Hurac¨¢n Caribe
M¨¢s all¨¢ de las noticias sobre desastres naturales y las afrentas de Donald Trump, una vibrante generaci¨®n de escritores y artistas redefinen la identidad cultural de una regi¨®n contradictoria
Al inicio de La isla que se repite, Antonio Ben¨ªtez Rojo recuerda sus jornadas durante la crisis de los misiles. Esos d¨ªas de octubre de 1962 en los que el mundo estuvo al borde de la hecatombe nuclear gracias al tira y afloja coheteril entre Cuba, Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Fue este, sin duda, uno de los momentos m¨¢s cr¨ªticos de la Guerra Fr¨ªa, recreado m¨¢s tarde por la literatura, el cine o sus propios protagonistas.
En medio del peligro, Ben¨ªtez Rojo comprendi¨® de repente ¡ªmientras observaba a dos mujeres que paseaban bajo su balc¨®n ajenas a todas las alarmas¡ª que no iba a pasar nada y que, en definitiva, all¨ª no llegar¨ªa el apocalipsis. Y esto era as¨ª, razonaba el escritor, porque a pesar de los excesos verbales de JFK, NK o FC (los contendientes Kennedy, Kruschev y Castro reducidos a sus siglas), los caribe?os de a pie eran poco proclives a la inmolaci¨®n y le conced¨ªan la mayor importancia a esa costumbre tan poco heroica que consiste en seguir viviendo. De haber sucedido en Alemania, remat¨®, hoy la humanidad ¡°estar¨ªa aprendiendo a hacer fuego con palitos¡±.
Pues bien, tres d¨¦cadas despu¨¦s de la aparici¨®n de ese libro fundamental, en el Caribe finalmente s¨ª han estallado los misiles. Y a diferencia de lo que imagin¨® Ben¨ªtez Rojo, en este siglo XXI s¨ª ha tenido lugar el apocalipsis. Esto es, al menos, lo que proponen las distop¨ªas de Jorge Enrique Lage o Rita Indiana, escritores tan conocedores de la tradici¨®n como decididos a sacudirla sin contemplaciones. En Carbono 14. Una novela de culto, Lage parte de una explosi¨®n devastadora de la que emerge una Habana poscomunista ¡ªmitad parque tem¨¢tico, mitad reality show¡ª, estremecida por una realidad orwelliana en la que la vigilancia secreta del Estado se ha diseminado en la sobreexposici¨®n transparente ante las c¨¢maras. En La mucama de Omicunl¨¦, Indiana avanza a¨²n m¨¢s en el desastre, combinando los ritos de la santer¨ªa con el comisariado de arte contempor¨¢neo, el viaje en el tiempo con la m¨²sica electr¨®nica. Todo esto en medio de un Caribe mutante en el cual, despu¨¦s de su fracaso respectivo, a bolivarianos y neoliberales no les queda otro remedio que llegar a una entente tan estramb¨®tica como peligrosa.
Utop¨ªa y apocalipsis
Otra vida. Derek Walcott. Edici¨®n biling¨¹e de Luis Ingelmo. Galaxia Gutenberg.
La mucama de Omicunl¨¦. Rita Indiana. Perif¨¦rica.
La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Junot D¨ªaz. Literatura Random House.
Mundo cruel. Luis Negr¨®n. Malpaso.
Fe en disfraz. Mayra Santos-Febres. Alfaguara.
Los pa¨ªses invisibles. Eduardo Lalo. F¨®rcola.
La guaracha del Macho Camacho. Luis Rafael S¨¢bnchez. C¨¢tedra.
Carbono 14. Una novela de culto. Jorge Enrique Lage. Altazor.
La tribu. Carlos Manuel ?lvarez. Sexto Piso.
Nunca fui primera dama. Wendy Guerra. Alfaguara.
La casa y la isla. Ronaldo Men¨¦ndez. AdN.
Teor¨ªa y pr¨¢ctica de La Habana. Rub¨¦n Gallo. Jus.
El hijo del h¨¦roe. Karla Su¨¢rez. Comba.
