de Lorca le atrae la tragedia de su muerte que une la aureola prodigiosa de sus versos con el misterio de su cad¨¢ver no encontrado como si se tratara de un crimen actual todav¨ªa sin resolver.
El nombre de Garc¨ªa Lorca era impronunciable en aquella Granada de 1957 donde estudi¨¦ un curso en la facultad de Derecho en las mismas aulas, de las que se sirvieron los franquistas para hacinar a los presos en los primeros d¨ªas de la Guerra Civil. En ellas tambi¨¦n hab¨ªa estudiado Federico y desde all¨ª fue transportado a V¨ªznar para ser ejecutado en uno de los barrancos de alrededor. Por supuesto los catedr¨¢ticos de la facultad sab¨ªan de sobra que el fantasma del poeta sobrevolaba aquel claustro lleno de risas estudiantiles, pero no o¨ª que nadie de ellos pronunciara nunca su nombre. Durante mis correr¨ªas nocturnas por los bares de la Alcaicer¨ªa de Granada a veces me encontraba con un se?or siempre bebido que sol¨ªa lloriquear ante una copa de vino repitiendo una y otra vez: "Perd¨®name, Federico, perd¨®name¡±. Despu¨¦s supe que era el mayor de los hermanos Rosales, jefe de la Falange. Pero, ?qui¨¦n ser¨ªa ese Federico? Era impensable que alguien te diera una respuesta franca, abierta y sin miedo. Por mi parte, a los 18 a?os, sab¨ªa vagamente que era el poeta de Romancero Gitano y poco m¨¢s. Un tiempo despu¨¦s su nombre comenz¨® a apoderarse de nuestra cultura. Yo mismo en 1969 escrib¨ª una peque?a biograf¨ªa.
Pero ha sido Ian Gibson, un dublin¨¦s llegado a Espa?a en los sesenta del siglo pasado en busca de p¨¢jaros que colmaran su pasi¨®n por la ornitolog¨ªa, quien se encontr¨® con el fantasma de Federico y qued¨® seducido literariamente por su figura hasta el punto de dedicar gran parte de su vida y talento de historiador a dilucidar hasta el ¨²ltimo detalle los tr¨¢gicos avatares de su muerte.
Para este escritor, nacionalizado espa?ol, Federico es como un aljibe oscuro e inagotable de agua fresca y amarga. En una ma?ana soleada de domingo en una terraza de Lavapi¨¦s ante una cerveza Gibson dice:
¡°Hace unos seis meses empec¨¦ a sentir la necesidad imperiosa de poner al d¨ªa mi libro El asesinato de Garc¨ªa Lorca, publicado en 1971 por Ruedo Ib¨¦rico, en Par¨ªs. Aunque tuvo varias ediciones espa?olas tras la muerte de Franco, no pude revisarlo a fondo. No pod¨ªa dejarlo as¨ª. Repasar todo el material original, y releer lo aparecido desde entonces, que es copioso, ha sido una tarea ardua, pero creo que ha valido la pena. Ediciones B sacar¨¢ el libro en abril. Sobre todo he tenido en cuenta la obra fundamental de Eduardo Molina Fajardo, por desgracia p¨®stuma, Los ¨²ltimos d¨ªas de Garc¨ªa Lorca (1983). Como falangista y periodista muy conocido en Granada, Molina pudo entrevistar, y a veces grabar, a much¨ªsimas personas que jam¨¢s habr¨ªan hablado conmigo, y consultar archivos fuera de mi alcance. He incorporado numerosos datos procedentes de su trabajo ¡ªsiempre, por supuesto, con la correspondiente atribuci¨®n¡ª, tambi¨¦n datos relevantes aportados por otros investigadores. Y le doy un repaso a todas las teor¨ªas sobre el ¨²ltimo paradero de los restos del poeta, as¨ª como a las distintas b¨²squedas al respecto, hasta ahora infructuosas. Sigo pensando que est¨¢ en Alfacar, muy cerca de donde me se?al¨® en 1966 quien juraba haber enterrado el cad¨¢ver¡±.
Es simplemente atroz que m¨¢s de 115.000 desaparecidos en la Guerra Civil est¨¦n todav¨ªa en las cunetas. ¡°Es una indecencia ¡ªafirma Gibson¡ª que Rajoy encima se haya jactado p¨²blicamente de no haber gastado un euro en la Memoria Hist¨®rica. Es una vil calumnia mantener, como hace el PP, que exhumar es reabrir heridas cuando se trata de lo contrario, de cerrarlas¡±. Como en cualquier crimen el sumario no se cierra del todo mientras no se encuentre el cad¨¢ver de la v¨ªctima.
Se habla ahora de trasladar de una vez el archivo de la Fundaci¨®n Garc¨ªa Lorca desde la Residencia de Estudiantes a Granada cuando Federico en su ciudad es una herida que no ha dejado de sangrar y muchos pronuncian su nombre todav¨ªa en voz baja. No obstante, est¨¦n donde est¨¦n, sobre sus miles de documentos digitalizados desde cualquier lugar, abri¨¦ndose paso entre Hitler y el sexo, el rat¨®n podr¨¢ explayarse a su aire.
Babelia
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