El comunista manifiesto. Iv¨¢n de la Nuez. Galaxia Gutenberg.
La transparencia del tiempo. Leonardo Padura. Tusquets.
Cuba en la encrucijada. Doce perspectivas sobre la continuidad y el cambio en La Habana y en todo el pa¨ªs. Edici¨®n de Leila Guerriero. Debate.
En esa cuerda, la exposici¨®n Adi¨®s Utopia: Dreams and Deceptions in Cuban Art Since 1950 ¡ªque puede verse ahora en el Walker Art Center de Minneapolis¡ª opta por despedir la utop¨ªa cubana, mientras que en los pr¨®ximos d¨ªas, los artistas Allora y Calzadilla inau?gurar¨¢n en la Fundaci¨®n T¨¤pies una exposici¨®n en la que, presumiblemente, continuar¨¢n un camino en el que puede entreverse la despedida de la contrautop¨ªa puertorrique?a del Estado Libre Asociado.
Estos escritores y artistas, as¨ª como Mayra Santos-Febres, Riccie Oriach, Marc Latamie, Luis Negr¨®n o Calle 13, afrontan el malestar irresuelto de una cultura permanentemente tensada entre unos Estados nacionales cuyos l¨ªmites resultan insuficientes y la pertenencia a un archipi¨¦lago cultural y f¨ªsico m¨¢s amplio, unido sin embargo por aquello que lo divide. Bien ¡°la maldita circunstancia del agua por todas partes¡± de la que se lamentaba Virgilio Pi?era, bien la violencia, la tiran¨ªa, la invasi¨®n, la pobreza y la impotencia de los modelos ideol¨®gicos que han intentado redimirlo. Por eso parecen dispuestos a suturar, desde la cultura, las carencias de unas f¨®rmulas pol¨ªticas empaquetadas unas veces en forma de utop¨ªa socialista y otras de distop¨ªa neoliberal.
No es casual, entonces, que muchos de ellos recurran a Hait¨ª, el pa¨ªs m¨¢s pobre de Occidente; y el pa¨ªs al que Occidente castig¨® m¨¢s que a ning¨²n otro la osad¨ªa de su revoluci¨®n. Ese mismo Hait¨ª tan glorificado por surrealistas y amantes del realismo m¨¢gico como abandonado ante el terror de que acabe por convertirse en el futuro hiperrea?lista de todo el espacio insular. A estas alturas, no es cuesti¨®n de ignorar que Shakespeare se sumergi¨® en las costas caribe?as y de ese ba?o sali¨® su Calib¨¢n reconvertido en s¨ªmbolo de la izquierda, seg¨²n Fern¨¢ndez Retamar, Kamau Brathwaite o Aim¨¦ C¨¦saire. O que Manuel Moreno Fraginals y Eric Williams hicieron pasar El capital por la plantaci¨®n en libros como El ingenio o Capitalismo y esclavitud. Incluso Oscar Wilde se da su chapuz¨®n en alguna costa, de la mano de Luis Rafael S¨¢nchez ¡ªLa importancia de llamarse Daniel Santos¡ª o de Junot D¨ªaz ¡ªLa maravillosa vida breve de ?scar Wao¡ª.
Cuba y Puerto Rico, los dos modelos llamados a iluminar el futuro de la zona, est¨¢n en crisis
Entristece constatar, en sentido contrario, que un caribe?o como Paul Lafargue escribiera El derecho a la pereza, participara en la fundaci¨®n del socialismo franc¨¦s y espa?ol, o tuviera por suegro nada menos que a Karl Marx, y que la izquierda de esas mismas playas en las que naci¨® le hayan ninguneado hasta el punto de lapidarlo bajo los nombres de Nikitin, Afanasiev o Rumiantsev en aquellas clases de comunismo cient¨ªfico tan al uso en mis tiempos estudiantiles. Tal vez (siempre y cuando sobreviva a la debacle), la izquierda caribe?a del porvenir reivindique a este hombre que magnific¨® a la pereza como un arma revolucionaria y fue capaz de colocar el placer como un elemento subversivo all¨ª donde su ilustre suegro hab¨ªa situado el sacrificio y el trabajo. Tampoco es recomendable olvidar que el invariable Dorian Gray del Caribe ha sido siempre el Plantador, camuflado, desde la trata de esclavos, en la zafra azucarera, la base militar o el resort tur¨ªstico. O que la impronta de la primera revoluci¨®n esclava y de la primera revoluci¨®n socialista del hemisferio sigue marcando a unas culturas en las que un octogenario lo mismo puede convertirse en estrella global (Compay Segundo) que mantenerse en el poder (Fidel y Ra¨²l Castro o Joaqu¨ªn Balaguer).
Pero este ansiado destino tur¨ªstico es algo m¨¢s que un complejo cultural de servicios, tan propio de esos cantos para soldados y sones para turistas que versificara Nicol¨¢s Guill¨¦n. Los caribe?os, a la vez que practican esa vida pintoresca para los otros, intentan al mismo tiempo guardarse algo para s¨ª. Una existencia de consumo propio desde la que lanzar, como quien echa una cana al aire, las ¡°ra¨ªces al viento¡± (tal cual lo sugiri¨® Santiago Auser¨®n). Es cierto, asimismo, que los antillanos tendemos a sublimar la parte insular y obviamos, a menudo, las zonas continentales de eso que responde al nombre de Gran Caribe. Quiz¨¢ no sea m¨¢s que un desliz perdonable, pues el Caribe es tan inabarcable que s¨®lo puede atenderse desde una cosmovisi¨®n personal. (Un expresidente jamaicano lleg¨® a proclamar que el Caribe llegaba hasta donde alcanzaba el sonido de los tambores).
El Caribe es tambi¨¦n ese ¨¢mbito en el que los experimentos militares de Estados Unidos han provocado m¨¢s zombis que el vud¨² y donde el reguet¨®n ha conseguido unificar a m¨¢s gente que el Caricom o el Alba juntos. Un Caribe en el que la ilusi¨®n por el norte de boat people y balseros es contrarrestada, en direcci¨®n opuesta, por otras fantas¨ªas que llegan en embarcaciones de mayor calado, como los cruceros y los portaaviones. Un Caribe, en fin, en el que el hurac¨¢n Irma o el hurac¨¢n Trump ¡ªacaba de afirmar que Hait¨ª es un pa¨ªs de mierda¡ª han afectado simult¨¢neamente a dos modelos contrapuestos, llamados a iluminar, desde las ant¨ªpodas, el futuro de la zona: Cuba y Puerto Rico.
La literatura parece dispuesta a suturar las carencias de la utop¨ªa socialista y de la distop¨ªa neoliberal
Desde este cachumbamb¨¦, en cuyo sube-y-baja se disuelven las fronteras entre la cultura popular y cualquier otra forma de cultura, donde Derek Walcott puede escribir Omeros para componer su Il¨ªada antillana y al mismo tiempo una obra teatral como Tambores y colores para reafirmar la identidad m¨¢s pr¨®xima, y donde Jamaica puede jactarse de ofrecer los corredores m¨¢s r¨¢pidos y los reggaes m¨¢s lentos, la nueva cultura va dejando de definir al Caribe a trav¨¦s de las causas y empieza a narrarlo desde sus efectos, con los hechos por delante de las doctrinas y la gente por encima de sus jerarcas. Si, como dec¨ªa un ¡°ambicioso de islas¡± como Robert Louis Stevenson, a todo el mundo le llega el momento de sentarse a un banquete de consecuencias, ese destino describe perfectamente a este mundo hoy sin reino. No hace falta, para conseguirlo, ir a la caza de la ¨²ltima moda u ocupar el espacio de otros territorios latinoamericanos m¨¢s privilegiados por editoriales, productoras musicales o museos. Y tampoco es que tenga demasiada importancia. En ese Caribe de las circunstancias, ?a qui¨¦n le hace falta clamar por un boom si ya tiene a mano un big bang?
Iv¨¢n de la Nuez es ensayista cubano.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.